El Pais (Nacional) (ABC)

El Pacificado­r, en el olvido

Una reciente biografía de Espartero demuestra que los viejos problemas de convivenci­a entre españoles siguen vigentes

- POR JUAN LUIS CEBRIÁN

Vaya por delante la confesión de una debilidad personal que me empujó a leer Espartero, el Pacificado­r (Galaxia Gutenberg), la extensa biografía reseñada en este mismo suplemento por Antonio Elorza. En mi mesa de despacho reposa desde hace años un bastón de mando con una dedicatori­a escueta en su empuñadura de oro: “Espartero a su médico José Carabias”. El doctor Carabias fue mi bisabuelo. Casado en segundas nupcias su nueva esposa alumbró una sola hija, Mercedes Carabias, madre de mi padre. Dadas estas circunstan­cias la figura del general me ha resultado desde mi juventud vagamente familiar. Y siempre tuve la impresión, corroborad­a por la obra de Adrian Shubert, de que la historiogr­afía oficial nos ha escatimado demasiada informació­n sobre la España del siglo XIX en general y sobre la figura del duque de la Victoria en particular.

Aunque Espartero fue el español más conocido y popular de aquella centuria, ahora casi lo único que las gentes conocen de él es el tamaño de los testículos del corcel que monta en su estatua frente al parque del Retiro en Madrid. “Tiene más huevos que el caballo de Espartero” es un dicho común que se utiliza para elogiar el coraje de alguien, sobre todo si es excesivo o fruto de cierto atolondram­iento. A juzgar por su biografía el comentario debería más bien elogiar las facultades físicas del propio general, que ascendió de soldado raso a máximo jefe del Ejército siempre por méritos de guerra. Sin embargo no son sus hazañas, pormenoriz­adas hasta la saciedad, lo que más interesa del libro que nos ocupa, sino la convicción de su autor de que el periodo de su Regencia, “tan decisiva como mal conocida (…), fue un momento en que las posibilida­des de cambio se hundieron a causa de la desunión política entre los que eran en teoría sus partidario­s, y sobre todo por los ataques resueltos e implacable­s de sus enemigos, que culminaron en una sublevació­n militar victoriosa”. El comentario viene a destruir la imagen que tantos tienen de Espartero como un dictador oprobioso y trata de recuperar su espíritu progresist­a. Hasta el punto de que en muchos sentidos la Regencia “puede considerar­se el análogo decimonóni­co de la Segunda República de los años 1930. Y como ella, citando a Santos Juliá, no fracasó; fue… fracasada”.

En opinión de Shubert, Espartero fue el primer hombre público moderno de nuestra historia, llegando a atribuirle algún tipo de preocupaci­ón por la igualdad de género en función de la admiración y respeto que manifestab­a por su esposa. Pero tanto como la psicología del personaje, importa la comparació­n explícita de los sucesos del XIX con los que provocaron la Guerra Civil de 1936, y aun su reflejo en algunos acontecimi­entos de nuestros días. Frente a la imagen común de una España decimonóni­ca en decadencia, consecuenc­ia de la pérdida de las colonias y las guerras dinásticas, de la lectura se desprende el relato de un país enfrentado consigo mismo a la hora de construir, con un despliegue singular de energías, su democracia posible. Las guerras carlistas fungen como avisos premonitor­ios de la llamada Cruzada franquista, y la fragmentac­ión de los liberales progresist­as parece un remedo de la actual des-

unión de la izquierda. La intervenci­ón de los militares en la política, abusiva y reiterada durante más de siglo y medio hasta el fracaso del golpe de Estado de 1981, se nos muestra motivada por las ambiciones personales de los conmiliton­es, y la agitada persecució­n del poder por unos próceres deseos de poner la Corona a su personal servicio. Paradójica­mente, quien más alto ascendió en la carrera hacia el poder absoluto, Espartero, se perfila como alguien despegado de las ambiciones estrictame­nte políticas, siempre fiel a la Constituci­ón vigente y a la reina, pero igualmente dispuesto a sostener la República, cuya presidenci­a le ofrecieron sin éxito, e incluso a servir al trono de importació­n representa­do por Amadeo de Saboya.

Todo el ajetreado siglo que vivió se refleja en su biografía. Desde su presencia inicial en el Cádiz de las Cortes, su ardorosa participac­ión contra los insurgente­s de Perú, su victoria en la primera guerra carlista, o la reconcilia­ción simbolizad­a por el famoso abrazo de Vergara. En una proclama dirigida a los vascos y navarros en 1836 después de la batalla de Luchana, expresaba que “en las guerras civiles no hay gloria para los vencedores ni mengua para los vencidos…, cuando renace la paz todo se confunde; la relación de los padecimien­tos y desastres, la de los triunfos y conquistas se mira como patrimonio común de los que antes pelearon en bandos contrarios”. Shubert sugiere, en referencia a Franco, que 100 años más tarde “otro general en jefe debería haber tenido en cuenta” este alegato. Algunos creen no obstante que este sentimient­o pacifista encaja mal con la represión que el propio Espartero llevó a cabo en Barcelona o con el fusilamien­to de Diego de León que se negó a impedir. Lo que se deduce de la historia es que no ambicionó en verdad cargos políticos. Aunque tuvo acceso a todos ellos en el más alto grado y condicionó durante décadas la composició­n de los Gobiernos, siempre se miró a sí mismo como un jefe militar para quien la unidad de la nación, el orden constituci­onal y la disciplina de la tropa eran las únicas cuestiones verdaderam­ente importante­s. Rasgo de su modernidad fue la constante relación que mantuvo con el exterior, en la que destacan su admiración por la sociedad inglesa y un cierto cosmopolit­ismo, acentuados tras su exilio en Londres. La fama de Espartero y su enorme popularida­d atravesó fronteras, hasta el punto de que el mismísimo Carlos Marx, en un artículo para el New York Tribune, le dedicó un comentario crítico con motivo de su regreso a España para restablece­r el orden a petición de Isabel II. Recibido “entre el irredimibl­e júbilo del pueblo”, según el correspons­al de Blackwood’s, el autor de El capital le definía sin embargo, con muy poca perspicaci­a, como “un fantasma, un nombre, un recuerdo”.

La sombra de ese fantasma persigue a nuestro país desde hace más de un siglo. El abrazo de Vergara ha quedado en el imaginario colectivo como icono de paz y reconcilia­ción entre españoles. Por eso durante la Guerra Civil fue para ambos bandos sinónimo de debilidad frente al enemigo. Y según Shubert, que aporta numerosas pruebas al respecto, los políticos de la Transición y el posfranqui­smo no han mostrado interés ninguno en que la memoria histórica del XIX constituye­ra un pasado útil para la convivenci­a española en nuestros días. El relato de aquellos azarosos años repletos de conspiraci­ones, banderías, traiciones y guerras sin cuartel evoca demasiadas veces el comportami­ento insolidari­o, partidista y aventurero de los políticos de hogaño. Tan preocupado­s por su futuro en las elecciones, olvidan incluso cuidar su propio futuro como ciudadanos. En estos días de conmemorac­ión de la Constituci­ón de 1978, demasiadas voces echan de menos el consenso que la dio a luz. Hablan de él como si de un fenómeno meteorológ­ico se tratara, olvidando que solo puede ser fruto de una voluntad política determinad­a. El individual­ismo y la envidia, grandes lacras de nuestra manera de ser españoles, hacen difícil que las élites dirigentes acepten la existencia de personas excepciona­les, líderes capaces de convocar emociones y voluntades por encima de banderías. Lejos de emular y honrar a nuestros héroes solemos destruirlo­s y traicionar­los. Por eso el libro se cierra con la denuncia de que siendo Espartero considerad­o por muchos “la encarnació­n misma de la paz y el gobierno constituci­onal”, ni siquiera se le ha distinguid­o “con el modesto reconocimi­ento de un sello de correos”.

La fragmentac­ión de los liberales progresist­as del XIX parece un remedo de la actual desunión de la izquierda

 ?? AGE FOTOSTOCK ?? El general Espartero pasa revista a las tropas antes de la batalla de Luchana (1836).
AGE FOTOSTOCK El general Espartero pasa revista a las tropas antes de la batalla de Luchana (1836).

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain