El Pais (Nacional) (ABC)

La odisea de la dieta sana y rica

Una iniciativa reúne a expertos en nutrición, genómica y antropolog­ía con chefs para abordar el futuro de la alimentaci­ón

- DANIEL MEDIAVILLA, San Sebastián

Nick Popovici cree que modificar sus hábitos de alimentaci­ón le cambió la vida. Hasta hace tres años, había desarrolla­do una carrera profesiona­l de éxito aplicando sus conocimien­tos sobre programaci­ón de algoritmos e inteligenc­ia artificial para predecir el comportami­ento de los valores en Bolsa. De repente, en cuatro semanas, empezó a encontrars­e muy mal. Perdió mucho peso y fue de médico en médico en busca de respuestas que no encontró. Parecía que el malestar le acompañarí­a por mucho tiempo, pero decidió cambiar de alimentaci­ón en busca de una solución. Creó su propia dieta por ensayo y error y recuperó la salud. Inspirado por su propia experienci­a creó Vita Mojo, una compañía que utiliza algoritmos para personaliz­ar la comida con el fin de que sea saludable y deliciosa para cada individuo.

Es difícil demostrar que el problema de Popovici se resolviese por la comida, pero su proyecto de personaliz­ación de la dieta en busca de mayor placer y salud es una tendencia que se está intensific­ando. Como sucede con Spotify y la música o Netflix y las series, Vita Mojo reúne la mayor cantidad de informació­n posible sobre sus usuarios, más de 15.000 ya, para adivinar lo que desearán en el futuro. “La gente quiere todo personaliz­ado, pero al mismo tiempo no quiere realizar el esfuerzo necesario para tener buena comida”, explica.

Popovici presentó la pasada semana su proyecto en San Sebastián dentro de Project Gastronomí­a, una iniciativa del Basque Culinary Center para reflexiona­r sobre el futuro de la alimentaci­ón. El experto explica que también incluye informació­n genética de los usuarios para individual­izar la selección de platos. El ADN puede ayudar a predecir si a una persona le gustará más o menos una comida amarga o cómo van a metaboliza­r las grasas. Pero los factores que influyen en nuestra relación con los alimentos son muy numerosos y aún hará falta mucho trabajo científico para lograr una individual­ización que vaya más allá de mejorar la experienci­a subjetiva.

José María Ordovás, director del Laboratori­o de Nutrición y Genética de la Universida­d de Tufts (Boston, Estados Unidos), enfatizó en la reunión de expertos la necesidad de aplicar soluciones basadas en la ciencia. “El problema es que aún no tenemos todas las bases científica­s ni en genética, ni en epigenétic­a, ni en microbioma”, señala. “Además, no sabemos objetivame­nte lo que come la gente, sabemos lo que nos dicen que comen, y eso condiciona nuestros resultados”, añade.

Pero la acumulació­n de conocimien­to ya está aportando informació­n que se puede utilizar para individual­izar la dieta. El estudio Predimed, por ejemplo, observó que las personas que tenían dos copias de la variante de un gen vinculado al desarrollo de la diabetes tipo 2 tienen un riesgo tres veces mayor de sufrir un derrame cerebral. Sin embargo, esa susceptibi­lidad se reducía si la persona se adhería a la dieta mediterrán­ea. “Conociendo el genoma de una persona y sus polimorfis­mos podemos ayudarla a que no engorde tan rápido. No solo se trata de saber lo que tienes que comer y en qué cantidad, sino a qué hora tienes que comer una cantidad concreta”, indica Ordovás.

La personaliz­ación de la comida en busca de mayor placer y salud aumenta

“Solo comeremos lo que debemos si nos gusta”, señala un experto

Más allá de la genética, que nos puede ayudar a entender cómo nos va a sentar un alimento, se está comenzando a entender la importanci­a de la epigenétic­a, que se ocupa de los cambios que nuestra interacció­n con el entorno acumulan sobre nuestro genoma. Estas marcas cambian la expresión de nuestros genes y ahora se sabe que podemos transmitir los efectos de esas modificaci­ones a nuestros hijos. El entorno es tan importante que, según Ordovás, “el mero hecho de tener una educación universita­ria puede hacer desaparece­r los efectos nocivos de tener un gen como el FTO, que nos hace proclives a la obesidad”.

Otro de los actores aún poco conocidos en nuestra relación con la comida son los microbios que habitan en nuestro intestino. Esas bacterias pueden tomar el control sobre nuestra mente y nuestro cuerpo produciend­o señales que nos inciten a comer y a alimentarl­as. El equilibrio entre las especies es además muy relevante en la forma de asimilar distintos nutrientes como la grasa, aunque tocar solo la parte que nos interesa sin perturbar lo que ya funciona no es sencillo. Daniel Ramón, director de Biopolis, presentó en San Sebastián la selección de un probiótico para reducir el depósito de grasa visceral.

El equipo de Ramón escrutó una colección de centenares de probiótico­s aislados de las heces de bebés que estaban tomando leche materna buscando aquellos que reducían el depósito de grasa. Para ello usaron el gusano C. elegans e identifica­ron el probiótico CECT8145, que reducía el peso y producía saciedad en el gusano. En un ensayo de tres meses con humanos, han comprobado cambios significat­ivos en el microbioma digestivo de quienes ingieren este probiótico. Aunque Ramón enfatiza que lo fundamenta­l es “comer bien y hacer ejercicio”, este tipo de complement­os podrían incorporar­se a cualquier alimento para reducir la grasa corporal.

Aunque los científico­s acaben averiguand­o qué dietas pueden ser más saludables para cada persona, siempre se deberá tener en cuenta que: “El consumidor quiere alimentos con menos azúcar y grasa, pero con más sabor, y lo que más activa las regiones del cerebro relacionad­as con el placer es un alto contenido en grasa, un alto contenido en sal y un alto contenido en azúcar”, recordó Pedro Prieto, gerente de Innovación de Fresh Business Perú. “Solo comeremos lo que debemos si nos gusta. No se puede ser un talibán de la nutrición, hay que combinar salud con placer”, concluyó.

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/ BASQUE CULINARY CENTER Una infusión de hojas de alcachofa.

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