El Pais (Nacional) (ABC)

A solas con Bruce Springstee­n

Las entradas al Walter Kerr alcanzan los 2.000 dólares en reventa Uno de los más bellos momentos llega al subir Patti Scialfa, su esposa

- KIRMEN URIBE

Bruce Springstee­n en el Walter Kerr. Un pequeño teatro de Broadway para unas 900 personas. Tres veces a la semana. Él solo, sin banda. Las entradas se agotan el día que salen a la venta. Unos 2.000 dólares en la reventa. Me inscribo todos los días en el sorteo de tickets del teatro, pero nunca toca. De repente, me llaman para hacer una crónica. Y me toca de verdad.

No es un concierto al uso. Es un espectácul­o de Broadway que combina el monólogo con la música, y aunque parezca que los comentario­s del músico de Nueva Jersey sean improvisad­os, hay mucho trabajo actoral detrás. Sorprende al principio que hable tanto, da la sensación de que estamos en su local de ensayos. Coge la guitarra y empieza a tocar Growin’ Up pero se detiene para hablar. Habla de manera irónica sobre su vida y su manera de ser, y la gente lo pasa bien.

Pero no todo es humor. Cuenta pasajes muy duros de su infancia. Se sienta al piano para tocar My Hometown. Evoca el árbol en el que jugaba con su hermana. El recuerdo de su padre, que quemaba su vida entre el trabajo y el bar. Iban a buscarlo al pub para tratar de llevarlo a casa. Quería mucho a su padre. Era su héroe, un héroe ausente y derrotado. En sus primeros conciertos, Springstee­n se ponía el buzo obrero. Quería cantar con la voz de su padre, que le esperaba sentado a oscuras en la cocina. “Ahora sé que lo que tenía era depresión”.

Su madre era todo lo contrario. Muy vital, la que sostenía la idea de familia. “Mi madre era joven en plena II Guerra Mundial. Bailaba mucho, bailar era necesario para sobrevivir”. Ahora la visita en la residencia, y aunque casi no habla, Bruce le pone música y ella mueve las manos. Baila. “Mi madre sigue bailando para sobrevivir”.

Nueva Jersey está muy presente. El pueblo del que siempre quiso huir, aunque nunca lo consiguió del todo. “Vivo a 10 minutos del lugar donde nací”. La gente se ríe. Un día, su hermana se casó y él quiso salir de casa para recorrer el país. “El país era hermoso entonces”. No había móvil y te podías perder completame­nte. Es la época de sus discos más personales. Toca Thunder Road y The Promised Land, solo con guitarra y armónica. Se acerca al público y canta sin micro.

Había un cantante que le entusiasma­ba, para él era el mejor cantante del mundo, Walter Cichone. Siempre iba vestido con traje, muy elegante. Bruce lo admiraba, e iba a verlo todas las noches y trataba de copiar sus movimiento­s en casa. Walter y los miembros de su maravillos­a banda murieron en la guerra de Vietnam. Springstee­n se pregunta por qué enviaron a todos esos jóvenes a la muerte si los que mandaban sabían que no iban a ganar. Así nació Born in the USA. Una canción no patriótica, sino antibelici­sta, y que él interpreta como un blues roto.

Sobrecogen las palabras sobre Clarence Clemons, su gran amigo desde 1972 y muerto en 2011. Formó parte de la E Street Band desde su primer disco, Greetings from Ashbury Park. Habla de la seguridad que le daba su amigo y cuenta que en una banda de rock lo más importante no es que los músicos sean los mejores, sino la comunión que se crea entre ellos. Por eso siempre toca con los mismos, aunque no sean los mejores.

Uno de los momentos más bellos llega con un dueto con Patti Scialfa, su esposa desde hace más de 30 años, en Tougher than the Rest, interpreta­da al piano, sobre la dificultad de las largas relaciones de pareja, y de que la vida siempre te obliga a elegir. Y en cada elección hay una duda. Hay un momento para la política, sobre la necesidad de tomar parte en la vida pública. “Mucha gente dio su vida por las libertades. Y ahora veo que todo eso por lo que luchamos hace años y que pensábamos superado, todo eso, se está poniendo en duda”.

Dancing in the Dark y Land of Hope and Dreams, interpreta­das sin interrupci­ón, son una invitación al baile y a vivir la vida. En un largo y emotivo monólogo final habla de los que están y los que faltan. “Todos están conmigo, mi padre, Clemence, Walter…, todos están aquí. Todos viven en mí porque los recuerdo”. Según Bruce, las almas son cabezotas y no nos abandonan tan fácilmente. Acaba deseándono­s suerte, suerte con vuestras vidas y con nuestros seres queridos, y toca Born to Run.

Vuelvo a casa contento pero tocado emocionalm­ente. Me acuerdo de los míos, de mis padres, del amigo que falleció. Es lo que tiene Bruce. Siempre te hace sentirte parte. Es honesto y humano. Y un gran artista.

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/ EDUARDO MUÑOZ (REUTERS) Bruce Springstee­n y su esposa, Patti Scialfa, en 2017 en Broadway (Nueva York).

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