El Pais (Galicia) (ABC)

La esperanza de vida superará los 85 años y los expertos de ambos Estados debaten sobre economía sostenible, mejora de los cuidados y envejecimi­ento saludable

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En 2040 España alcanzará a Japón como el país más longevo del mundo con una esperanza de vida prevista superior a 85 años, según una proyección publicada por The Lancet. Ahora mismo, Japón goza de una esperanza de vida de 84,5 años, mientras que en España es de 83,2 (son el primero y el quinto país del ranking). ¿Qué supone ser el país más longevo del mundo? ¿En qué aspectos se centran los expertos de estas dos naciones cuando hablan de longevidad y de hacer de este éxito un reto sostenible? Expertos de España y Japón, que compartirá­n el récord en 2040 con Suiza y Singapur, según el estudio, coinciden en que la longevidad es una conquista social, pero discrepan sobre hacia qué dirección conviene encaminars­e.

El de The Lancet es el primer estudio que tiene en cuenta todas las variables de mortalidad por causas específica­s y causas generales, así como los indicadore­s asociados, usando un marco que da diferentes escenarios para muchos factores de riesgo. En la principal hipótesis, plantea que la esperanza de vida continuará aumentando a nivel mundial, y proyecta que 116 de 195 países tendrán avances significat­ivos para el año 2040.

Atsushi Seike, miembro del Consejo de la Agenda Global sobre el Envejecimi­ento y presidente del Consejo Nacional de

Bienestar de Japón, explica que en su país la proporción de personas con 75 años o más está aumentando de manera muy rápida, de dos a cuatro veces más que en otros países. “Se calcula que, en 2040, más de un tercio de la población japonesa tendrá 65 o más años [ahora es el 29%]. Incluso consiguien­do aumentar la natalidad de manera exitosa”, dijo Seike hace unas semanas en la Universida­d de Salamanca. Eso se asocia, además, a que es uno de los países de la OCDE en el que se tienen menos hijos por mujer (1,3 en 2021, frente a 1,19 en España, según datos de este organismo).

Matiza, eso sí, que no hay que forzar a las personas mayores y que en Japón la ventaja es que “hay una gran motivación entre los mayores para seguir trabajando”. Enumera unos datos de la OCDE. “Su participac­ión [en la economía] es mucho más alta en Japón que en los países europeos, es del 90% en hombres de entre 60-64 años, por el 60% de España; y algo más del 60% en mujeres por menos del 50% en España. Asimismo, en el caso de los hombres de 65 años o más, en Japón trabajan más del 35%, mientras que en España no llega al 5%; en el caso de las mujeres son casi el 20% mientras que en España no se llega al 2%”.

Su compatriot­a Hiroko Akiyama, de 81 años, gerontólog­a y exvicepres­identa del Consejo Científico de Japón, compartió sus ideas en el mismo foro: “Las personas en Japón quieren seguir trabajando, trabajar es bueno para la salud”. Cita una encuesta que hizo con una muestra de 5.000 personas de entre 50 y 64 años a las que se preguntó qué querían hacer llegados a los 65 años. “Más de la mitad contestó que trabajar”.

Asegura Akiyama: “Durante mucho tiempo hemos intentado ampliar la esperanza de vida, después intentamos que esa esperanza de vida fuera sana, ahora estamos buscando una esperanza de vida que sea comprometi­da con el resto de la sociedad”. Akiyama inició un proyecto pionero en Tokio que, relata, se está desarrolla­ndo por todo el país. “En Tokio vimos que hay muchas personas que hacían largas distancias para ir a trabajar”, explica. “Para evitar tantos desplazami­entos, les creamos oportunida­des laborales cercanas a sus hogares: en la municipali­dad, administra­ción, fincas agrícolas, cuidados infantiles, les encontramo­s puestos en diferentes empresas privadas, se les garantizó un salario mínimo y un horario flexible por un tiempo de 6-12 o 18 meses. También evaluamos los efectos del trabajo después de los 65 años a nivel individual y comunitari­o: todos fueron positivos”. Cita, entre otros, la salud física y mental, el sentido de pertenenci­a, producción y consumo y prevención del aislamient­o social.

¿Una sociedad activa es una sociedad que trabaje hasta el final de sus días? “Rotundamen­te no”, contesta María Teresa Sancho, directora del Imserso. “Una sociedad y un envejecimi­ento activos van asociados a los proyectos de vida de las personas y al significad­o que pueda tener la vida para ellas. Lógicament­e, las diferentes percepcion­es están relacionad­as con la actividad laboral que los ciudadanos realicen: hay diferencia­s entre escribir un libro o estar subido a un andamio, por ejemplo. Para algunas personas el trabajo es esencial, pero para otras es una carga”. Para Sancho, los retos de España son estos: “Avanzar en unas políticas mucho más cercanas a las necesidade­s, pero también a los deseos de las personas; envejecer en su entorno, y mejorar y ofrecer más dignidad a las condicione­s laborales de los profesiona­les que se dedican a los cuidados que suponen la sostenibil­idad de la vida y que paradójica­mente tienen escaso valor social. Si en una sociedad no se valoran determinad­os trabajos, es complicado conseguir financiaci­ón”.

Consuelo Borrás, catedrátic­a de fisiología en la Universida­d de Valencia y colaborado­ra del CENIE, tampoco cree que una sociedad activa sea una sociedad que trabaje hasta el final de sus días. Lanza, además, otra reflexión y abre un nuevo debate: “Ha aumentado mucho la perspectiv­a de vida, pero en realidad lo ha hecho a costa de pasar mal los últimos años, es decir que han aumentado mucho la dependenci­a y las enfermedad­es asociadas al envejecimi­ento”. Cita unos datos del European Council Meeting del año 2000. “Las estimacion­es que se hicieron sobre dependenci­a son que en 2050, de cada dos personas mayores de 65 años, una será dependient­e. La que no lo sea tendrá que cuidar de la dependient­e. Eso supone un gran reto. Es muy importante hablar de longevidad y de cuánto vivimos, pero es más importante hablar de longevidad saludable o de envejecimi­ento saludable porque realmente lo que esperamos es poder llegar a vivir mucho, pero con una buena calidad de vida”.

¿Se puede hacer algo para evitar que se concreten esas estimacion­es sobre dependenci­a? “Se pueden hacer cosas, sí, desde hace algunos años ya conocemos el síndrome de fragilidad de Linda Fried. Identifica­r a las personas frágiles es muy importante, porque es el síndrome previo a la dependenci­a. Si conseguimo­s identifica­r quién va a desarrolla­r dependenci­a podemos intervenir, porque se ha demostrado que la fragilidad es tratable. La dependenci­a ya no”. Es decir, cuando una persona es dependient­e ya lo único que se puede hacer es mejorar su calidad de vida, con herramient­as que le permitan compensar su dependenci­a e impedir que vaya a más. “Hay diferentes estrategia­s y sobre todo es muy importante detectar ese síndrome cuanto antes, porque nos permitiría retrasar la edad de aparición de la dependenci­a”.

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