BROTES VERDES EN MONGOLIA INTERIOR
Después de tres décadas de implicación de los agricultores y pastores locales y de la inversión en infraestructuras, el desierto de Kubuqi, en el norte de China, ha revertido la desertización y mejorado la vida de sus 100.000 habitantes.
El mongol Urgendalai cava hoyos con brío para plantar árboles en el desierto de Kubuqi, en la región autónoma de Mongolia Interior. Después de tres décadas de esfuerzo de los lugareños y la inversión en infraestructuras, la desertización del Kubuqi –el séptimo desierto más grande de China, con 18.600 kilómetros cuadrados– se ha revertido en un tercio. Siglos de pastoreo habían arrasado la escasa vegetación existente y los 100.000 habitantes de esta zona del norte del país se encontraban en la miseria, pero la transformación de dunas en oasis de vegetación ha atajado el problema.
China cuenta con 2,6 millones de kilómetros cuadrados de desiertos y otros 1,7 kilómetros están en proceso de desertización. La suma representa el 10% del total mundial, según la Administración Forestal del Estado. A finales del siglo XX, los eriales chinos crecían a una tasa anual de 10.400 kilómetros cuadrados. Ahora se ha reducido a 2.424 por año. En el resto del mundo se expanden a un ritmo de 70.000 cada nuevo ejercicio.
“Los desiertos no son un problema, sino una oportunidad”, afirma Wang Yujie, subdirector de la Sociedad Nacional de Control de Arena y Desierto de China. “Si invertimos en estas zonas, se puede sacar a sus habitantes de la pobreza”, añade.
El Kubuqi es el desierto más próximo a Beijing (está a 800 kilómetros). Tiempo atrás, los agricultores sufrían tormentas de arena, que causaban escasez de agua y cortes de electricidad y soterraban las carreteras. A los lugareños solo les quedaba cultivar plantas que sobrevivieran en suelos arenosos.
En 1986, cuando Urgendalai tenía 18 años, la tierra era un yermo. Los locales vivían de vender el regaliz silvestre que crecía en la zona. Pero esta práctica minó los terrenos ya de por sí estériles y la recogida de raíces deterioró el suelo: el desierto se expandió y con él cualquier esperanza de vivir de la agricultura. “Vi camellos morir de inanición y el ganado apenas se movía por la sed”, cuenta Urgendalai. “Estaba aterrorizado por la crueldad del paisaje y avergonzado de lo que habíamos hecho a nuestro hogar”.
En los noventa, la autoridades de la ciudad de Ordos promovieron el cultivo de plantas con las que hacer frente a la degradación ambiental. El Gobierno local trazó una carretera de 115 kilómetros por el desierto para subsanar el transporte de agua y construyeron una red eléctrica. La mejora permitió a los lugareños comenzar la replantación.
Elion Resources Group, una antigua empresa minera y refinadora de sal, fue una de las compañías que invirtió en la zona. Entonces, la sal recorría 350 kilómetros hasta la estación de tren –no existía una carretera que cruzara los 65 kilómetros en línea recta–. “Las frecuentes tormentas de arena se tragaron la nueva calzada. Todos los esfuerzos puestos en la construcción resultaron baldíos”, cuenta Wang Wenbiao, presidente de Elion. “Había que tomar medidas. Pero solo era posible si la comunidad local se involucraba”.
Sembrar el futuro
Elion pagaba a agricultores como Urgendalai 30 yuanes (3,80 euros) al día para plantar árboles. Al principio los lugareños no mostraron mucho interés y a los pocos días se morían. Hasta que la compañía convino dar una bonificación por cada planta que sobrevivía. La mayoría se mantuvo en pie.
Gao Maohu, de 58 años, agricultor en Hangjinqi, no podía labrar sus 1,3 hectáreas de suelo salino-alcalino, por lo que cada día viajaba a la ciudad en busca de trabajos temporales. Hasta que en 2000 se enteró de que podía ganar dinero con el cultivo de árboles en su pueblo. “Me pagaban bien y estaba junto a mi familia”, afirma.
Con la ayuda de Elion, Gao desarrolló un método de chorros de agua a alta presión para perforar la arena. El tiempo de siembra se redujo de 10 minutos por árbol a 10 segundos y se elevó la tasa de supervivencia al 80%. Su terreno ahora luce plagado de árboles y arbustos resistentes a la sequía.
Los agricultores siembran regaliz, muy resistente a la escasez de agua y al frío nocturno. Las raíces fijan el suelo y lo convierten en fértil, lo que favorece el cultivo de sandías y tomates. A los cuatro años, se recoge y vende para producir medicinas tradicionales. “Es recomendable que crezcan en horizontal”, explica Zhang Bo, subdirector general de una filial de Elion. “En poco tiempo cubre un metro cuadrado de tierra, lo que multiplica por diez la eficiencia ecológica”.
El Kubuqi, con 3.000 horas de sol al año, es un lugar ideal para instalar paneles solares. Los generadores fotovoltaicos producen electricidad y la hierba que crece en los espacios sombreados debajo de estos sirve para alimentar a ovejas, gansos y pollos.
Un informe publicado el año pasado por la ONU afirmaba que se han recuperado 6.250 kilómetros cuadrados de Kubuqi en los últimos 30 años. El nivel de precipitaciones se elevó a 456 mm en 2016, en comparación con los 100 mm de 1988, y las tormentas de arena descendieron de 50 a una en el mismo periodo. La renta per cápita de los 100.000 lugareños alcanzó los 1.760 euros en 2016. La del país, 7.100.
Las tormentas de arena se tragaron la nueva calzada. Todos los esfuerzos puestos en la construcción resultaron baldíos” WANG WENBIAO PRESIDENTE DE ELION, UNA COMPAÑÍA QUE INVIRITIÓ EN LA ZONA