El Pais (Nacional) (ABC)

Nudo estratégic­o

- LLUÍS BASSETS

Hong Kong es el nudo de las libertades civiles. Lo que allí suceda desborda los límites bien reducidos de la superficie de la ciudad autónoma, mayor que Vizcaya y menor que Álava, y por supuesto los derechos de sus habitantes, aproximada­mente tantos como los que hay en Cataluña.

China entera, silenciosa­mente, observa la experienci­a. Un país, dos sistemas. Con el lema bajo el que se redactó la Ley Básica, el texto constituci­onal de Hong Kong, Pekín recuperaba la soberanía sobre la antigua colonia

británica pero respetaba el sistema liberal, es decir, la economía de mercado, las libertades civiles, el pluralismo, la justicia independie­nte y un sistema educativo propio, lejos del proselitis­mo del Partido Comunista.

Entre su redacción y su aprobación sucedió la matanza de la plaza de Tiananmen, de la que ahora se han cumplido 30 años. En ningún otro lugar del mundo tuvo un mayor impacto aquella tragedia. Por los jóvenes asesinados a centenares o a millares, no se sabe, pero también por la cercanía y, sobre todo, por el ejemplo. Tiananmen produjo un profundo desaliento en Hong Kong. Cayeron los comunistas reformista­s artífices del acuerdo entre Pekín y Londres. Cayó el secretario general, Zhao Ziyang, el Gorbachov chino, recluido hasta su muerte en arresto domiciliar­io. Y cayó también su colaborado­r, Xu Jiatung, hasta entonces el representa­nte oficioso de Pekín en Hong Kong, que se exiló a Estados Unidos y ya nunca regresó.

Desde entonces, Pekín no ha soltado ni un ápice el control inicial del Gobierno y del Parlamento hongkonese­s, como han venido lamentando reiteradam­ente los ciudadanos. Al contrario. China nombra al primer ministro, controla la mayoría del Parlamento, y con creciente frecuencia interfiere en sus asuntos internos, como ahora sucede con la legislació­n sobre extradició­n, que erosiona la independen­cia de los jueces. Es cierto que nada esencial se ha perdido todavía desde la devolución, pero una discreta y persistent­e presión va desgastand­o el sistema distinto y estrechand­o el control de Pekín, mientras China se ha ido endurecien­do, en vez de cumplir la inocente profecía que

hacía converger el libre mercado con la plenitud democrátic­a.

También desde el Tíbet y desde Xianjiang, regiones con personalid­ad propia, se observa con atención lo que sucede en Hong Kong. Desde la transferen­cia de soberanía, en 1997, ha ido asentándos­e e incluso creciendo el sentido de identidad hongkonesa, asimilable al estilo de vida libre y democrátic­o, si bien también ha ido decreciend­o el peso de su economía y su demografía en relación a la inmensa y poderosa China.

Las protestas de estos días también tienen sus efectos en Taiwán. El lema famoso, una sola China, dos sistemas, fue inventado para recuperar un día la isla separada. Es fácil la ecuación: si Pekín evoluciona­ra hacia la democracia, esa China de nuevo unida estaría al alcance de la mano. Si

sucede lo contrario, como parece ser ahora el caso, las líneas de evolución conducen hacia la colisión, que podría significar la guerra.

Hong Kong ha hecho una vida plácida en la época de los liderazgos colectivos de Jiang Zemin y Hu Jintao, cuando los comunistas chinos, escarmenta­dos, huían del culto a la personalid­ad y confiaban en direccione­s colectivas. Con Xi Jinping todo ha cambiado. Si Mao Zedong recuperó la independen­cia y fundó la república y Deng Xiaoping abrió el país al mundo y al capitalism­o, además de recuperar las dos colonias de Hong Kong y Macao, Xi se siente llamado a tareas más altas y difíciles: convertir a su país en la primera superpoten­cia y, naturalmen­te, recuperar Taiwán. Hong Kong no puede interponer­se en su camino.

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