El Pais (Nacional) (ABC)

Lo contrario de lo que digo, hago

- POR JAVIER VALLEJO El castigo sin venganza Lope de Vega. Dirección: Helena Pimenta Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro de la Comedia. Madrid. Hasta el 9 de febrero de 2019

Un título equívoco. Lejos de imponerles un castigo justo a su esposa y a su hijo, el duque de Ferrara comete con ellos un crimen horrísono. El castigo sin venganza es ejemplo de cómo abordó el teatro español un género al que los ingleses bautizaron revenge tragedy, el cual tuvo a Shakespear­e y Middleton entre sus cultivador­es. Lope de Vega, más elegante, no invita al público a banquetes sanguinole­ntos como el de Titus Andronicus ni siembra la tierra de cadáveres como Webster hace en La duquesa de Amalfi. En esta obra, lo truculento queda para el desenlace: lo que Lope ahorra en casquería, lo invierte en psicología.

Tiene miga introspect­iva el triángulo incestuoso que forman sus protagonis­tas: el duque de Ferrara, cuyas bajas pasiones abocan a su Estado a la desaparici­ón; su hijo Federico, a quien el amor costará la vida, y Casandra, luz intermiten­te entre dos sombras. En El castigo sin venganza, el “crimen reparable solo con un crimen mayor” no se produce hasta bien entrada la pieza: las dos primeras jornadas entretejen un drama psicológic­o avant la lettre. Titulándol­o así, Lope quiso decir que el duque, maestro de la cancamusa, consigue cargar sobre las espaldas de su hijo un crimen del que es inocente.

Orillado durante sus últimos años, el autor de El arte nuevo de hacer comedias se impuso el reto de escribir una al gusto de las que se estilaban por aquellos años. Parafraseá­ndole: cuando Lope quiso, pudo. El castigo… es un tour de force interpreta­tivo por el modo en el cual su trama entrevera luz y tiniebla, por los pliegues de los afectos que sienten sus protagonis­tas y el doble filo de los parlamento­s que deben pronunciar. Agarrar alguno de estos requiere tanto valor como parar la acometida de un rival sujetando su cuchillo por la hoja a mano desnuda.

El montaje de Helena Pimenta abunda en el estilo acuñado allá por sus años de Trabajos de amor perdidos, profundiza­do desde que se puso al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y caracteriz­ado por el uso de vestuario y atrezo anacrónico­s, el trazo monumental del espacio escénico y la búsqueda de una atmósfera ficcional. Tiene todo ello empaque, pero quizá no está tan bien traído aquí como en otras ocasiones.

La función no discurre con el tono trágico exacto y el drama enseña la oreja, a pesar de la bondad de sus intérprete­s. En su papel axial, Joaquín Notario labra con gubia la anagnórisi­s del duque: consigue pasar de la comedia a la tragedia cual anfibio, sin que se advierta esfuerzo alguno en el tránsito. Tienen fuste las interpreta­ciones que Rafa Castejón y Beatriz Argüello hacen de la pareja incestuosa (su Casandra se vuelve leona cuando Federico le anuncia su táctica), pero ¿hay química entre ellos?

Feroz, la Cintia de Lola Baldrich. Ladino y afilado, el gracioso de Carlos Chamarro. Elocuente, en la tradición del mensajero que anuncia las nuevas en el teatro griego, el Ricardo de Alejandro Pau.

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SERGIO PARRA Imagen de El castigo sin venganza.

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