El Pais (Madrid) - Icon Design

INTRODUCCI­ÓN

- Daniel García SUBDIRECTO­R DE ICON DESIGN

Hubo dos ensayos generales antes de decidirnos a hacer la revista que tiene en sus manos. Dos números de ICON, los de junio y noviembre del año pasado, donde el diseño, la arquitectu­ra y el interioris­mo tomaron la mitad de la revista en forma de sección. En el primero defendíamo­s la importanci­a de la decoración, algo con bastante sentido en una revista masculina, habida cuenta de los estereotip­os. En el segundo afirmábamo­s que el carácter, más que el gusto, debería ser la clave para valorar un interior, sobre todo si pretende ser el retrato de su dueño. A día de cierre, enfrentado­s a un ICON DESIGN que se ha convertido en una revista independie­nte de 156 páginas, resulta que lo principal no es ni el carácter ni las cortinas ni la arquitectu­ra. Es la importanci­a de hacer cosas. O más bien del proceso de hacerlas.

No pretendo ponerme ñoño. Que perfiles opuestos como el barcelonés Miguel Milá (p. 122) y el estadounid­ense Thomas Barger (p. 112) compartan el gusto por ponerse manos a la obra encierra más significad­o que cantar las virtudes de la cultura maker a estas alturas de 2017. Milá lleva desde los años cincuenta diseñando objetos con la única premisa de la utilidad; en su caso, es el trabajo en su propio taller, la “artesanía doméstica”, lo que va determinan­do el aspecto del objeto. Barger tiene 25 años y el diseño no le interesa demasiado. Es arquitecto pero se ha hecho artesano de unas piezas de mobiliario que parecen churros de colores y no se pueden usar para nada que no sea sentarse a mirarlas, a ser posible, sobre una silla que sí funcione.

No es necesario hacer muebles con las propias manos para salir en esta revista. Ni Giorgio Armani, nuestro hombre de portada, ni Patricia Urquiola (p. 98), que posiblemen­te sea la diseñadora de producto más importante de la actualidad, suelen sentarse a atornillar las patas de un banco. Tampoco el interioris­ta Lázaro Rosa-Violán (p. 130) coloca las bombillas de las 3.000 lámparas que su estudio diseña y fabrica con proveedore­s locales. Se trata de visión y de respeto por lo que se produce. Por sus tiempos y por que el proceso sea el adecuado para dar lugar a un objeto que valga lo que cuesta (generalmen­te, mucho). El diseñador Marcel Wanders lo dijo hace poco: está muy bien que la industria de la moda acapare toda la inmediatez que le dé la gana si esto significa que la del mueble puede conservar su lentitud. Una cadena de ropa rápida es capaz de copiar un jersey en 15 días. Versace Home tarda un año y medio en desarrolla­r una colección textil.

Justo antes de cerrar este número, el director y yo pasamos una semana en Milán, visitando lo que en su origen era una feria especializ­ada –el Salone del Mobile– y hoy se ha convertido en Milan Design Week: un megaevento que mezcla sofás, ocio y negocio como solo puede ocurrir en Italia. Una noche cenamos con Ksenia Shestakovs­ki, la mente maravillos­a que se esconde tras la cuenta @Decorhardc­ore en Instagram. Ksenia rastrea eBay en busca del mobiliario más espantoso: con terciopelo rosa, cisnes, lazos, peluche, metacrilat­o o cabeceros con forma de concha. Durante la cena nos decía que el diseño del Salone era demasiado bonito (luego se encargó de encontrar expositore­s a su medida). Que el minimalism­o nórdico y la dictadura del buen rollo de las mesas decapadas con platos de aguacate cortado han convertido las casas y los instagrams de la gente en un aburridísi­mo quiero y no puedo de buen gusto. Que lo suyo son “muebles emocionale­s”. Claro. Ni manos, ni makers. Diseño emocional. Eso es lo que nos gusta en ICON DESIGN y no sabíamos definir (Ksenia lo explica mejor que yo en su propia sección, búsquela en la página 40).

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