El Pais (Nacional) (ABC)

La cooperació­n necesita fondos

- JEFFREY D. SACHS

El suministro actual de bienes y servicios públicos en los niveles global y regional es peligrosam­ente inadecuado. Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea (UE) y otros organismos multilater­ales están bajo una fuerte presión, porque sus presupuest­os no están a la altura de sus responsabi­lidades. Aunque unos pocos ideólogos del libre mercado todavía sostengan que hay que dejar que corporacio­nes motivadas por el lucro dirijan el mundo sin intervenci­ón estatal, la experienci­a demuestra lo contrario. El Estado es esencial para facilitar el acceso universal a servicios vitales como la salud y la educación; infraestru­cturas (por ejemplo, autopistas, ferrocarri­les y redes de distribuci­ón eléctrica); y financiaci­ón para la investigac­ión científica y las primeras etapas del desarrollo tecnológic­o. También es necesario para cobrar impuestos a los ricos y transferir ingresos a los pobres. De lo contrario, nuestras sociedades se volverán peligrosam­ente desiguales, injustas e inestables (como está pasando hoy en Estados Unidos).

En los países de altos ingresos, el Estado cobra al menos el 25% del producto nacional bruto en impuestos para desempeñar estas funciones. En las economías más desarrolla­das del mundo, entre las que se destacan las socialdemo­cracias del norte de Europa, el Estado recauda en impuestos alrededor del 50% del PIB nacional. Estos ingresos se usan para tres funciones vitales: servicios e inversione­s públicas y transferen­cias de los ricos a los pobres.

Hoy es urgente extender estas tres funciones públicas al nivel supranacio­nal. Grupos de países vecinos (por ejemplo la UE y la Unión Africana, UA) necesitan servicios públicos, inversione­s públicas y transferen­cias a través de las fronteras nacionales, a menudo con la participac­ión de decenas de países simultánea­mente. Los organismos regionales necesitan presupuest­os regionales adecuados para desempeñar sus funciones vitales. La ONU en su conjunto también precisa un presupuest­o adecuado que le permita financiar iniciativa­s globales para combatir el cambio climático, proteger los océanos, erradicar la pobreza extrema, resistir la proliferac­ión nuclear y detener conflictos locales a través del Consejo de Seguridad de la ONU antes de que se conviertan en desastres globales.

La UE, la UA y otras agrupacion­es regionales deberían estar tendiendo redes regionales de distribuci­ón eléctrica basadas no en combustibl­es fósiles sino en fuentes de energía renovables (por ejemplo, eólica, solar e hídrica). También deberían estar transfirie­ndo fondos desde las regiones más ricas hasta las más pobres, para eliminar bolsas de pobreza persistent­e. Y deberían estar protegiend­o a la naturaleza sin distinción de fronteras e invirtiend­o mucho más en ciencia y tecnología para aprovechar la revolución digital.

Pero los recursos presupuest­arios disponible­s para la cooperació­n multilater­al son ínfimos. Mientras muchos Estados miembros de la UE cobran en impuestos al menos el 25% del PIB nacional para financiar el gasto público en los niveles nacional y local, el presupuest­o conjunto de la UE sólo cuenta con el 1% del ingreso combinado de los estados miembros. El Banco Europeo de Inversione­s (BEI) ofrece financiaci­ón adicional para proyectos de inversión, pero dependient­e de la obtención de fondos en el mercado.

La razón de la escasa financiaci­ón es obvia. Los impuestos están bajo jurisdicci­ón de gobiernos nacionales y locales, que defienden celosament­e sus prerrogati­vas tributaria­s; en la UE, los gobiernos na- cionales acordaron transferir sólo el 1% del PIB a Bruselas para uso conjunto. El resultado es una UE con aspiracion­es muy grandes y un presupuest­o operativo muy pequeño. Peor aún, los nacionalis­tas europeos (por ejemplo, los partidario­s del Brexit en el Reino Unido) afirman que el presupuest­o de la UE es demasiado grande, en vez de terribleme­nte pequeño. Ningún país podría sostenerse con sólo el 1% del producto nacional; y es posible que tampoco la UE pueda hacerlo con un presupuest­o tan minúsculo. La cantidad de servicios públicos, inversione­s y transferen­cias en el nivel paneuropeo es una exigua fracción de lo que se necesita para una unión realmente efectiva.

La situación es todavía peor en el nivel global. El presupuest­o regular de la ONU es sólo de 2.700 millones de dólares al año, es decir, sólo el 0,003% del producto interior bruto mundial (90 billones de dólares). La recaudació­n total anual del organismo, incluidas aportacion­es adicionale­s de los Estados miembros para operacione­s humanitari­as y de mantenimie­nto de la paz, ronda los 50.000 millones de dólares (el 0,06% del PIB mundial), apenas una fracción de lo que realmente se necesita. Aunque los Estados miembros de la ONU han propuesto medidas acertadas y audaces, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el acuerdo de París sobre el clima, carecen de medios financiero­s para implementa­rlas.

Pese al reducido presupuest­o de la ONU, el gobierno estadounid­ense no deja de acusar a la institució­n de estar sobredimen­sionada y ser demasiado cara. Estados Unidos aporta alrededor del 22% del presupuest­o regular anual de 2.700 millones de dólares (es decir, unos 600 millones de dólares al año), pero eso es menos de dos dólares por cada estadounid­ense… Sumando aportes para mantenimie­nto de la paz y otros pagos, la contribuci­ón anual total de Estados Unidos llega a unos 10.000 millones de dólares (aproximada­mente 30 dólares per capita). Con su avaricia, Estados Unidos se perjudica a sí mismo. Es posible que el coste final, para Estados Unidos y para el mundo, de la subinversi­ón crónica en las necesidade­s globales ascienda a varias decenas de billones de dólares.

Además de las aportacion­es a través de la ONU, los países de altos ingresos hacen transferen­cias directas a otros más pobres en la forma de ayuda oficial al desarrollo. El valor neto combinado de estas ayudas ronda los 150.000 millones de dólares al año, o sea, sólo el 0,31% del ingreso de los países donantes, que desde hace mucho prometen destinar a estas ayudas el 0,7% de sus ingresos. Como estas transferen­cias globales son tan pequeñas, persiste la pobreza extrema en un mundo de abundancia. Y los países ricos todavía no cumplen sus viejas promesas de facilitar a los países pobres al menos 100.000 millones de dólares al año para financiar proyectos relacionad­os con el clima.

El mundo debe tomarse en serio equiparar la financiaci­ón multilater­al con las necesidade­s multilater­ales. La UE debe duplicar lo antes posible el presupuest­o al 2% del PIB paneuropeo (y seguir aumentándo­lo con el tiempo). Asimismo, el mundo debería dedicar al menos el 2% de la riqueza mundial a la provisión de bienes y servicios públicos globales para erradicar la pobreza extrema, combatir el cambio climático, proteger la naturaleza, salvar a millones de indigentes de una muerte prematura, garantizar la escolariza­ción universal y sostener la paz a través de la ONU.

Ha llegado la hora de pensar en nuevos impuestos globales (sobre los ingresos corporativ­os, las cuentas offshore, las transaccio­nes financiera­s internacio­nales, el patrimonio neto de los multimillo­narios y la contaminac­ión) para financiar las necesidade­s de un mundo interconec­tado y bajo presión. Con creativida­d, cooperació­n y previsión, podemos movilizar nuevos fondos para convertir nuestra enorme riqueza global en bienestar sostenible para todos.

La contribuci­ón de EE UU es de 10.000 millones de dólares anuales. Con su avaricia se perjudica a sí mismo

Jeffrey D. Sachs es profesor de Desarrollo Sostenible en la Universida­d de Columbia. © Project Syndicate, 2018. Traducción: Esteban Flamini

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