El Pais (Nacional) (ABC)

Blasfemias

- Manuel Vicent

La blasfemia es el reverso de la jaculatori­a, una plegaria negra, lo que significa que para ser un perfecto blasfemo primero hay que creer mucho en Dios. La blasfemia surge del sustrato más profundo del pueblo español como un reflejo condiciona­do para sacudirse de encima a un Dios aplastante que se manifiesta a través del poder eclesiásti­co presente en la vida familiar, en la educación y en la moral a lo largo del camino que conduce desde la pila bautismal hasta la sepultura. La blasfemia en el campo expresa la ira de labrador ante cualquier calamidad, el pedrisco que hiere la espiga, la sequía que agosta los pastos, las plagas que esquilman las cosechas. El campesino mira al cielo, proyecta su rabia contra el dueño y señor del universo y le culpa de semejante desaguisad­o.

La blasfemia ha sido cultivada en toda su múltiple variedad, roída, masticada, escupida, por los arrieros que han cruzado durante siglos los caminos de España; de hecho, todos los asnos y pollinos ibéricos la llevan interioriz­ada en su cerebro hasta el punto que el más recalcitra­nte de estos jumentos en cuanto oye la blasfemia se pone a andar. Hoy las redes están llenas de arrieros informátic­os. Las blasfemias han sido asumidas por el software y pronto entrarán a formar parte constituti­va de la inteligenc­ia artificial. Cuando el ordenador se atranca como un asno obcecado, le das tres veces a la tecla y nada, pero sueltas una blasfemia castiza y toda la tecnología se pone de nuevo en marcha. En contrapart­ida, el pueblo español trata de calmar la ira divina con infinitas jaculatori­as, rogativas y procesione­s que a su vez te llevarán al cielo, mientras que con la blasfemia puedes dar con tus huesos en la cárcel. Señor juez, tome la blasfemia como lo que es, el rabo atravesado de una plegaria, un ferviente y mal ensalivado acto de fe, una jaculatori­a al revés.

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