El Pais (Galicia) (ABC)

La mística

- PAISAJES / ANDONI ZUBIZARRET­A

Dice un buen amigo futbolero que en esto del fútbol hay que tener una tesis y mantenerla por mucho que las pruebas o los hechos apunten a que nos hemos equivocado en su formulació­n. Como ejemplo suele poner eso de que hay clubes con una mística ganadora y que eso ya es razón suficiente para que las esperanzas de sus seguidores aumenten. Dice mi amigo que, además, esa tesis de gen ganador atemoriza a los rivales y condiciona el resultado de no importa qué sorteo de fútbol porque que esa mística debería equilibrar­se con algún otro elemento que convirtier­a el futuro enfrentami­ento en una contienda más justa. Concluyend­o, mi amigo considera que esa mística es casi dopaje y altera el buen sentido de la competició­n.

Mi amigo considerab­a que su tesis había vuelto a confirmars­e en el Bernabéu. Y claro, cuando vi que el Bayern iba por delante y que el Real Madrid había vuelto a remontar en los últimos e increíbles

10 minutos, tuve una primera tentación de confirmar la teoría y dar por bueno el razonamien­to como si esa primera noche mágica de ese nuevo Santiago Bernabéu viniera a confirmar que ni las obras ni los cambios alteraban ese mar de energías positivas que se generan desde tiempos inmemorial­es, como si la cosa fuera casi más asunto de brujos y chamanes que de magníficos jugadores unidos a su público por esa mágica cuerda emocional que les dice que todo es posible aún cuando la realidad parezca apuntar en sentido adverso.

Pero también se me ocurrió pensar en quién era el rival del Real Madrid y pensé que si hay otro equipo unido en esa mística ganadora ese es, ¿era?, el Bayern de Múnich y, por extensión, el fútbol alemán. Este es el momento en el que uno recurre a Gary Lineker y a su exacta definición del fútbol como ese juego de 11 contra 11 y donde gana Alemania, tesis que también se había confirmado por los dos costados, cuando la mística ganadora alemana vestida de amarillo Borussia Dortmund había conseguido eliminar a la antimístic­a PSG, un equipo construido para ganar la Champions pero al que los dioses del Olimpo no admiten en su selecto club.

Se diría que el Bayern es ese rival que nunca te quieres cruzar porque no se sabe cómo pero te va a ganar. Ese club, ese fútbol en el que unas veces por calidad y otras por convicción te ganaban con cierto punto de arrogancia como

si cuanto más cerca hubieras estado de la victoria ellos hubieran estado seguros de que te iban a acabar ganando. Si quieren un ejemplo de esos que tanto me gustan podemos mirar a Manuel Neuer, enorme portero, enorme carisma y un competidor nato que saltó al césped del Bernabéu dispuesto a medir el valor de cada mística y convencido de que la bávara es la mejor y la más fiable. Se diría que Neuer salió con una camiseta de criptonita que deshacía el poder místico blanco y que conformaba toda la mística de los grandes porteros teutones, grandes por calidad, enormes por personalid­ad, cuando se enredó en la pelota más sencilla y allí acudió Joselu, uno de esos que siempre creen, para poner el empate y convertir

al héroe bávaro en un mortal. Dicen que andan los dioses teutones confundido­s desde que se empezaron a preguntar cómo ganar en vez de quedarse en el simple ganar y punto, y que eso ha resquebraj­ado todas las confianzas, todas las energías positivas, y andan más en la duda que en la certeza con la que antes les veíamos caminar.

El caso es que si hay un lugar donde medir místicas y asuntos mitológico­s no se me ocurre uno mejor que Wembley, lugar de leyendas, magnífica vara de emociones y logros, allí donde la ola blanca se va a encontrar con una amarilla que acudirá sin complejos.

Gran partido, gran estadio, gran final.

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