El Pais (Nacional) (ABC)

Un hombre abre fuego y mata a cuatro personas en una iglesia cerca de São Paulo

- TOM C. AVENDAÑO / HELOÍSA MENDONÇA São Paulo / Campinas

Un hombre de 49 años mató ayer al menos a cuatro personas en una catedral de Campinas, una ciudad a 100 kilómetros de São Paulo, e hirió a otras cuatro antes de suicidarse ante la policía en el altar. Euler Fernando Grandolpho iba armado con dos pistolas, que usó para disparar hasta 20 veces contra los fieles. Se trata de una de las matanzas más sorprenden­tes de los últimos meses en un país que mantiene un duro debate sobre cómo frenar la violencia rampante.

Las balas salieron de los asientos más cercanos a la puerta, según registraro­n las cámaras de seguridad de la catedral. Allí se había sentado 10 minutos antes Grandolpho, que había entrado al final de la misa de mediodía en la Catedral Metropolit­ana de Campinas (de cerca de 1,2 millones de habitantes). En cuestión de 30 segundos,

tras abrir fuego, ya no quedaba nadie en la iglesia que estuviera en condicione­s de salir. El atacante deambuló entonces por entre los bancos, rumbo al altar. Lo último que se ve en el vídeo es a los miembros de la policía militar entrando al templo. Los agentes dispararon al hombre, quien, según la versión oficial, se suicidó

con un último tiro. Había matado a cuatro personas y herido a otras cuatro, que fueron trasladada­s a diversos hospitales de la región, según su gravedad.

“Para mí que [el atacante] lo que quería era una matanza” y no iba detrás de nadie en particular, dice a las puertas de la catedral Pedro Rodrigues, de 66 años, uno de los feligreses que salió con vida del tiroteo. “La misa estaba acabando cuando este hombre, que se encontraba a unos seis bancos de donde yo estaba, apuntó a una pareja que había sentada detrás de él y empezó a disparar. Creo que el fuego no estaba dirigido solo a esa pareja. Había mucha gente de mediana edad”, agrega.

Motivos del ataque

Incluso en un país cada día más violento —más de 63.000 homicidios en 2017—, la matanza de ayer resultó algo fuera de lo común. No fueron disparos por disputas del narcotráfi­co, ni en medio de una guerra de bandas en las favelas, como la mayoría de asesinatos que engrosan las estadístic­as año tras año en el gigante sudamerica­no, sino cuatro víctimas en principio inocentes en una iglesia católica en pleno centro de la tercera ciudad del Estado de São Paulo, el más grande del país.

Queda tan solo un mar de incógnitas sobre los motivos del ataque. Tampoco se sabe de dónde sacó las armas el pistolero ni si actuó en nombre de alguna organizaci­ón. La única pista significat­iva que se conocía anoche era una mochila con documentos que le identifica­ban como Euler Fernando Grandolpho, analista de sistemas de 49 años.

Al margen de las intencione­s de Grandolpho, el insólito tiroteo acabará influyendo casi inevitable­mente en uno de los grandes debates nacionales del año: el acceso legal a las armas (obtener una en el abultado mercado negro brasileño presenta poca dificultad). El presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, lleva meses prometiend­o que al asumir la presidenci­a, el próximo mes, facilitará todavía más la compra de armamento. Según el ultraderec­hista, una mayor circulació­n de armas conlleva más seguridad y, por tanto, un freno a la espiral de violencia de la que Brasil se demuestra incapaz de salir. La idea aterra a sus detractore­s, que insisten en que más armas solo significan más casos como el del analista de sistemas que tiñó de sangre las paredes de la catedral.

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/ REUTERS Agentes de policía rodean el cuerpo de uno de los fallecidos en el tiroteo de ayer en la catedral de Campinas (Brasil).

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