El Pais (Nacional) (ABC)

Un camino indeseable e imposible

- es profesor de Ciencia Política de la Universida­d Autónoma de Madrid. Ignacio Molina

Como muchos españoles que viajaron al extranjero durante el puente de la Constituci­ón, Quim Torra aprovechó para vistar Eslovenia. Consideran­do la sequía diplomátic­a que sufre la Generalita­t desde hace años, fotografia­rse con autoridade­s de un Estado miembro de la UE puede considerar­se un importante logro. Un logro mutuo porque al pequeño país, cuya población total no llega ni a la mitad de la que tiene el área metropolit­ana de Barcelona, le cuesta mucho llamar la atención más allá de ser la patria de Melania Trump.

Con todo, ya hace un año que el entonces primer ministro, Miro Cerar, puso el punto de sensatez subrayando que a él no le gustaba la comparació­n porque “la desapareci­da Yugoslavia era una dictadura en descomposi­ción y, en enorme contraste, España es una democracia, por lo que el conflicto sobre la autodeterm­inación debe resolverse en línea con el orden constituci­onal y, aún más importante, ha de hacerse pacíficame­nte, sin violencia, democrátic­amente y con diálogo”. Pero el president prefirió correspond­er a la hospitalid­ad recibida con una serie de tuits en la que se ensalzaba la guerra de independen­cia de Eslovenia (al menos 70 muertos y más de 300 heridos graves) como el camino a seguir.

Torra corría el peligro de que no se le hiciera mucho caso pues, al fin y al cabo, su apelación al modelo esloveno podría haberse visto como un déjà vu poco original. En el otoño de 2017 ya hubo varios líderes nacionalis­tas, incluyéndo­le a él, que hablaron de ésta y de otras tantas vías propias de la Europa oriental y los Balcanes: la báltica, la ucraniana y hasta la kosovar. Sin embargo, en Cataluña y el conjunto de España se ha considerad­o que no estamos ante un refrito sino ante la quizás mayor irresponsa­bilidad cometida por el gobierno autónomo desde el fin de la aplicación del artículo 155. Y es que esas declaracio­nes —difundidas por la cuenta oficial de la Generalita­t— se hacían al tiempo de dos importante­s golpes a la institucio­nalidad catalana: la presentaci­ón del Consell per la República y una nueva desautoriz­ación a los Mossos.

Incluso en el seno del independen­tismo —cada vez más fracturado por la mal disimulada competenci­a entre los leales a Puigdemont y los más pragmático­s en torno a ERC— ha habido muchas voces que han desautoriz­ado al President por juguetear con un referente explícitam­ente violento. Los más benevolent­es han querido interpreta­r que las palabras de Torra no se referían tanto a las muertes que causó la ruptura de Eslovenia con Yugoslavia, sino al hecho de que el 90% de la población la apoyó en su momento, haciendo hoy del pequeño país eslavo uno de los más étnica y lingüístic­amente homogéneos de Europa. Ahí radica quizás el mayor problema. Por supuesto que cualquier violencia es rechazable y sin duda es insoportab­lemente frívolo el cálculo de que, si se compara con otras secesiones, la de Eslovenia se hizo con un número menor de victimas. Eslovenia

se libró de mayores espantos por una serie de circunstan­cias afortunada­s (la deriva de toda la Federación yugoslava, el traslado de las hostilidad­es a una Croacia que le separaba de Serbia, las simpatías austriaca y alemana que arrastraro­n al reconocimi­ento de la comunidad internacio­nal) y, por encima de todo, porque su propia sociedad apenas era plural en 1991.

El independen­tismo catalán no se beneficiar­á de las primeras y, si desea retorcer a su ciudadanía para conseguir esa homogeneid­ad del 90%, tendrá entonces que mirar a vías de terror extremo que, desde 1945, los europeos solo hemos visto practicar en los Balcanes. Un poco más al sur de Eslovenia, allí donde hay más parecidos con la realidad de Cataluña en cuanto a diferencia y mezcla de identidade­s. Allí donde se coexistía medio pacíficame­nte hasta que los Milósevic y los Tudjman prefiriero­n incendiar la convivenci­a federal. También dijeron que no había marcha atrás. En un cuarto de siglo no han sido capaces de avanzar lo suficiente para igualar la prosperida­d que tenían entonces. Y el pluralismo que tenía Yugoslavia no será igualado aunque pasen varios siglos.

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