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El arquitecto brasileño llega a Madrid

El arquitecto brasileño Marcio Kogan, conocido por su hábil gestión de la luz y los espacios diáfanos, aterriza en Madrid con su primer proyecto residencia­l de lujo en España

- KINO VERDÚ

Kogan está sentado en un taburete situado en uno de los jardines de su urbanizaci­ón privada de lujo (él la llama village), que ha desarrolla­do para Caledonian, salpicada de viviendas unifamilia­res como cubos rebosantes de luz. Su pelo blanco y su barba, también blanca, contrastan con la camisa negra que lleva puesta. Kogan es un referente de la arquitectu­ra contemporá­nea, pero de esa que bebe de lo social. Cercana a lo humano y a años luz de obras faraónicas. “No me gusta lo de arquitecto estrella”, confiesa. “Me gusta vivir con humildad. Prefiero tener un perfil bajo muy alto. En las grandes obras sueles perder el control, se te va de las manos, y yo soy un perfeccion­ista compulsivo. Además, en nuestro estudio no tenemos una excesiva preocupaci­ón monetaria. Lo primero es hacer algo con amor, bien llevado a cabo. Me atraen los proyectos pequeños y bonitos”.

Tampoco arremete contra esas grandes figuras. “Hay casos como el de Norman Foster, que tiene un estudio muy grande y al mismo tiempo ha conseguido mantener la calidad. Sin embargo, muchos estudios crecieron muy rápido y perdieron el vínculo entre la arquitectu­ra y cómo vive la gente en la ciudad”. Reconoce que la identidad de sus diseños proviene del movimiento moderno brasileño, en el que reinaba Niemeyer, “pero con una mirada contemporá­nea y tecnológic­a”. Se mantiene alejado de corruptela­s, grandes constructo­ras y obras públicas, “aunque esas cosas, en Brasil, no les afectan a los arquitecto­s. Ten en cuenta que durante los años de la dictadura la mayoría fueron apartados de esas obras porque eran comunistas. Niemeyer fue la excepción porque era uno de los grandes”. Kogan fue director de cine (un proyecto le arruinó por completo) y diseñador de mobiliario (“a eso nos enseñan a los arquitecto­s: a diseñar”). Es atípico hasta si le preguntas sobre la venerada ciudad de Brasilia: “Es una ciudad pensada para los coches, no para moverte andando. Una vez, al salir de un hotel, como no había manera de ir a ningún sitio sin coche, nos quedamos en el bar del lobby tomando pan con queso”. No siente lo mismo hacia São Paulo, la ciudad donde nació, vive y trabaja: “Es caótica, sin planificac­ión, cualquier edificio es muy feo y el tráfico es absurdo, pero al final te acaba gustando. Es mágica y te atrapa. Ha ido surgiendo así, sin planes, no como París o Madrid”. Aprendamos del caos, pues.

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