La crueldad desde el primer día y la vía de la eutanasia
La ELA es cruel desde el primer síntoma. Hasta el diagnóstico, los enfermos esperan 12 meses de media, de médico en médico, porque no es fácil etiquetarla ni hay un test único que la detecte. Vivirán entre tres y cinco años en una eterna carrera de obstáculos llena de pérdidas (andar, hablar, tragar...) y atendidos en un sistema sanitario fragmentado que ni siquiera conseguirá darles la rehabilitación suficiente (fisioterapia, logopedia, asistencia respiratoria...) para retrasar el encarcelamiento de una mente lúcida en un cuerpo inerte.
Así, la eutanasia, observa Pepe Tarriza, “nos ocupa y nos preocupa”. Si algún día él opta por morir (prefiere el término irse) quiere que la ley le ampare. Puede ocurrir al llegar la
traqueostomía —“quedas atado a una máquina que puede fallar”— o cuando no soporte la inmovilidad. “La cosa es que puedas hacerlo sin complicarles la vida ni a tu familia ni a los médicos”. A Mari Luz Blanco, su esposa, se le humedecen los ojos al convocar el recuerdo de José Antonio Arrabal, que envió a los suyos de fin de semana para suicidarse. “Horrible. No poder irte acompañado de quienes te quieren”. Y él: “Esto que dicen algunos que no es un problema”. Con ese algunos se refiere a Pablo Casado, presidente del PP.