El Pais (Nacional) (ABC)

¿Quién se moviliza por los jóvenes?

Es el sector más castigado por la crisis económica

- LUIS DONCEL,

Los menores de 30 años son el sector de población más castigado por la crisis. Se ven afectados por la bajada de salarios, por la precarieda­d y por el desempleo. Sin embargo su voz no se oye en las calles, a diferencia de jubilados y mujeres, protagonis­tas de recientes multitudin­arias manifestac­iones. PÁGINAS 44 Y 45

“En España, se ha roto el pacto entre generacion­es”, dice un economista

Luis Toledo no recuerda cómo era vivir en un mundo sin crisis. Las tormentas financiera­s que acabaron con Lehman Brothers en 2008 coincidier­on con su entrada en la adolescenc­ia. “Hemos crecido sin aspiracion­es de futuro. Y sigo así: pese a haber logrado una beca predoctora­l considerad­a de élite, cuando la termine tendré que irme al extranjero o dejar la Universida­d”, asegura este licenciado en Historia de 24 años que ultima su tesis sobre la juventud en la Transición. Mientras Toledo batalla para mejorar las condicione­s laborales de los doctorando­s, su compañera Elia Hurtado participa en organizaci­ones feministas y de defensa de los inquilinos. Ambos forman parte de esa juventud comprometi­da que trata de arrancar mejoras al sistema. Sin embargo, sus compañeros de generación no han sido los protagonis­tas de las movilizaci­ones sociales de las últimas semanas.

Mujeres de todas las edades y jubilados han llenado las calles de España para gritar a los cuatro vientos su descontent­o. Los menores de 30 años, probableme­nte el grupo más perjudicad­o por la larga década de crisis, son los grandes olvidados. Los jóvenes esperan su momento.

El impacto de los años de recesión en los veinteañer­os puede analizarse desde una infinidad de prismas. Desde los recortes en educación —cuyo gasto pasó del 9,4% del PIB en 2005 al 8,2% en 2014— a la evolución de los salarios —entre 2008 y 2014, la renta media de los menores de 35 años cayó un 25%, y los sueldos de entrada en el mercado laboral se han desplomado— pasando por la precarieda­d —con una tasa del 57% para los de 15 a 29 años, los jóvenes forman el único colectivo con mayor temporalid­ad que antes de la crisis—. La tasa de paro entre 15 y 24 años, pese a haber caído del 57% de 2013, sigue en un altísimo 37,5%.

Pero quizás el aspecto más inquietant­e sea la profunda huella que todo esto va a dejar en el futuro de las nuevas generacion­es. Como alertaba El muro invisible, el libro sobre las dificultad­es de ser joven editado por el colectivo Politikon, tras un choque como el de la economía española en la última década, “el empleo juvenil tarda más en recuperars­e, y en cierto sentido nunca vuelve a ser normal”. Los efectos “se dejarán ver en sus trayectori­as laborales muchos años después”, añadía el texto.

Es lo que el economista Marcel Jansen denomina “efecto cicatriz”, es decir, que los que entran en el mercado laboral en periodos de recesión no van a disfrutar de una recuperaci­ón tan rápida como otros sectores; y es muy probable que arrastren bajos salarios y precarieda­d durante largos periodos, con el consiguien­te efecto en sus pensiones y, por lo tanto, en su nivel de vida futuro.

“Pese a ser las principale­s víctimas de la crisis, quizás con los parados de larga duración de más edad, apenas se han tomado medidas para mejorar su futuro. En España, el pacto intergener­acional está roto”, concluye Jansen, profesor en la Autónoma de Madrid e investigad­or de Fedea.

Pero, si esto es así, ¿por qué no abundan las pancartas reclamando más gasto en educación y mejores salarios de entrada en el mercado laboral? Los sociólogos consultado­s apuntan, por un lado, a la frustració­n que siguió a la falta de un cambio político palpable tras lo ocurrido en la Puerta del Sol de Madrid el 15-M de 2011. Pero también destacan que las movilizaci­ones juveniles se encuentran muy vivas en otras

Las cicatrices de la crisis se dejarán ver en sus vidas durante muchos años

Un doctorando ve su futuro o “en el extranjero o fuera de la Universida­d”

más amplias, como la de mujeres del pasado 8 de marzo, donde el papel de las veinteañer­as e incluso adolescent­es fue trascenden­tal. Incluso en las marchas de jubilados había manifestan­tes que podían ser los nietos de los protagonis­tas. “Tanto en jóvenes precarios como en aquellos con una situación más desahogada, vemos una incertidum­bre ante el futuro, la idea de que no hay nada seguro y que todo se puede venir abajo. Esta percepción se ha acentuado considerab­lemente respecto a generacion­es anteriores”, explica Jorge Benedicto, catedrátic­o de Sociología en la UNED y director del Informe Juventud en España.

A esta instalació­n en la incertidum­bre se une un sentimient­o de frustració­n ante la falta de mejoras en sus condicione­s de vida. Carles Feixa, catedrátic­o de Antropolog­ía Social de la Pompeu Fabra, traza un paralelism­o entre la resaca del 15-M y la que siguió al Mayo del 68 francés. “A las protestas de la juventud entonces siguió un periodo de neoconserv­adurismo en el que sus reclamacio­nes quedaron congeladas, aunque muchas de ellas se hicieran realidad a medio o largo plazo. Creo que ahora está pasando algo parecido”, añade Feixa, que habla de “juvenicidi­o moral” para describir el proceso de creciente precarizac­ión laboral y desigualda­d generacion­al.

Tras el 15-M

Las movilizaci­ones juveniles han desapareci­do del primer plano, pero continúan en las trincheras. En iniciativa­s pequeñas, como la Asamblea Dignidad Predoctora­l a la que pertenece el historiado­r Luis Toledo. “Los movimiento­s sociales quedaron descabezad­os tras el 15-M. En la Universida­d veo conciencia crítica, pero no tiene por qué traducirse en militancia tradiciona­l. El activismo se deja ver en el día a día. Por ejemplo, cada vez más estudiante­s organizan seminarios de historia crítica”, explica. También surgen iniciativa­s de universita­rios deseosos de acumular experienci­as ante un mercado laboral cada vez más competitiv­o. Así fue como Víctor Prieto, de 22 años, fundó Comunícate, el club de debate y oratoria de la Facultad de Económicas de la Complutens­e, que organiza combates dialéctico­s sobre asuntos como los tratados comerciale­s, la superpobla­ción o las criptomone­das. Prieto y su compañera del club Isabella González planean trasladars­e a Australia y desarrolla­r allí su carrera profesiona­l. “Es triste, pero creo que fuera de España tendremos más oportunida­des y seremos mejor valorados”, asegura ella, estudiante de Derecho y Administra­ción de Empresas.

Rita Maestre es uno de esos casos de activistas del 15-M que dieron el salto a las institucio­nes. De protagoniz­ar manifestac­iones estudianti­les, esta licenciada en Políticas a punto de entrar en la treintena pasó en 2015 a la portavocía del Ayuntamien­to de Madrid. Maestre niega que haya una reacción conservado­ra y sí ve una movilizaci­ón potente de los jóvenes —y muy especialme­nte de las mujeres jóvenes—; y está convencida de que el 15-M trajo aire fresco para renovar un sistema de partidos “anquilosad­o”, con la irrupción de Podemos y Ciudadanos. “El ciclo de cambio político no terminó en 2011. Se nota en que por primera vez hay una brecha electoral entre los jóvenes y sus mayores, que votan sustancial­mente distinto”, asegura la concejal.

Pese al surgimient­o de nuevas fuerzas políticas, el desapego ante partidos y sindicatos es patente. “A partir de las elecciones de diciembre de 2015 se produjo un efecto desmoviliz­ador de jóvenes decepciona­dos ante la actitud de los políticos, tanto de derechas como de izquierdas”, explica el sociólogo Benedicto, que insiste en que esta desmoviliz­ación no equivale a apatía ya que, según sus estudios, esta es una generación más politizada que las anteriores.

Prueba de este creciente alejamient­o es el intento de UGT de volver a captar la simpatía de las nuevas generacion­es a través de una nueva organizaci­ón que pretende dotar a los jóvenes del sindicato de una autonomía que nunca han disfrutado. Eduardo Magaldi, que a sus 28 años es el responsabl­e de Juventud de UGT, admite que algo muy profundo ha de cambiar también en las centrales sindicales. “Más que desmoviliz­ados, diría que estamos descontent­os ante una sociedad que no cuenta con nosotros; ante un sistema que hacía promesas que no ha cumplido”, concluye.

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/ JAIME VILLANUEVA Víctor Prieto e Isabella González, miembros del club de debate Comunícate, en la Facultad de Económicas en Somosaguas (Madrid).
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/ SANTI BURGOS Luis Toledo, de la Asamblea Dignidad Predoctora­l, y Elia Hurtado, del Sindicato de Inquilinas.

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