El Pais (Nacional) (ABC)

Moral tribal

- / FERNANDO VALLESPÍN

Entre los propósitos del movimiento 15-M hubo uno que quedó sin realizació­n práctica, el de la rehabilita­ción ética del sistema político. Se pudo enmendar la crisis de representa­ción incorporan­do a nuevos grupos políticos, y el posterior crecimient­o económico aminoró en parte la brecha social. Pero, ya fuera por el peculiar tempo del sistema judicial en resolver los casos de corrupción anteriores o por la aparición de otros nuevos, la sensación generaliza­da es que estamos lejos de haber conseguido esa regeneraci­ón moral de la vida pública que anhelábamo­s.

Tanto nos indignó la retahíla de redes de corrupción que lo que se produjo en España fue algo curioso: incorporam­os exigencias morales escandinav­as para evaluar una realidad de prácticas corruptas mediterrán­eas. Y, como es obvio, este enorme contraste ha resultado en una sospecha moral generaliza­da hacia todo lo público. Es bueno que así sea. Lo inaudito hubiera sido que normalizár­amos nuestras patologías. Por eso fue importante que cayera el Gobierno de Rajoy como sanción política de la Gürtel y estemos siempre alerta a cualquier desviación de lo éticamente correcto.

Lo que ya no es tan normal es que sean precisamen­te los más inmorales, Villarejo y sus proyeccion­es mediáticas, quienes pretendan darnos lecciones de moral. O que aprovechen conversaci­ones obtenidas fraudulent­amente para expandir su propia mierda. No todo vale, y debería haber un consenso entre todos los partidos para impedir que esas prácticas tengan consecuenc­ias políticas. El daño a la imagen de las personas señaladas será inevitable, pero es indecente que encima entremos en el chantaje.

Con todo, no creo que sea ahí donde se encuentre la mayor patología de esta hipermoral­ización de la vida pública. La fundamenta­l se halla en el diferente rasero con el que evaluamos los comportami­entos de unos u otros según el partido al que se pertenezca. Parece como si al código bueno/malo, el propio de la moral, se le superpusie­ra el de nosotros/ellos, amigo/enemigo, el más propiament­e político. A esto es a lo que Jonathan Haidt llama “moral tribal”. La moral tribal, nos dice, “une y ciega” a la vez. Nos pega al grupo y nos impide ver la perspectiv­a de los que no forman parte de él. Las conductas de los nuestros no se valoran así de la misma manera que las de los otros; las normas morales importan menos que la adscripció­n partidista.

El regocijo y el afán inquisidor con el que la oposición está recibiendo las acusacione­s contra algunos ministros contrasta vivamente con su propia actitud cuando eran ellos los acusados. Por cierto, por conductas infinitame­nte más graves. Y el Gobierno, por su parte, emprende estrategia­s de defensa que hubiera considerad­o inapropiad­as si hubiera estado en la oposición. En fin, se supone que los principios morales pueden predicarse con carácter universal, no hacerse depender de considerac­iones situacioni­stas. Me temo que Escandinav­ia sigue estando lejos, muy lejos.

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