“No soy hipócrita: la belleza me dio agenda”
La vida es bella un martes por la tarde en la terraza del lago de La Finca, una ultraexclusiva urbanización madrileña. Carla Pereyra, alta, guapa, esbeltísima, viene casi directa de Venecia, donde ha visitado la Bienal con su marido, Diego Simeone, entrenador del Atlético de Madrid. De aquí se va a recoger a sus niñas de un cumple. “La vida misma”, cuenta, apurada. Parece más lista que el hambre.
¿Le gusta el fútbol? Sí, y soy del Atleti desde antes de conocer a Diego, lo cual me honra un poquito.
¿Qué quería ser de mayor? Soñaba con desfilar en París, Milán. Y lo hice. Creo que llegué donde llegué, sin ser una supermodelo ni tener un carrerón, por cabezota. Todo lo he conseguido un poco así. Aguanté ocho o nueve meses y me fui.
¿Se le hizo duro? Pasé baches de ánimo. Entonces, para ser modelo tenías que ser una tabla. Engordabas tres kilos y te quedabas fuera de los castings.
Eso no ha cambiado mucho. Bueno, es la realidad. Hay que desestigmatizarla. Como modelo, vives de tu físico, como el futbolista, que se echa unos kilos y no juega el domingo. Yo vi que yo no iba a aguantar y lo dejé. Me quedo con lo positivo.
A saber. No soy hipócrita: la belleza me dio agenda. Tenía la inteligencia natural de saber con quién tenía que estar. Las modelos eran invitadas a eventos, y conoces a cierto círculo social atractivo que te facilita las cosas. Está bien reconocerlo.
No tiene que disculparse. Ni de broma. Tengo 36 años, pero siento que he vivido muchas vidas, y no me quedo con lo negativo que hayan podido escribir de mí. Hubo momentos en que sí me afectaba. Era más joven, tenía a mi familia lejos. Me volví una cebolla, poniendo capas de autoprotección. Pero desde que conocí a Diego perdí todos los pétalos. La seguridad del amor sano, consolidado, la familia unida lo han logrado.
¿Lo suyo con Simeone ha sido una conjunción astral? Un poco sí. Encuentras a una persona que cree y confía en ti, te da la mano y camináis juntos, te va quitando inseguridades.
Me ha citado en este entorno exclusivo para publicitar una recogida solidaria de alimentos. ¿No es una paradoja? Nunca pasé necesidad, pero tengo una familia humilde y trabajadora. Tú ves a esta Carla de La Finca, pero esa Carla salió muy jovencita de Argentina. Soy una persona normal y curranta.
Hay políticos que no ven pobres en Madrid. ¿Usted sí? Si no los ves, eres ciego o no los quieres ver. Siento que tengo un deber social, porque tengo hijas, tengo conciencia, me duele ver eso porque hay gente que le tocó nacer del otro lado y a mí me toco nacer de este, y no soy ni mejor ni peor por ello.
Hay cierto entorno del fútbol adicto a los logos y el lujo. Yo no. Claro que me compro ropa cara, pero también cosas de franquicias. El dinero no te cambia. Para mí es una posibilidad para ser mejor y ayudar, y si no, no has aprendido nada. Para mí el lujo es estar con mi familia con un mate, y la mejor fiesta está en casa con los míos.
¿Le preocupa que sus hijas vivan en una burbuja? No les cuento ningún cuento. Vienen conmigo a la recogida de alimentos. Mis padres viven en la casa de mi niñez, en Paraná, donde no llegaba siempre el agua, y, cuando vamos, nos quedamos allí. Viven la realidad.
¿Qué le sugiere Milei y su motosierra? No me quiero meter ahí. Sí creo que va a haber un cambio. Yo hago lo que puedo. Ayudo en 15 ciudades. Tengo a mi hermana supervisándolo todo. Si no veo, no creo.
Son dos argentinos en casa, ¿se quitan la palabra? No. Diego es la persona que más admiro. Lo he visto quedarse seco y volver a florecer. Darlo todo, porque el fútbol es así: un año estás arriba y otro no, y en eso no vale ni rendirse ni relajarse.
¿Usted también va “partido a partido”? El dicho de Diego está muy trillado, pero es la vida misma. Me crie en un colegio religioso y allí nos decían: “Solo hoy seré feliz, solo hoy lo haré lo mejor posible”. Día a día.
Parece usted terapeuta. Mi hermana es terapeuta en Argentina. Allí hay uno en cada casa. Y si no, un futbolista, o un abogado. O los tres.