Cien veces vive y muere
El Museo Picasso de Málaga se sumerge en el trabajo de Bruce Nauman, en la mayor retrospectiva en España desde hace 25 años
Bruce Nauman (Fort Wayne, 1941) atesora en la memoria uno de los pasajes de su infancia que más emoción le producen todavía hoy. Tiene que ver con su abuelo y sus trucos de magia. Aunque trabajaba en una fábrica llena de máquinas, cuando llegaba a casa siempre le pedía que fuera a la cocina a por un puñado de manzanas y plátanos, y entonces los hacía desaparecer. Nauman se lo explica a Michele de Angelus en una entrevista que recoge el libro Please, Pay Attention Please, traducido ahora al español con motivo de esta exposición. Una absoluta rareza si tenemos en cuenta que el artista siempre ha sido muy reticente a hablar de su vida y de su trabajo. No da entrevistas y no quiere saber nada del circo artístico. Vive alejado de todo en Galisteo, a las afueras de Santa Fe, en Nuevo México, a pocos kilómetros de las margaritas de pomelo y varias tiendas que venden cabañas de adobe en miniatura. Cualquier idea de centro parece inexistente y en torno a ella gravitamos sin poder localizarlo, ni a él, ni a las manzanas de su abuelo.
Sobre dicha ausencia no ha parado de girar el trabajo de Bruce Nauman desde el comienzo de su carrera. Sobre la ausencia de un luprimer
simétrico en el que descansar. Una ausencia que clama la necesidad de una centralidad, y una centralidad que, en rigor, nunca se da porque no existe. De ahí sus espacios vacíos iluminados, como Yellow Room (Triangular), de 1973, un vacío que supuestamente es el centro. Un centro que supuestamente eres tú dentro de ese espacio vacío. Igual que una foto metida en una caja. Igual que un recuerdo guardado en el inconsciente. Un desequilibrio metaestable. Simple y denso. Pretendidamente intenso.
Es una de las obras estrella de esta magnífica exposición organizada por el Museo Picasso de Málaga, su mayor retrospectiva en España desde su paso por el Museo Reina Sofía en 1993. El proyecto se suma así a la reciente revisión de su trabajo a nivel internacional, con la gran antológica el año pasado celebrada en el Schaulager de Basilea y el MOMA de Nueva York. A la habitación amarilla se suman laberintos, recorridos claustrofóbicos, situaciones de vigilancia y de sobrecarga emocional, y una buena ristra de cacofonías de imágenes y de sonidos. La exposición juega con disposiciones anormales, inhabitables, con iluminaciones incómodas, profundamente disfuncionales y que como espectadores nos vemos obligados a asumir, a encajar casi a contracuerpo.
Nauman es experto en esa postura de la estatuaria griega clásica, en cuya distribución del peso corporal se destaca la contraposición de calma y movimiento, un paradigma que tuvo plena validez en la escultura durante siglos, y especialmente en el Renacimiento. Con todo el influjo del arte conceptual que sobrevolaba su cabeza, era lógico que la escultura abandonara su estatismo y se pusiera en movimiento. En 1968 procedió a pasearse en contrapposto y con las manos entrelazadas detrás de la nuca por un angosto pasadizo de 50 centímetros de anchura instalado en su taller. Era Walk With Contrapposto, que rodó con cámara fija y cuya arquitectura formó su
A sus casi 78 años y con varios achaques encima, Nauman sigue trabajando sobre la muerte y el morir
El artista habla de límites, raspándolos. Los estabiliza exacerbándolos, tomando al espectador como rehén
performance corridor o pasillo para performances. Nauman se choca contra las paredes y sentimos empatía con ese cuerpo que desafía al espacio en un ejercicio arduo y cómico. Intenta mantener sus piernas en un ángulo de 90 grados y pivota alternativamente sobre ellas. Al final, no consigue más que andar en círculos, sin avanzar. Una obra mítica que encontramos en la exposición, como también los Corridor Installation (1970), donde el especgar tador hace las veces de vigilado, y otras, donde somos vigilados por un vigilante invisible.
La autorreferencia es una posibilidad de lenguaje que Bruce Nauman explota a fondo en muchas de sus obras, que no están exentas de componentes lingüísticos. Hace algo así como devolvernos a modo verbal, a una vivencia más primitiva de la lengua, en la que la presencia de significante se vuelve más espesa, como cuando tratamos de encontrar el modo de explicar algo inexplicable y entramos en una espiral. La que nos recibe en la muestra nos lleva de nuevo al pasado, a 1967, cuando el artista se pasaba la vida en su estudio de San Francisco fascinado por las acciones de una simplicidad extrema, casi obsesiva. Un anuncio de cerveza colgado en una tienda de comestibles leído por Nauman al revés le llevó a hacer otra de sus obras icónicas, The True Artist Helps the World by Revealing Mystic Truths (El verdadero artista ayuda al mundo revelando verdades místicas), una espiral de neón convertida en declaración de intenciones, redundante en apariencia y algo incómoda, y donde el sentido de lo que es un artista también parece desaparecer.