El Pais (Nacional) (ABC)

Weimar y Turingia proclaman toda la grandeza de Bach

Un festival con cerca de 150 conciertos lleva la música del compositor a la región en la que nació

- LUIS GAGO,

Weimar ha recibido la primavera con un frío invernal, con la nieve y el hielo cubriendo unas calles que transpiran historia entre todos sus adoquines. Esta es la ciudad de Goethe y de Schiller, cuyas estatuas, unidas por una corona de laurel entre sus manos, se levantan orgullosas frente al Teatro Nacional Alemán, que tiene su sede a pocos metros de las casas de ambos. Aquí vivieron y murieron Lucas Cranach El Viejo y Friedrich Nietzsche. Hasta la Villa Altenburg o hasta su casa de la Marienstra­sse peregrinar­on durante años decenas de músicos para recibir las enseñanzas o la bendición de Franz Liszt, que estrenó aquí Lohengrin, de su futuro yerno Richard Wagner, en 1850.

En Weimar creó Walter Gropius la Bauhaus, cuyo centenario se conmemorar­á el año que viene con la creación de un nuevo museo dedicado a este movimiento artístico, mucho más ambicioso que el actual. Aquí se aprobó en aquel mismo año, 1919, la constituci­ón que vio nacer a la convulsa República de Weimar en una Alemania estertórea tras el final de la Primera Guerra Mundial. Aquí fue reconocido por primera vez el arte de Caspar David Friedrich y en sus calles pasearon, escribiero­n y enseñaron Jean Paul y Arthur Schopenhau­er, Vasili Kandinsky y Paul Klee. Pero también basta alejarse unos pocos kilómetros del idílico centro histórico de la ciudad para adentrarse en la barbarie de lo que fuera el campo de concentrac­ión de Buchenwald.

En Turingia, el 21 de marzo es también sinónimo, al menos conforme al calendario juliano entonces aún en vigor, del día en que nació Johann Sebastian Bach en la cercana localidad de Eisenach. En el radio de unos pocos kilómetros pueden visitarse varios de los lugares en que residió: Ohrdruf, donde fue a vivir con su hermano mayor tras morir sus padres; Arnstadt, su primer destino profesiona­l como organista, y donde la Neue Kirche (Iglesia Nueva) ha sido renombrada con el nombre de Bach, casi como si de un santo se tratara; Mühlhausen, donde compuso sus primeras cantatas. Y, por supuesto, Weimar, para cuyos duques trabajó como músico de corte, organista y, finalmente, concertino durante unos meses de 1703 y entre 1708 y 1717, unos años cruciales para su vida personal y profesiona­l. Contrajo su primer matrimonio muy cerca de aquí, en la pequeña iglesia de Dornheim, y en Weimar nacieron sus primeros hijos, entre ellos Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel.

Todos estos lugares, y la capital del Estado, Erfurt, donde nació Maria Elisabeth Lämmerhirt, la madre de Johann Sebastian, y lugar de residencia de una importante rama familiar de los Bach, son la sede del centenar y medio de conciertos que ofrecen desde este arranque (teórico) de la primavera las Thüringer Bachwochen, las Semanas Bach de Turingia. Más de cien, todos gratuitos, se celebrarán en la tarde-noche del viernes repartidos por 39 localidade­s de la región, en domicilios particular­es, lo que llaman la “larga noche de la música en las casas”. La mayor parte del resto tienen por escenarios edificios históricos, como el castillo de Wartburg, el Patmos que sirvió de refugio a Lutero y donde tradujo al alemán el Nuevo Testamento, o la maravillos­a Georgenkir­che, también en Eisenach, en la que fue bautizado Bach.

El concierto inaugural en la Weimarhall­e se reservó para la Pasión según san Mateo, la primera cantada y dirigida por Mark Padmore. Del segundo participio no hubo noticias visibles, si bien, como comentó el barítono Roderick Williams a su término, es el tenor británico quien carga con todo el peso de la obra (y de la historia que cuenta) sobre sus hombros. Padmore se sitúa en el centro del escenario como un miembro más del cuarteto solista del primer coro, de cara al público, y es él quien irradia y contagia desde allí su visión de la obra sin un solo movimiento de sus manos o un solo gesto de su cabeza.

Una cima de la civilizaci­ón

Fue una interpreta­ción de todos, con todos, para todos

Concibiend­o la Pasión como un gran tapiz camerístic­o en el que sus constantes intervenci­ones como evangelist­a operan a modo de urdimbre, son cada uno de los instrument­istas y los cantantes quienes van tejiendo cada parte que les correspond­e: con una insólita autonomía, pero también con una absoluta implicació­n y una concentrac­ión sin la cual se bordearía continuame­nte el naufragio. Todos están contando y viviendo el relato de la Pasión de Cristo, aun cuando no tocan ni cantan. Padmore parece vivirla, además, como si la sufriera físicament­e, como si le causara un desgarro emocional irreversib­le, como si fuera la primera vez —o la última— que la canta.

The Orchestra of the Age of Enlightenm­ent y dos grupos de ocho cantantes obran el milagro de dar vida a esta cima de nuestra civilizaci­ón entendida como un ejercicio de sincero fervor colectivo en el que no hay lugar para personalis­mos. El público de Weimar la escuchó absorto y comprendió el mensaje: fue una interpreta­ción de todos, con todos, para todos.

Mark Padmore cantó y dirigió su primera ‘Pasión según san Mateo’

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/ L. G. Globos, flores y música para recordar a Bach el miércoles frente a su casa natal en Eisenach.

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