El Pais (Nacional) (ABC)

“México nos dio la libertad”

Tres mujeres supervivie­ntes del exilio rememoran la travesía del ‘Sinaia’, el primer barco con republican­os que llegó al país norteameri­cano hace 80 años

- JAVIER LAFUENTE, México

A la cárcel de Cognac, en el suroeste de Francia, llegaban todos los días noticias de los campos de concentrac­ión repartidos por el país. Era la única vía de esperanza para miles de españoles que huyeron del régimen franquista para saber dónde estaba un familiar si seguía vivo. Un día, Emiliana Claraco y su cuñada, recluidas en ese centro francés, escucharon que un general mexicano, un tal Lázaro Cárdenas, estaba dispuesto a dar asilo a miles de republican­os exiliados. Hicieron la solicitud de traslado para toda la familia. Con el trámite hecho, Emiliana aún tuvo que superar un último escollo, una monja, “Margarita se llamaba”. La religiosa le hizo la vida imposible hasta que le mostró una carta de sus padres en la que le pedían que hiciese su viaje. “Aquella chaparrita me quiso devolver a España. Y yo tenía horror de volver”, recuerda. Pese a la monja, nunca regresó a España.

Claraco relata a sus 96 años el calvario que pasó con minuciosid­ad abrumadora. Cuando les confirmaro­n que viajarían a México, se desplazaro­n a Perpiñán y de ahí, en tren, a Sète (costa este), donde se toparon con una mole inmensa atracada en el puerto. Era el barco Sinaia. “Me impresionó el reencuentr­o de muchas parejas, ellas cargaban a los hijos pequeños y ellos venían de los campos de concentrac­ión, desnutrido­s”, rememora con un marcado acento aragonés que aún conserva. “Por un lado estabas contenta, pero por otro… Dejabas atrás a tus padres, a tu país. Y pensabas: ¿Dónde vamos? No lo sabíamos”.

El 25 de mayo de 1939 zarpaba el Sinaia con 1.559 pasajeros, el doble de su capacidad. La primera expedición de muchas que vinieron después se logró gracias al Servicio de Evaluación de Refugiados Españoles, que controlaba el Gobierno republican­o. Aunque hubo algún antecedent­e —los niños de Morelia, en 1937— la travesía del Sinaia constató la apuesta del presidente Lázaro Cárdenas y del Gobierno de México por la causa republican­a. Un apoyo que continuó hasta el 28 de marzo de 1978, ya muerto Franco, cuando ambos países restableci­eron relaciones diplomátic­as.

La travesía fue desigual para los pasajeros. Para Conchita Michavila no resultó nada mala. “El capitán del barco le hizo ojitos a mi tía”, así que su familia pudo tener un camarote propio. Sus recuerdos son la memoria de sus padres. Apenas tenía seis meses cuando embarcó hacia México. Hoy suma 80 años. Un milagro porque al cruzar a Francia, su padre fue al campo de concentrac­ión de Argelès-sur-Mer y su madre al hospital de Mont de Marsan porque Conchita estaba muy enferma. Una infección intestinal y una pulmonía hicieron temer lo peor a su madre. Llegó a creer que a su hija pequeña nada la pudiera salvar. Le sugirieron, a la desesperad­a, que esa noche le diese unas gotas de café y de coñac. Al día siguiente, Conchita había revivido. “Quizás por eso soy abstemia y no me gusta

1.559 exiliados cruzaron el Atlántico en la nave, el doble de su capacidad

“Tenía horror de volver”, recuerda una de las viajeras

el café”, bromea ocho décadas después.

El Sinaia transporta­ba un pasaje que huía de la barbarie franquista hacia un territorio desconocid­o, donde el menor de los problemas era empezar de cero. Regina Díaz, como Conchita Michavila, llegó sin haber cumplido un año con sus padres. Ambos, recuerda, siempre estuvieron agradecido­s al país que les dio cobijo, donde crecieron sus hijos, donde nacieron sus nietos. Muerto Franco, él regresó a España en alguna ocasión y pidió que sus cenizas se esparciera­n ahí. Su madre, sin embargo, no quería saber nada de España. “No es que odiara su país, nunca quiso nacionaliz­arse mexicana; odiaba la guerra y todo lo que le hizo perder”, explica esta mujer, que hoy volverá a Veracruz con decenas de exiliados al homenaje previsto por el Ateneo de España en México y que contará con la presencia de autoridade­s de los dos países.

A lo largo de aquellos años desembarca­ron unos 25.000 exiliados republican­os. Durante décadas su presencia se hizo sentir en todo el país, sobre todo en la capital, donde fundaron centros de relevancia, como el Colegio Madrid, el Instituto Luis Vives y la Academia Hispano-Mexicana y contribuye­ron al desarrollo de la cultura y la academia en México.

Se quedaron más tiempo del esperado. “De los españoles siempre se dijo que tenían el dedo índice más pequeño de tanto golpearlo contra la mesa y decir: ‘Este año se muere Franco”, recuerda Michavila. “México nos dio la libertad”, zanja Claraco, en cuyo salón lucen dos banderitas tricolor, la mexicana y la de la República.

—¿Usted se siente más mexicana o española?

—Me siento mexicana, pero sobre todo, republican­a. Eso no me lo puede quitar nadie.

 ?? / GLADYS SERRANO ?? Emilia Claraco, de 96 años, que tuvo que abandonar España con 16 años y llegó a México en el Sinaia.
/ GLADYS SERRANO Emilia Claraco, de 96 años, que tuvo que abandonar España con 16 años y llegó a México en el Sinaia.

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