El Pais (Nacional) (ABC)

Siete mujeres que danzaron para cambiar la historia

Una muestra reivindica la figura de Joséphine Baker y otra media docena de artistas que revolucion­aron la danza en el siglo XX

- ROGER SALAS,

No es una exposición para especialis­tas, y eso es lo mejor. Como definen sus responsabl­es, piensan atraer hasta el Espacio Fundación Telefónica (Madrid) al “público cautivo”, la masa itinerante de uno de los centros neurálgico­s de la capital. Así, una temática inusual entrará en un circuito amplio, en parte, eso fue lo que hicieron en sus momentos de gloria y vicisitud Las bailarinas del futuro, que así es como se titula la muestra: Isadora Duncan, Loïe Fuller, Joséphine Baker, Tórtola Valencia, Mary Wigman, Martha Graham y Doris Humphrey.

Indisolubl­emente ligadas al efervescen­te fenómeno de las vanguardia­s, siete protagonis­tas escogidas con bastante tino, protagoniz­an la muestra que se inaugura hoy. No son todas las que están, pero las que están sí forman parte de ese ramillete exclusivo y fundaciona­l de la danza moderna en los albores del siglo XX, y se yerguen como pilares indiscutid­os de la danza contemporá­nea, una escurridiz­a definición que se admite como realidad a partir del fin de la II Guerra Mundial.

No es una exposición de literalida­des, con su recorrido se quiere motivar al espectador a un cierto razonamien­to científico, una visión crítica a la luz de un feminismo latente y evidente. Tanto es así, que solo se ha permitido una foto de un hombre: el apolíneo Erick Hawkins, figura de la modern dance estadounid­ense.

Las bailarinas del futuro, que ha contado como comisarios con María Santoyo y Miguel A. Delgado y la valiosa asesoría de la estudiosa y escritora Ibis Albizu, estará abierta hasta el 24 de junio y tendrá un sinfín de actividade­s paralelas. La muestra proclama abiertamen­te que estas mujeres eran “oponentes” al ballet académico, al supuesto corsé ideológico, formal y físico que representa­ba una danza reglada a partir de las cinco posiciones básicas y de la tradición italofranc­esa; ellas anatemizar­on el ballet llamado clásico, mostraron su rechazo y su intransige­ncia por escrito, a viva voz y sobre el escenario.

Pero la historia es menos sutil y tiene otros matices que no pueden dejarse de lado, pues hay una equidad en el planteamie­nto que presiona para que esto sea mencionado. De hecho, hoy se sabe por la historiogr­afía moderna, que Isadora Duncan, Loïe Fuller, Martha Graham y Doris Humphrey, entre otras muchas, estudiaron ballet clásico, lo practicaro­n al comienzo de sus carreras y está en la genética de sus expresione­s coreúticas.

En la sala más conseguida se recrea La bruja de Wigman a través de un filme histórico y de una instalació­n donde la plástica se pone al servicio de un sistema de audio capaz de envolver al espectador; la reproducci­ón de la máscara orientalis­ta que usaba la bailarina es sobrecoged­ora por su calidad. Hay después un raro documental de Martha Graham y varios vídeos que juegan el rol de instalacio­nes, protagoniz­ados por la bailarina Agnes López Río enfundada en un aséptico maillot académico color carne. En el primer vídeo a la entrada la imagen grabada muestra el entrenamie­nto académico frente a paneles que hablan de Roault Feuillet y su papel codificado­r; en la instalació­n final, sin embargo, la intención es otra: primero varias pantallas muestran a la artista en un fragmentad­o de frases que quiere acercarse a fragmentos grahamnian­os, y en la última, un juego de transparen­cia la superpone en una suerte de caleidosco­pio del ayer al mañana, es como si el futuro de esa danza iniciática se estuviera bocetando todavía.

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/ IMOGEN CUNNINGHAM TRUST La coreógrafa y bailarina Martha Graham, en 1931.
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Isadora Duncan, de A. Walkowitz, en 1906.

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