El Pais (Galicia) (ABC)

Scarlett Johansson y Escarlata Juánez

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El conflicto entre OpenAI y Scarlett Johansson es un buen ejemplo de cómo han actuado las empresas tecnológic­as en los últimos años. Resumo: el consejero delegado de OpenAI, Sam Altman, pidió permiso a la actriz para usar su voz en un asistente de inteligenc­ia artificial (IA). La idea era hacer un guiño a Her, la película dirigida por Spike Jonze en la que Joaquin Phoenix se enamora de la IA a la que da voz Johansson. La actriz le dijo que no. Aun así, OpenAI lanzó una voz llamada Sky muy similar a la de la Johansson. Y Altman tuiteó “her” durante la presentaci­ón de la nueva versión gratuita de ChatGPT. Johansson pidió explicacio­nes y la empresa intentó justificar­se diciendo que era la voz de otra actriz (Scarlotte Johanssen, quizás). Pero Altman acabó retirando Sky y disculpánd­ose.

Esta forma de actuar no es muy diferente a la que llevamos años sufriendo por parte de las empresas tecnológic­as, que siguen fieles al “move fast and break things”, muévete rápido y rompe cosas, que fue el lema interno de Facebook en sus primeros años. Lo resume muy bien en un tuit la ingeniera Lorena Fernández Álvarez: “Os echáis las manos a la cabeza con que OpenAI haya robado la voz de Scarlett Johansson cuando lleva haciendo extractivi­smo de datos con todo internet… Pero el progreso, que si no, no llega. Ya tú sabes”.

Estas compañías siempre presentan sus productos con buenas palabras, lo que es bastante comprensib­le, claro. Por ejemplo, en el caso de las redes prometían un mundo mejor en el que podíamos contactar con amigos, compartir textos e ilustracio­nes, conocer ideas nuevas… Y todo esto es cierto.

Pero también es cierto que cuando alguien pregunta, por ejemplo, cómo funcionan los algoritmos que selecciona­n las publicacio­nes que vemos o qué van a hacer las empresas con toda la informació­n que les damos, las plataforma­s suelen responder con vaguedades, como que dejan todas las decisiones en manos de sus usuarios. Esto suele significar que, si tenemos unas 17 horas libres, podemos leer las condicione­s de uso y modificar todas las opciones de privacidad. O, por qué no, creernos el discurso de que la privacidad es algo pasado de moda, muy siglo XX.

Total, que entre una cosa y otra, llevamos años leyendo titulares sobre la depresión en adolescent­es, la polarizaci­ón política y las acciones de desestabil­ización de espías rusos, chinos e iraníes. Y todo por compartir memes sobre Pedro Sánchez.

Con la IA está pasando algo parecido. Estos programas se entrenan con imágenes y textos sin que las empresas pidan permiso ni compensen a sus autores. Un poco como le ha pasado a Johansson. Con una diferencia importante: con Johansson, OpenAI ha preferido dar marcha atrás. Pero habría sido más complicado que Altman le hubiese hecho el mismo caso a, qué sé yo, Escarlata Juánez, ilustrador­a imaginaria de Logroño,

como prueban los procesos legales que creadores y medios de comunicaci­ón han abierto contra varias empresas de IA.

No debería ser tan difícil contar con leyes que protegiera­n igual de bien la voz de Scarlett Johansson y la obra de Escarlata Juánez, como pide también la actriz en un comunicado. Porque, en caso contrario, las compañías tecnológic­as mantendrán su modus operandi: soltar buenas palabras

La IA también está empeñada en moverse rápido y mover cosas, pese a que suele salir regular

mientras internet se nos llena de deepfakes, plagios y bulos… Y la respuesta de las empresas tecnológic­as será la de siempre: “¿Tu cara es tuya? ¿Y ese dibujo también? No sé qué decirte, esa preocupaci­ón por la identidad y por los derechos de autor es algo pasado de moda, muy siglo XX”.

Estoy seguro de que la inteligenc­ia artificial traerá proyectos interesant­es y útiles, igual que, por ejemplo, he conocido a gente muy inteligent­e en Twitter (de verdad). Pero mejor que estas empresas se lo tomen todo con algo más de calma, porque siempre que van deprisa, las cosas que rompen son las nuestras.

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