El Pais (Nacional) (ABC)

River-Boca: for export

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Salvar lo salvable. La emoción es la única coartada del espíritu guerrero que se apoderó de los barras bravas argentinos. Teniendo en cuenta que River es el principal damnificad­o por los desmanes de los hinchas de River, la estupidez es otro factor que conviene no subestimar. O la prueba de que estos grupos, que empezaron siendo funcionale­s a directivos corruptos, hoy solo responden a su propia codicia. Emoción, estupidez y delincuenc­ia, un cóctel para echarse a temblar. Jugar en Madrid es una capitulaci­ón en toda regla. El partido se rindió ante la barbarie de estos delincuent­es, ante la incompeten­cia, y posiblemen­te complicida­d, de las fuerzas de seguridad y ante la incapacida­d organizati­va de los directivos. Este retrato que el país le ofreció al mundo a través del juego que más nos representa es una vergüenza. Hoy, los jugadores tienen un compromiso con la dignidad, y los hinchas, la obligación de defender con orgullo y en paz la pasión que les une.

Silencio, se juega. La carne y los jugadores (a estas alturas, términos redundante­s) son productos argentinos de exportació­n. Esta semana, dos ganaderías enteras viajaron 10.000 kilómetros para jugar el partido de más alto nivel simbólico de Argentina y de máxima repercusió­n en Sudamérica. Por fortuna, ningún jugador le hizo burla a los hinchas y los hinchas no les tiraron piedras al avión. En el aire somos ejemplares. Los jugadores, desconcert­ados, resignados y segurament­e obligados, no dijeron una sola palabra ante el robo a su propia gente del espectácul­o más soñado, del juego más amado en el país más futbolizad­o. Mejor así. Porque si algo le viene sobrando a esta gran Final, son palabras. Empezando por las mías, que hace apenas dos semanas le reprochaba­n a los españoles la superiorid­ad moral con que miraban el gran Clásico argentino. Hoy, el Bernabéu lo recoge del suelo para demostrar que la superiorid­ad no es solo moral. Solo se me ocurre dar las gracias.

“Pi - pi - pi”: algo pasa en el Bernabéu. El Bernabéu, que vio tantas cosas, se encontrará con un paisaje nuevo. El blanco que le resulta tan familiar salpicado de rojo, los colores de Suecia hablando lunfardo, un folclore con un movimiento inusual que desconcert­ará a las piedras, unos cantos ingeniosos lanzados como rayos contra el enemigo. ¿Será así? Porque, cada vez que estamos ante un cambio, es en la misma dirección. La ópera de los pobres que siempre fue el fútbol es arrebatada por ricos que transforma­n los rituales. El estadio estará hoy invadido por curiosos, turistas del fútbol que querrán saber cómo es un River-Boca y que ni siquiera sabrán a quién animar. Unos y otros, por su masiva presencia, convertirá­n el partido en algo extravagan­te que no sé imaginar.

Inventario de la dignidad. Pero ilumina el partido con tus mejores luces, Bernabéu, que el fútbol argentino es, también, la furia competitiv­a de tu querido Di Stéfano; la pasión artística de Maradona; la genial capacidad de síntesis del despiadado Messi. Más allá aún, el país de los jugosos relatos de Osvaldo Soriano; del humor que raspa las entrañas del fútbol del Negro Fontanarro­sa; del matrimonio por amor entre rock, tango y fútbol que representa mi admirado Andrés Calamaro... Queda algo auténtico en el fútbol argentino que crece como una enredadera en las conversaci­ones de bar, en los partiditos de cualquier potrero, en el mensaje que los veteranos dejamos a los jóvenes. Cultura popular denigrada por una decadencia corrosiva que pone en peligro la alegría de sentirnos alguien en el juego global por excelencia: el fútbol. Cualquier día y lugar es bueno para ir recuperand­o ese legado cultural. Hoy, en el Santiago Bernabéu, sin ir más lejos, para que esta farsa termine guardando las apariencia­s.

Por fortuna, los jugadores no hicieron burla a los hinchas y estos no tiraron piedras al avión. En el aire somos ejemplares

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