La otra cara del “milagro del Cerrado”
Forquilha (Estado de Piauí). Esta guerra es nueva porque hasta hace bien poco el Cerrado no valía nada. Tenía un suelo ácido y sin nutrientes. Pero en 1973, en plena dictadura militar brasileña, se creó Embrapa (Empresa Brasileña de Investigaciones Agropecuarias, por sus siglas en portugués) y se le puso como objetivo lo imposible: que el Cerrado fuera fértil. Y lo imposible se consiguió. En los siguientes años se roció el suelo con cantidades ingentes de caliza para reducir la acidez, se importaron hierbas de África y soja de China y se cruzaron hasta obtener variedades que pudiesen crecer allí. Y funcionó.
De la pura sabana había salido un medio oeste americano, un paraíso de cientos de miles de kilómetros por cultivar para La transformación de la sabana brasileña, de suelo ácido y desnutrido a alojamiento para cultivos de tamaño industrial, dio resultados inmediatos. En 1996 la producción agrícola brasileña alcanzó los 23.000 millones de dólares. En 2006 fueron 108.000. En 2007, el entonces secretario de Estado de EE UU, Colin Powell, admitió que Brasil, que hasta entonces importaba la comida, se había convertido en una superpotencia agrícola. Las granjas de todos los tamaños se multiplicaron, menos las menores de 10 hectáreas, que empezaron a desaparecer en el censo de 1985, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Hoy, el 90% de las comunidades rurales ocupa el 25% de la tierra, el resto es del otro 10%. “El que estas comunidades pequeñas estén en áreas remotas complica el unirlas y sus cosechas y el Cerrado es un proveedor fundamental. Por eso los pequeños que interfieren en el camino son un estorbo.
Marcone Ramalho, de 29 años, se dio cuenta de que lo era cuando la policía dejó morir a su vecino. Ramalho vive junto con otras 18 familias en Forquilha, una isla al este de Piauí en la que desde que está él ha habido una regla: se hace lo que diga Renato Miranda Carvalho, el dueño de la tierra. Ellos podían quedarse en sus casas desvencijadas sin pagar alquiler pero tenían que trabajar para él. Hasta movilizarlas”, alerta Gerardo Cerdas, representante de la ONG ActionAid en el comité directivo de la Campaña de Defensa del Cerrado. “Las integran personas pobres, negras, indígenas. Gente excluida históricamente”.
El propio paisaje, de un tamaño inmenso y sin infraestructuras, tampoco ayuda. “Hay granjeros que para poner una denuncia, tienen que viajar 1.000 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta”, alerta Cerdas. que un día de 2010, Marcone vio algo nuevo. “Renato había plantado eucalipto”, recuerda. “Nunca había visto ese árbol antes y no entendía nada. ¿Qué será eso, qué frutos dará? Luego entendí que eran una plaga para chupar nuestra agua. Había decidido que nos quería fuera. Luego llegaron los pistoleros, empleados suyos que venían a casa con armas, diciendo que el patrão nos quería echar y nos teníamos que ir. Secuestraron nuestro ganado durante 16 días y no le dieron de comer. Le dieron una paliza a los animales. La policía no venía, compinchada con Renato. Un día, uno de los pistoleros incendió los eucaliptos. Llamamos a la policía y no vino nadie. [Mi vecino] Murió de un infarto”.
A su vecino Maciel Bento dos Santos, 39 años y seco como el suelo en Piauí, tampoco le hicieron caso el peor día de su vida, en 2015. “Habían entrado 14 personas con escopetas de gran calibre en el salón en mi casa, con mi mujer y mis hijos”, recuerda. Él estaba trabajando en la ciudad de al lado y sabía que Renato le tenía especial manía porque venía de fuera de la isla y porque había comenzado a hablar de desobedecer al patrão. Sabía que Renato era capaz de cualquier cosa con tal de desmoralizar a las familias. Y la policía no vino. “Llamé a un agente de Urçui [la ciudad de al lado] y nos fuimos hasta allá en moto”.
Aquel fue el peor día de Maciel pero fue el comienzo del fin para Renato. Maciel lo dejó todo y se centró en luchar contra él: si su punto fuerte era dominar el municipio, él, que era de fuera, sabía comunicarse con los que estaban lejos. Como otros tantos en el Cerrado, se arropó de asociaciones y ONG. Llamaron a la policía estatal. Renato acabó desapareciendo. Hace años que no le ven.
Ellos, como Paulo en Maranhão, han ganado esta vez, pero solo por ahora. Tienen el dinero, el progreso, y la industria en su contra: el Cerrado es cada vez menos de quienes lo protegen. Paseando por un bosque de eucaliptos quemados, Marcone reflexiona: “Ganamos, sí. Pero no me siento ganador”.