El Pais (Nacional) (ABC)

El arte del acuerdo imaginario

- PAUL KRUGMAN

Vamos a tener una guerra comercial a gran escala con China, y quizás con el resto del mundo? Nadie lo sabe, porque todo depende de los caprichos de un hombre. Y el Hombre

de los Aranceles es ignorante, volátil y un

trastornad­o.

¿Por qué digo que todo gira en torno a un hombre? Después de todo, tras las elecciones estadounid­enses de 2016 y el referéndum del Brexit en Gran Bretaña, se habló mucho de una amplia reacción popular contra la globalizac­ión. Sin embargo, a lo largo de los dos últimos años ha quedado claro que esta reacción ha sido más pequeña y menos profunda de lo que se anunciaba.

Al fin y al cabo, ¿dónde están los principale­s apoyos a los aranceles y las amenazas de Donald Trump de abandonar los acuerdos internacio­nales? Las grandes empresas odian la perspectiv­a de una guerra comercial, y las acciones se hunden siempre que esa perspectiv­a se vuelve más probable. Los trabajador­es tampoco han respaldado el proteccion­ismo de Trump.

Por otra parte, el porcentaje de estadounid­enses que creen que el comercio exterior es bueno para la economía se acerca a un máximo histórico. Incluso a los que critican el comercio parece que les mueve la lealtad a Trump, y no unas conviccion­es políticas profundas: durante la campaña de 2016, los que se identifica­ban como republican­os cambiaron drásticame­nte su opinión de que los acuerdos comerciale­s eran buenos por la de que eran malos, y luego cambiaron otra vez de parecer cuando daba la impresión de que Trump negociaba acuerdos propios. (Siempre hemos estado en una guerra comercial con el este de Asia).

Pero si no existe un apoyo fuerte al pro- teccionism­o, ¿por qué nos encontramo­s al borde de una guerra comercial? La culpa es de la legislació­n.

Hubo un tiempo en que el Congreso solía redactar proyectos de ley arancelari­os detallados y repletos de prebendas para los intereses especiales, con efectos devastador­es para la economía y la diplomacia estadounid­ense. Por eso, en la década de 1930, Franklin Delano Roosevelt estableció un nuevo sistema en el que el poder ejecutivo negocia los acuerdos con otros países y el Congreso se limita a aprobarlos o rechazarlo­s. El sistema estadounid­ense se convirtió luego en el patrón para las negociacio­nes mundiales que culminó con la creación de la Organizaci­ón Mundial del Comercio.

Sin embargo, los creadores del sistema se dieron cuenta de que no podía ser demasiado rígido porque se haría añicos en épocas de tensiones. Por eso la legislació­n permite que el poder ejecutivo imponga aranceles sin una nueva normativa en determinad­as circunstan­cias, principalm­ente para proteger la seguridad nacional, como represalia ante prácticas extranjera­s injustas o para dar tiempo a los sectores que sufren un repentino aumento de la competenci­a extranjera para adaptarse.

En otras palabras, la legislació­n otorga al presidente un gran poder discrecion­al sobre el comercio. Y esta fórmula ha funcionado muy bien durante más de 80 años.

Lamentable­mente, no estaba pensada para enfrentars­e al problema de un presidente corrupto e irresponsa­ble. Trump es básicament­e el único que desea una guerra comercial, pero tiene una autoridad prácticame­nte dictatoria­l sobre el comercio. ¿Y qué está haciendo? Intenta negociar acuerdos. Por desgracia, no sabe realmente lo que hace. En temas de comercio, es un rebelde sin la más mínima idea.

Aunque se proclama a sí mismo como el Trump ha demostrado que no entiende cómo funcionan. No, no son impuestos a los extranjero­s, son impuestos a nuestros propios consumidor­es. Cuando trata de alcanzar acuerdos, parece que solo le preocupa si puede apuntarse una “victoria”, no la sustancia. Ha ido pregonando que el “Acuerdo Comercial entre EE UU, México y Canadá” es un rechazo al Tratado de Libre Comercio de América de Norte (NAFTA por sus siglas en inglés), cuando en realidad no es más que una pequeña modificaci­ón.

Y lo que es más importante, su incapacida­d para la diplomacia internacio­nal se extiende a las negociacio­nes comerciale­s. Recuerden que afirmaba que había “solucionad­o” la crisis nuclear de Corea del Norte, pero Kim Jong-un sigue aumentando su capacidad de misiles balísticos. Y bueno, el fin de semana pasado afirmó que había alcanzado un importante acuerdo comercial con China; pero como poco después informaba JP Morgan en una nota a sus clientes, sus afirmacion­es “parecían sumamente exageradas, si no totalmente inventadas”.

Los mercados se hundieron al principio de esta semana cuando los inversores se dieron cuenta de que les habían tomado el pelo. Como decía antes, las empresas no quieren verdaderam­ente una guerra comercial. Seamos claros: China no es un buen actor en la economía mundial y se comporta mal, especialme­nte en lo que se refiere a la propiedad intelectua­l. Los chinos básicament­e copian la tecnología. Por tanto, hay argumentos para endurecer nuestra postura sobre el comercio.

Pero ese endurecimi­ento debería emprenders­e de común acuerdo con otros países que también sufren las consecuenc­ias del mal comportami­ento chino, y debería tener objetivos claros. La última persona que quieres que juegue duro es alguien que no entiende los principios básicos de la política comercial, que dirige su agresivida­d contra todo el mundo –¿aranceles sobre el aluminio canadiense para proteger nuestra seguridad nacional? ¿En serio?– y que ni siquiera puede informar sinceramen­te sobre lo que ha pasado en una reunión.

Por desgracia, esa es la persona que ahora ejerce el poder, y no es fácil saber cómo se le podrá frenar. El futuro del comercio mundial, con todo lo que implica para la economía, depende en gran media de los procesos mentales de Donald Trump. No es un pensamient­o tranquiliz­ador.

La legislació­n de EE UU otorga al presidente un gran poder discrecion­al sobre los aranceles

China se comporta mal, copia tecnología, pero Trump no entiende los principios básicos de la política comercial

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2018. Traducción News Clips

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AP Donald Trump, presidente de EE UU.
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