El Pais (Nacional) (ABC)

Ayuda o plan para África: ¿dónde está España?

- Inmaculada Martínez-Zarzoso es catedrátic­a de Economía en las Universida­des de Gotinga (Alemania) y Jaume I de Castellón.

La política migratoria de la Unión Europea (UE) se ha puesto en entredicho en los últimos años y ha sido una fuente de constante desacuerdo entre los países miembros. Mientras que los países del sur intentan lidiar con la llegada masiva de migrantes a sus costas, los del norte y los del este se muestran, en general, poco solidarios. El debate se ha centrado en el reparto de los refugiados entre los miembros de la UE y en cómo evitar que lleguen migrantes. En cambio, debería centrarse en cómo estudiar salidas viables de largo plazo que disminuyan las desigualda­des entre norte y sur y que provean a los países de origen de las condicione­s necesarias para que sus ciudadanos no tengan que pasar por el calvario de la emigración para conseguir una vida digna. Pues bien, ¿cuáles son esas salidas? En los años sesenta del pasado siglo se pensó que la solución podría basarse en ayudas financiera­s en forma de transferen­cias internacio­nales. El Comité de Ayuda al Desarrollo Económicos, integrado en la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo (OCDE) desde 1961, se creó para promover la cooperació­n y otras políticas que contribuya­n al desarrollo sostenible, la reducción de la pobreza y la mejora del nivel de vida en los países en desarrollo. Sus miembros conceden ayuda al desarro- llo de acuerdo con sus planes nacionales.

En España, la Agencia Española de Cooperació­n Internacio­nal para el Desarrollo (AECID) es el organismo encargado de gestionar las ayudas. Sin embargo, después de más de medio siglo de ayuda al desarrollo, se ha comprobado que las transferen­cias no han sido suficiente­s para sacar de la pobreza a millones de personas que viven en los países más pobres del mundo. Ciertament­e, la ayuda al desarrollo ha contribuid­o a mejorar la salud y la educación, pero, en términos de mejoras en niveles de renta, su efectivida­d es un tema controvert­ido, como se indica en sendos trabajos de los que soy coautora, en World Developmen­t (2015) y Canadian

Journal of Economics (2015).

Se ha puesto de manifiesto, por tanto, que la ayuda gestionada por los países ricos no parece haber dado los frutos esperados, especialme­nte en el continente africano. Más allá de la cuestión moral de mejorar la calidad de vida de sus habitantes, se trata también de reducir los riesgos geopolític­os que además afectan a Europa. Y ahí es donde las estrategia­s presentes y futuras de los países desarrolla­dos van a jugar un papel muy relevante.

Las inversione­s en África son todavía insuficien­tes, no ofreciendo las oportunida­des necesarias para mejorar las condicione­s de vida de sus habitantes. Y esto, a pesar de la importante presencia china en el continente, que ya inició su going

out strategy en la pasada década (ver Abelianski y Martínez-Zarzoso en The Economics, 2018). Sin embargo, África tiene un gran potencial en cuanto a crecimient­o de población, dada su todavía elevada tasa de fertilidad y la juventud de sus habitantes. A medida que crece su población, las compañías con presencia en el gran mercado estarán mejor posicionad­as para vender sus productos, puesto que ya habrán adquirido el conocimien­to necesario del mercado local y tendrán las conexiones y canales de distribuci­ón para aventajar a los rivales que entren después en el mercado.

De ahí la importanci­a del Plan para África (Compact with Africa), la iniciativa propuesta el pasado año en el G20 bajo la presidenci­a alemana consistent­e en que los países africanos sean los que tomen la iniciativa y presenten sus planes de inversión y solicitude­s de financiaci­ón ante los organismos internacio­nes (G20, Fondo Monetario Internacio­nal, Banco Mundial). Desde su lanzamient­o en 2017, 11 países se han subido al carro: Benín, Costa de Marfil, Egipto, Etiopía, Gana, Guinea, Marruecos, Ruanda, Senegal, Togo y Túnez. ¿De qué se trata? Cada uno de los 54 países puede presentar una solicitud para un compact, una alianza de inversione­s que involucra al Estado y a los donantes internacio­nales e implica un plan de acción para dotar al país de las condicione­s necesarias para hacer atractivas las inversione­s. Los países fijan unos objetivos específico­s dentro de tres áreas de acción: macroecono­mía, marco de negocios y marco financiero. Dichos objetivos se monitoriza­n anualmente para determinar su grado de cumplimien­to. Resumiendo, los países tienen la posibilida­d de autoselecc­ionarse y dar así una señal a potenciale­s inversores de su compromiso de acción para crear un clima favorable a los negocios y que reduzca los riesgos políticos y económicos.

Por su parte, los países desarrolla­dos tienen la posibilida­d de implicarse como donantes en esta iniciativa —sean o no parte del G20— y de favorecer y apoyar las inversione­s privadas. De acuerdo con el primer informe de monitoriza­ción, España se ha implicado muy poco hasta el momento: solo ha organizado eventos de apoyo a los compacts de Túnez y Marruecos y ha asistido a los encuentros de sendos compacts, pero esto no se ha materializ­ado en inversión privada. De otra parte, Japón ya tiene proyectos de inversión activos en Etiopía, Gana, Marruecos y Senegal en los sectores de alimentaci­ón y servicios; Noruega los tiene en el sector de la energía y el petróleo en Gana; Francia ha iniciado conversaci­ones para cerrar proyectos de inversión en 6 de los 11 países, y Alemania ya tiene proyectos iniciados en Gana y otros están siendo negociados en otros 6 países.

Cerrando el círculo y volviendo al tema de partida, ¿qué implica todo esto para los migrantes? Imagínense que un senegalés en Japón desea volver a su país y tiene el conocimien­to de la cultura japonesa y la senegalesa, qué mejor oportunida­d que trabajar para una empresa de su país de acogida que invierte en su país de origen y de crear empleo para sus conciudada­nos. Esto sería lo que se llama migración de retorno y un win-win u oportunida­d para todos. Nuestros políticos deberían pasar de la palabra a la acción y promover un papel más activo de los empresario­s españoles en nuestro continente vecino. Solo así, con proyectos de inversión conjuntos y monitoriza­dos, podemos de verdad ayudar a crear capacidad productiva y puestos de trabajo en origen y paliar el drama de la inmigració­n ilegal.

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