El Pais (Madrid) - Icon Design

Lázaro Rosa-Violán

Hablamos con el hombre que lo hace todo (bien) en el interioris­mo español

- Nacho Alegre Texto y fotografía

Me gustaría hablar de su estudio, de cómo trabaja. De su estilo ya se ha hablado un montón. ¿Pero qué estilo? ¡En mi estilo no hay estilo!

Bueno, uno tiene un gesto aunque haga cosas muy diferentes, ¿no?

Supongo que es como la mano del pintor. Picasso podía hacer todo lo que quería, ¿no? Podía atacar muchos estilos, pero el trazo lo hacía reconocibl­e. A veces la gente se piensa que el estilo es hacer siempre lo mismo o de la misma manera. Está más allá de eso.

¿Cuántos proyectos puede estar manejando?

Si juntamos todo, unos 300. Se solapan obras que están en marcha con otra que se están acabando. Esta semana inauguro no sé cuántas cosas, pero con algunas llevo un año y pico. Todo se junta. La semana pasada visité Milán, Londres y Viena en dos días.

¿Y ahora mismo en qué está?

Estamos rehaciendo el Hotel Pulitzer de Barcelona. Tiene 15 años ya, pero creo que es el hotel que ha durado más tiempo con una misma decoración sin verse pasado de moda. He sido yo quien ha insistido en rehacerlo, porque los dueños todavía lo ven bien. Y es verdad que se ve bien, pero, ¿no apetece darle un cambio?

Nota que respecto hace 15 años, su opinión... Yo pienso lo mismo que hace 15 años, ¿eh?

Seguro, pero...

Por ejemplo, yo siempre estaba reciclando cosas porque muchas veces no teníamos un duro. Pues mira, ahora todo el mundo recicla. Sin excepción. Hasta los que me ponían verde lo hacen. Ja, ja, sí, pero ¿nota que tiene más autoridad? ¿Disfruta de más control global sobre los proyectos que hace?

Lo bueno es que ahora me hacen caso a la primera. Sí, estoy mejor considerad­o, y a veces es una exageració­n, como cuando me describen como “el gurú de no sé qué”. Pero, bueno, a mí ya me va bien. Creo que, al final, los proyectos, cuánto más redondos sean, mejor. Es mejor evitar concentrar­se en que un sitio sea bonito, si luego se come fatal o te atienden mal.

Imagino que cuando hizo el Pulitzer tenía un equipo pequeño.

Éramos mi hermana y yo. Mi hermana todavía trabaja conmigo. Acababa de salir de la carrera, ella llevaba los números, y luego contratamo­s a un amigo nuestro porque pensamos: “Tenemos que coger a alguien que lleve el día a día de la producción, pero tiene que ser alguien que no nos dé pereza ver todos los días”. También teníamos un arquitecto. Y ahí nació nuestro concepto de estudio, con algo que muchos no tienen, por no decir ninguno: un departamen­to de producción.

¿Qué es producción?

Son los que se ocupan de que las cosas pasen, la gente que hace que todo esté en su sitio el día que tiene que estar. Quienes evitan que caiga todo en las manos de arquitecto­s o de los directores de proyecto, que para ellos es un estrés añadido. Y mira que a mí lo que más me gusta del mundo es meterme en producción. Ir a anticuario­s, buscar, hablar con industrial­es, ir a las fábricas... Lo disfruto mucho más que hacer visitas de obra. Pero, claro, entiendo que esto es mucho más resolutivo y es donde tengo que estar.

¿Y cómo consigue que lo que acomete se vea real y nunca demasiado perfecto? ¿Y que todo parezca hecho por la misma mano?

No sé, son muchas cosas. Aquí, casi todos los chicos son arquitecto­s. Tienen una visión muy académica, pero yo intento que sean más abiertos. No sé si me explico. Yo he visto arrancar suelos enteros porque algo no estaba perfecto, y luego dices: “¿Pero quién se va a fijar en eso? ¿Te fijas tú?”. Si la línea era una recta y al final no puede serlo porque la cubierta no lo permite, pues en vez de rehacer la cubierta le ponemos una lámpara para que la gente se entretenga mirando la lámpara. Si hay recursos que no llegan, pues los cambiamos, o montamos otra historia.

A lo que me refería es a que todo parece que lo haya desarrolla­do una persona y no un equipo de 30, o las que sean. A veces parece incluso que lo ha hecho el dueño.

Para mí, lo más importante cuando viene alguien a pedirnos una casa es que después, cuando vayan sus amigos a verla, sea su casa. A mí me da igual que digan que la he hecho yo o no, lo que quiero es que sea suya y que ellos tengan una sensación real de que se la han hecho. Yo creo que no les impongo nada, más bien al contrario. Hombre, si me vienen con una barbaridad, sí, pero ese es mi trabajo.

¿Alguna vez le ha pasado?

Hace poco que hemos hecho una casa en Irlanda y la señora tenía unos chester de piel color rosa que compró en su día, cuando se casó. Ella tiene pasta suficiente como para retapizarl­os, tirarlos por la ventana o ponerse una avioneta en el salón, pero quería sus chesters. En el despacho los pretendían esconder en una sala de billar en el sótano, pero les dije: “En la sala de billar, no. Si le gustan, los ponemos en su suite”. Y al final me tuvieron que dar la razón, porque quedan bien. Ajustamos todo, lo engamamos todo en tonos mantequill­a un poco polvorient­os, y los sofás quedaron como hechos a medida. Ahora vamos a publicar esa casa en World of interiors. Con los chesters rosas.

Algo caracterís­tico es que pocas veces se ven diseños comerciale­s en sus obras.

Tengo la manía de customizar todo. Aunque sea el molinillo de café de toda la vida. Que el soporte vaya enganchado con dos poleas, por ejemplo. Algo se me tiene que ocurrir para que no sea igual que el anterior. Diseñamos de todo. Papeles pintados, telas, lámparas. El año pasado salieron del despacho alrededor de 3.000 lámparas distintas. Y ese número correspond­e a una necesidad. No producimos porque sí.

También diseña para marcas.

Llevamos la dirección de arte de cinco coleccione­s de Güell Lamadrid, y diseñamos para Artemide, Me- talarte, Formani, Porcelanos­a... Cuanto más grande sea la empresa, mejor.

¡Sí señor!

Yo quiero ver mis cosas en los sitios, no quiero una colección para salir en prensa. Que se venda, que a la gente le apetezca ponerla.

Tendrá una red de artesanos y proveedore­s increíble. ¿Cómo hace cuando trabaja fuera? Nuestra primera función es averiguar con qué recursos contamos en cada sitio para intentar hacer lo máximo allí. Si no es posible porque no son buenos, o lo que sea, tenemos que hallar la manera. Y si luego eso repercute en los presupuest­os, hay que buscarle un encaje en otras partidas, o eliminarla­s, o darle el rollito con otra cosa.

¿Cuánta gente trabaja en su estudio? Unos 150, y seguimos creciendo.

Pese a todo este trabajo, usted no aparece mucho en los medios.

Mucha gente no me pone cara porque ni voy a fiestas ni voy a nada, y si salgo un día en un photocall es porque me pillan de paso o porque inauguramo­s un local. Y soy testigo de muchos comentario­s sobre mí, porque como no me ponen cara...

¿Se mira demasiado lo que hacen los demás?

El tema de la informació­n es espectacul­ar. Sabes al momento qué ha hecho fulano en tal sitio, dos clics y ahí lo tienes. Creo que recorta un poco la imaginació­n. Y hay tendencias, claro que hay tendencias, pero hombre, intento estudiar más. Siempre lo he dicho, es más comercial ser original.

Le copian mucho, ¿no?

¡Muchísimo! En España hay tres o cuatro de estos que lo copian todo, van a saco. Yo voy al sitio y me quedo como acojonado, me da apuro. A mí, que debería cabrearme, me da como vergüenza. En el estudio los llaman lazaruelos.

¿Lazaruelos?

Viene de cuando hicimos el Pulitzer. No había dinero para cuadros y yo quería poner algo tipo Palazuelo, que me encanta. Como no podía, le dije a Marc, el diseñador gráfico, “venga, tu primer trabajo es hacer los Palazuelos” [risas]. Que no eran copias, pero eran unas piezas en gran formato un poco inspiradas en él.

¿Y no le piden que se copie a sí mismo?

¡Claro! Pero, bueno, vas haciendo propuestas y en el transcurso del proyecto este va cogiendo su identidad. Yo trabajo por capas. Como un pintor, ¿no? Vas añadiendo capas y capas, y al final, ¡sorpresa!

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