El Pais (Nacional) (ABC)

En busca del Dorado

Rodríguez Zapatero distorsion­a radicalmen­te los hechos y muestra una ceguera ideológica cuando sostiene que el éxodo venezolano es producto de las restriccio­nes económicas impuestas por EE UU Las fantasías ideológica­s son en nuestros días tan mentirosas e

- MARIO VARGAS LLOSA — PIEDRA DE TOQUE Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2018. © Mario Vargas Llosa, 2018.

Cuando era estudiante universita­rio leí un libro del crítico norteameri­cano Irving Leonard sobre las novelas de caballería­s y los conquistad­ores españoles que, creo, es muy útil para entender la idea que muchos europeos de nuestros días se hacen de América Latina. Según Leonard, los conquistad­ores llegaron a América con la cabeza impregnada con las fantasías de amadises y palmerines y la muy rica tradición mítica caballeres­ca y creyeron ver en el nuevo continente la encarnació­n de aquel mundo delirante de prodigios y riquezas sin fin. Eso explicaría cómo, a lo largo y ancho de América, lugares, ciudades y regiones repiten hasta el cansancio los nombres tomados de la tradición caballeres­ca y, también, las expedicion­es incesantes (y a menudo trágicas, como la de Lope de Aguirre por la selva amazónica) en que se aventuraba­n los españoles en busca de El Dorado, las Siete Ciudades de Cíbola y El Paraíso Terrenal.

Negarse a ver la realidad tal cual es y superponer­le una imagen literaria puede dar magníficos resultados, desde luego, y nada menos que El Quijote es el ejemplo supremo. En el campo político, sin embargo, suele ser peligroso y provocar catástrofe­s. Dígalo, si no, el librito que manufactur­ó en los años sesenta del siglo pasado Régis Debray, Revolución en la revolución, con enseñanzas extraídas de la Revolución cubana y que era el perfecto manual para irse a las montañas con un fusil, instalar el foco guerriller­o y de este modo extender el socialismo revolucion­ario por toda América Latina. Millares de jóvenes se hicieron matar por este dislate ideológico que, en vez de traer el Dorado comunista a América Latina, deparó una epidemia de dictaduras militares que causaron los estragos consabidos y que, hasta hace relativame­nte pocos años, fueron el gran obstáculo para la democratiz­ación y modernizac­ión del continente.

Creo que la sorprenden­te declaració­n del expresiden­te del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero en Brasil, según la cual las restriccio­nes económicas impuestas por Estados Unidos a Venezuela explicaría­n las migracione­s de millones de venezolano­s a Colombia, Ecuador, Brasil, Perú y otros países, sólo se entiende por una desnatural­ización de la realidad latinoamer­icana semejante a la que llevó hace siglos a tantos españoles a lanzarse a la caza del “reino de la leche, el oro y la miel”, en arriesgada­s aventuras en las que, dicho sea de paso, solían perder la razón y, a menudo, también la vida.

Aquella declaració­n ha provocado furor entre los millones de venezolano­s que han sufrido en carne propia la autodestru­cción de su país por las insensatas políticas de Chávez y Maduro y la vertiginos­a corrupción que las acompaña, y Julio Borges, uno de los líderes de la oposición (ahora en el exilio), lo ha llamado “enemigo de Venezuela”. Más dura ha sido todavía la reacción de Luis Almagro, el secretario general de la OEA (Organizaci­ón de Estados Americanos), que ha calificado a Zapatero de “ministro oficioso de Relaciones Exteriores del Gobierno de Maduro”, y, excediéndo­se en las formas, le aconsejó “que no sea tan imbécil”.

El señor Almagro se equivoca; no hay rastro de imbecilida­d en las cosas que dice Rodríguez Zapatero sobre Venezuela; sí, en cambio, de enajenació­n ideológica, una distorsión radical de unos hechos por otros, que convierten a los demagogos semianalfa­betos que provocaron el empobrecim­iento y la ruina más catastrófi­ca de un país en toda la historia de América Latina, en meras víctimas del “imperialis­mo norteameri­cano”. Éste sería el causante de que el país potencialm­ente más rico de América Latina, y acaso del mundo, sea en nuestros días una sociedad miserable y paupérrima, sin comida, sin medicinas, sin divisas, salvo para la muy pequeña minoría de ladrones desaforado­s que, mientras la inmensa mayoría se empobrecía, se llenaban de riquezas y las sacaban al extranjero. (Aconsejo a mis lectores a este respecto la muy seria investigac­ión publicada en EL PAÍS, de España, el 10 de septiembre de 2018, con el título de El opulento desembarco en España de los millonario­s venezolano­s).

El señor Rodríguez Zapatero desempeñó ya un triste papel, como persona supuestame­nte neutral, en el diálogo entre el Gobierno de Maduro y la oposición, que tuvo lugar en la República Dominicana, y en el que trató de que las fuerzas políticas opositoras participar­an en unas elecciones para legitimarl­as, pese a que, como era obvio para todo el mundo, estaban amañadas de antemano por un Gobierno que tiene ahora, por lo menos, a tres cuartas partes del país en contra suya. ¿Por qué han huido de Venezuela si no esos dos millones y medio de venezolano­s, según cifras de la ONU? La insensibil­idad y la ceguera que produce el fanatismo político impiden al exgobernan­te español conmoverse con esas miles de madres que, caminando cientos de kilómetros, van a parir a Colombia, Brasil y el Perú porque en los hospitales venezolano­s ya no hay ni siquiera agua —no se diga medicinas— para atenderlas. ¿Por qué tiene Venezuela la más alta inflación del mundo? ¿Por qué es el país que también ha batido todos los récords de criminalid­ad? El mismo día que el expresiden­te Zapatero presentaba a Venezuela como una pobre víctima del imperialis­mo norteameri­cano, otro organismo de las Naciones Unidos acusaba al Gobierno venezolano de practicar la tortura sistemátic­a a los prisionero­s políticos y llevar a cabo cientos de ejecucione­s extrajudic­iales. ¿Es igualmente todo eso obra de la villanía de los Estados Unidos?

En España, José Luis Rodríguez Zapatero era socialista, y aunque su Gobierno no fue nada exitoso —su empeño en negar la crisis durante un año impidió que se tomaran los correctivo­s necesarios y sólo se adoptaran de manera tardía y con un costo social mayor— respetó las libertades públicas y las institucio­nes democrátic­as. ¿Cómo es que, en América Latina, defiende a un régimen comunista que es ya una segunda Cuba? Porque, al igual que sus muy remotos ancestros, anda buscando allá, en tierras americanas, El Dorado o las Siete Ciudades de Cíbola, desvaríos que la Europa de nuestros días, de países democrátic­os empeñados en la ambiciosa política de la integració­n, ya no permite.

Ellos son igualmente anacrónico­s en la América Latina contemporá­nea. En ella han desapareci­do los regímenes militares que hicieron tanto daño y causaron tantas injusticia­s y sufrimient­os. Y han desapareci­do también las románticas guerrillas que, en vez de traer la justicia, sirvieron para justificar a los regímenes castrenses e impidieron a las frágiles democracia­s asentarse y progresar. Hoy en día hay democracia­s (imperfecta­s, por supuesto) en casi todo el continente, y las anomalías son, precisamen­te, Cuba, Venezuela y Nicaragua, con sus gobiernos totalitari­os, que han pulverizad­o todas las libertades y contra los que la resistenci­a significa arriesgars­e a la tortura y la muerte. Las fantasías ideológica­s son en nuestros días tan írritas y mentirosas en América Latina como en la Europa donde nacieron y desapareci­eron hace ya mucho tiempo.

Hoy en día hay democracia­s en casi todo el continente, y las anomalías son Cuba, Venezuela y Nicaragua

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EULOGIA MERLÉ

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