La nueva Guerra Fría es tecnológica
El caso de la detención de la vicepresidenta de Huawei muestra la creciente tensión entre EE UU y China por liderar el futuro del desarrollo económico y estratégico
“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, reza la frase que se le atribuye a Arquímedes en el siglo III a. C. En el siglo XXI, el punto de apoyo clave que mueve el mundo es la tecnología. Y Estados Unidos y China están inmersos en una lucha campal por su liderazgo.
Una contienda que se encuentra en la base de su guerra comercial, y en la que casos como el de la detención de la vicepresidenta de Huawei el pasado 1 de diciembre en Canadá, acusada por Washington de violar las sanciones impuestas a Irán y por lo que EE UU pide su extradición, o la renuncia del fabricante estadounidense Qualcomm a la compra de la holandesa NXP por no tener el visto bueno de los reguladores de la competencia en China, muestran la disputa entre ambos países. Aunque estos casos no serán los últimos: pese a que China y EE UU sellen un acuerdo comercial en los próximos meses, es improbable que se resuelvan las crecientes tensiones sobre el control de la tecnología porque lo que está en juego es la seguridad nacional —según alegan los implicados— y el dominio mundial.
Plan estratégico
La modernización industrial de China durante la última década es evidente. En 2017 fue el país del mundo que registró más patentes (un 43,6% del total), más del doble que Estados Unidos, según datos de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. Su gasto en investigación y desarrollo representó en 2016 el 2,1% de su PIB frente al 1,4% registrado 10 años atrás. Varias compañías tecnológicas chinas se han hecho un hueco en el panorama internacional y el país es una pieza clave en la cadena global de suministros. Pekín está a la vanguardia en tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, el blockchain o la criptografía cuántica.
En parte, este auge nace de la mera necesidad. Con una población envejecida —es el país que más rápidamente se está haciendo mayor del mundo: en 2030 una cuarta parte de sus habitantes tendrá más de 60 años—, necesita encontrar alternativas a un modelo que hasta ahora primaba la mano de obra abundante, barata e incansable. Y en parte, China quiere romper la llamada “trampa de los ingresos medios”, la maldición que no han logrado evitar otras muchas economías emergentes, incapaces de aumentar su PIB per cápita más allá de un cierto nivel. Para ello, ha concluido, necesita desarrollar tecnologías propias que no le hagan depender de otros países.
En 2015 aprobó su plan estratégico conocido como Made in China 2025, una iniciativa a 10 años vista cuyo fin es modernizar su base manufacturera mediante
el desarrollo de diez sectores clave de alta tecnología. Entre ellos, la robótica, los vehículos alimentados por nuevas energías, la aeronáutica espacial, la inteligencia artificial o la tecnología de la información. Según los objetivos que se ha marcado, para 2025 Pekín aspira a una autosuficiencia del 70% en los sectores de alta tecnología.
Para 2049 aspira a ocupar una posición dominante en los mercados mundiales. Para entonces, la República Popular de China cumplirá 100 años y el presidente chino Xi Jinping se ha marcado el objetivo de que su país sea una gran potencia global. Para conseguirlo, el plan fomenta la inversión china en sectores estratégicos en el extranjero, moviliza a sus mastodónticas empresas estatales e incluye jugosos subsidios, incentivos fiscales y créditos a interés favorable.
El programa Made in China 2025 ha suscitado serias dudas en Occidente, que ya arrastraban de antes quejas sobre el considerable control estatal de la economía. Las normas que obligan a las empresas extranjeras a asociarse con una compañía local para entrar en el mercado chino se encuentran entre las más criticadas, dado que, según estos países, obliga a un traspaso forzoso de tecnología. Los subsidios y las ventajas a las empresas estatales imposibilitan también que las firmas foráneas puedan competir en condiciones de igualdad.
Recelo de Occidente
A estos recelos se suma, en el sector tecnológico, la prevención occidental contra la reciente ley de ciberseguridad en China, que obliga a las empresas a almacenar los datos obtenidos en China en servidores que se encuentren en territorio de este país, muchas veces controlados por empresas de capital público.
Pero, de momento, Pekín sigue sin controlar muchas de las tecnologías clave de sus industrias y tiene la necesidad de importarlas desde el extranjero. Esta circunstancia ha jugado en su contra en varias ocasiones, especialmente cuando las disputas políticas entran en juego. En abril, el Departamento de Comercio de Estados Unidos prohibió a la empresa china ZTE, un importante fabricante estatal chino de teléfonos móviles, comprar componentes de ese país por haber vendido productos a Irán y a Corea del Norte, algo que quebrantaba el embargo impuesto por Washington a estos dos países.
La medida dejó a ZTE al borde de la quiebra y, pese a ser finalmente suavizada, supuso una severa advertencia para Pekín de lo que está por venir: “En el pasado nos apretamos el cinturón y los dientes, y construimos las dos bombas (atómica y de hidrógeno) y un satélite… En el próximo paso de abordar las tecnologías debemos dejar de lado las ilusiones y depender de nosotros mismos”, dijo Xi Jinping al respecto.
“Es posible anticipar la emergencia de dos polos rivales: uno liderado por EE UU y el otro por China, cada uno dotado de sus redes de infraestructuras”, señala un informe del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI) sobre la Ruta de la Seda, en el que se abordan las prioridades tecnológicas de Pekín. “La emergencia de dos polos distintos, que cohabitarían sin integrarse, es factible si EE UU y China se hacen menos interdependientes económicamente de lo que son hoy día”, agrega el documento. Hoy por hoy, ese futuro parece aún distante. Pero ya no descabellado.
Con una población envejecida, Pekín necesita otro modelo económico
En 2017 China fue el país que más patentes registró en el mundo