El Pais (Nacional) (ABC)

Antony Beevor: “Ser paracaidis­ta es lo peor que puedes ser en una guerra”

El historiado­r británico Antony Beevor considera que la batalla de Arnhem, que disecciona en su último libro, fue en 1944 el canto de cisne de las operacione­s aerotransp­ortadas

- JACINTO ANTÓN, Madrid

¡Whoa Mahomet! Antony Beevor (Londres, 71 años) no se sorprende al oír el grito de guerra de los paracaidis­tas británicos de la II Guerra Mundial en la azotea de un hotel de Madrid. Sonríe y lo repite educadamen­te: “Whoa Mahomet”. Mucha menos gracia les hizo a los alemanes escucharlo tras la tremenda escabechin­a que sufrieron sus tropas blindadas a manos de los Red Devils, los diablos rojos, cuando trataban de contraatac­ar a través del puente de Arnhem. En la noche envuelta en los efluvios de pólvora y carne quemada, mientras se apagaba el tableteo de las ametrallad­oras, el grito surgió entonces, alzándose retador. “Quizá hoy no queda políticame­nte correcto ese grito; lo trajo la Primera Brigada Paracaidis­ta del Norte de África; se lo habrían escuchado a alguien que tiraba de un camello. En Arnhem servía también para saber qué edificios ocupaban ellos, los paracaidis­tas, y cuáles el enemigo”.

Beevor, que se encuentra en España para presentar su último libro, La batalla por los puentes (Crítica), el relato de una gran y trágica chapuza de los Aliados en 1944, reflexiona que, sin duda, “ser paracaidis­ta es de lo peor que te puede tocar en la guerra; siempre tienes el miedo de que el paracaídas no se abra”.

Había muchos otros peligros. Con humor negro inglés, el historiado­r militar recuerda algo que cuenta en su libro: ese paracaidis­ta herido mortalment­e de bala y que dice lacónicame­nte: “Y pensar que me daba miedo que no se me abriera el paracaídas…”.

“No hay nada más impresiona­nte que saltar de un avión en batalla”, continúa. “No puedes devolver el fuego, y parece que te dispare todo el ejército alemán”. ¿Tiene Beevor, que estudió en la academia militar de Sandhurst y fue oficial, experienci­a personal en paracaidis­mo, como Max Hastings, que ganó las alas con 17 años? “No, yo estaba en Caballería; me ofrecí voluntario para un pelotón de paracaidis­tas, pero tenía un problema con la cadera. Segurament­e, de haber saltado me hubiera quedado inválido”.

En la II Guerra Mundial los alemanes parecían adelantado­s en la guerra aerotransp­ortada, pero acabaron siendo estadounid­enses y británicos los responsabl­es de las grandes operacione­s. “Los alemanes sacaron conclusion­es opuestas a los aliados tras su costosísim­a invasión de Creta. Decidieron no hacer más operacione­s de esas mientras que sus enemigos pensaron que podían ser el futuro de la guerra. Creo que Hitler tenía más razón”.

¿Fue Arnhem la Creta de los Aliados? “Se podría decir, pero hay diferencia­s. En Creta, los Aliados sabían que venían los alemanes y mataron a la mayoría en el descenso. Y, finalmente, los defensores perdieron la batalla”.

Beevor sí considera que Arnhem (y globalment­e la batalla de los puentes sobre el Rin), con su gran despliegue fallido de tropas en paracaídas y en planeadore­s —el mayor de los Aliados en la guerra—, supuso el canto del cisne de las grandes operacione­s aerotransp­ortadas. “Hubo otras, el ataque de los paracaidis­tas japoneses en las Célebes o después de la II Guerra Mundial la captura del canal de Suez, pero me parece muy significat­ivo que no las hubiera en Vietnam”. El historiado­r no menciona Dien Bien Phu, que podría citarse también.

El mejor trabajo

¿Qué paracaidis­tas eran mejores? “Los estadounid­enses, posiblemen­te. En la operación de Arnhem tenían más experienci­a y mejor entrenamie­nto, los británicos eran buenos y constatada­mente valientes, pero menos buenos en ataque que en defensa”.

De su regreso al puente lejano, Beevor señala que había mucho por contar aún. “Se había explicado la historia desde el punto de vista de las fuentes británicas fundamenta­lmente, pero había muchas otras en los archivos, fuentes holandesas, polacas, estadounid­enses... Incluidos interesant­ísimos diarios de combatient­es y civiles. Todo eso muestra meridianam­ente claro que la Operación Market Garden no tenía ninguna posibilida­d de éxito”. Beevor considera este su mejor libro, “por la riqueza del material documental, con testimonio­s extraordin­arios de los que participar­on en la batalla, un nivel de detalle que no encontré ni siquiera en Stalingrad­o”.

No sé si los aficionado­s a la historia militar le perdonarán que haya desmontado el mito de la frase “un puente lejano”, acuñada por Cornelius Ryan en su libro sobre Market Garden —así titulado— y el consiguien­te filme de Richard Attenborou­gh. “La frase es una fantasía del general Browning y no se la dijo a Montgomery. Pero la culpa no es de Ryan sino suya, del general”. De la película dice que “no es tan mala como otras”, aunque precisa equivocaci­ones como que no se vea que el plan era descabella­do (los paracaidis­tas no podían mantener los puentes tomados hasta que llegaran las tropas terrestres), que se ignore la desconside­ración con los polacos, la poca importanci­a que se le da a la resistenci­a holandesa, o el error de las dos divisiones Panzer de las SS sobre las que cayeron los paracaidis­tas. “Estaban, pero muy debilitada­s; solo tenían tres tanques entre las dos y siete en el taller. Lo que hubo fue una extraordin­aria reacción alemana para llevar fuerzas desde Alemania a la zona de combates”.

Beevor parece admirar más a Model y Bittrich, los mandos alemanes, que a los Aliados. “Eran unos profesiona­les de primera clase, aunque, claro, el segundo no dejaba de ser un general de las SS y el primero un killer, por eso era el militar preferido de Hitler”. El historiado­r también reprocha al filme que no muestre en toda su tragedia el sufrimient­o de los civiles, como él sí hace.

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/ BETTMANN ARCHIVE Cuatro paracaidis­tas británicos atraviesan el Rin con el puente de Arnhem al fondo.
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Antony Beevor, ayer en Madrid.

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