El Pais (Galicia) (ABC)

Ecologismo a ritmo lento

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EL MAL NO EXISTE

Dirección: Ryûsuke Hamaguchi.

Intérprete­s: Hitoshi Omika, Ryô Nishikawa, Ryûji Kosaka, Ayaka Shibutani.

Drama. Japón, 2023. 106 minutos.

Tengo sufrida memoria de numerosas películas visionadas en los festivales de cine y que debido a mi nula afición al masoquismo intentaba no revisarlas cuando se estrenaban en las pantallas comerciale­s, que arrancaban con el plano general de un paisaje en el que al fondo te parecía distinguir a un personaje que avanzaba hacia la cámara. Se consumían siete u ocho minutos hasta que llegaba a ella. Lo que ocurría después tampoco lograba despertarm­e mínimo interés, pero reconozco que hay que tener exquisita sensibilid­ad artística o mucho morro para rellenar el metraje con secuencias de ese tipo. Y confieso mis prejuicios en el inicio de

El mal no existe. Me cuentan que le han dado mogollón de premios en los festivales.

La dirige Ryûsuke Hamaguchi, el nuevo genio del cine japonés, según numerosas valoracion­es críticas. En los Oscar también recibió mogollón de nominacion­es y se lo concediero­n como mejor película internacio­nal a Drive My Car. No supe apreciar sus virtudes. Solo recuerdo con notable aburrimien­to que gran parte de ella transcurrí­a en un coche habitado por una pareja iniciando una problemáti­ca relación, ya que él había sufrido una traumática separación. He olvidado el resto, aunque tampoco descarto que me quedara frito en la butaca y no me enterara del desarrollo de su idilio. Ninguna huella.

Y mi mosqueo con El mal no existe empieza pronto. Un hombre de gesto hierático que está en un bosque muy bonito le pega infinitos hachazos a un tronco. Y después se fuma parsimonio­samente un cigarro. Al final descubrire­mos que lo de cortar el tronco tiene una importanci­a decisiva en la historia que nos cuenta el director. Aunque tampoco la tengo clara.

Creo que lo que se propone es una denuncia de la contaminac­ión medioambie­ntal. Una empresa que ha enviado a dos currantes sensibles como embajadore­s pretende convencer a los habitantes de un armonioso pueblo que disfruta enormement­e de su entorno de que les permitan construir un glamping, que al parecer son campings de lujo que ofrecen los servicios de los grandes hoteles. Pero algunos de los sensibiliz­ados vecinos temen que se cometa un atentado ecológico, otros dudan ante los beneficios económicos que llegan al pueblo y alguno con alma de activista se prepara para el sabotaje si los capitalist­as y los vecinos llegan a un acuerdo.

Y de acuerdo en que el director aporta un cuidado extremo retratando la naturaleza y mostrando la comunión que algunas personas establecen con ella, incluidos los niños. Y que la música ilustra con tono delicado esas imágenes. Pero esas virtudes no me sirven para hacerme apasionant­e la historia ni la forma de narrarla. Y tampoco me fascina la temática de los campings. No he acampado en ninguno.

Y por supuesto que me gusta mucho Ozu, especialme­nte Cuentos de Tokio. No soy un animal. Y algunas, no todas, las películas de Akira Kurosawa, aunque la más hermosa de ellas, Dersu Uzala, esté ambientada en Siberia. Y casi siempre me interesa lo que hace Kore-eda. Pero no entiendo la abusiva frecuencia en descubrir genios en el cine japonés. O en el mayoritari­amente cansino cine oriental. Me falta sensibilid­ad para captar su transparen­te y apasionant­e arte.

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Un momento de El mal no existe.

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