Calvo Serraller, Gran Cruz de Alfonso X a título póstumo
Escritor, investigador, profesor, crítico, efímero director del Museo del Prado, gran amigo y el mejor de los padres para sus hijos, Marina y Guillermo. Todo esto y más fue Francisco Calvo Serraller (Madrid, 1948-2018), según desgranaron algunas de las personas que mejor le conocieron, durante la entrega a título póstumo de la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, el martes en el auditorio del museo. El galardón fue entregado por el ministro de Cultura en funciones, José Guirao, a Guillermo Calvo en un acto lleno de personajes del mundo del arte.
La sucesión de intervenciones, que arrancó con la filósofa Amelia Valcárcel, vicepresidenta del Patronato del Prado, recordó a los asistentes la raíz que el inmenso conocimiento artístico de Calvo tenía en este museo. Así, desde los tiempos de estudiante, durante los que se cruzó con su después subdirectora, Manuela Mena, o con uno de sus grandes amigos, el filósofo Fernando Savater. Estas salas fueron su mayor fuente de desvelo, extravío placer, rememoró Miguel Zugaza, anterior director de la pinacoteca, ante la mirada del actual, Miguel Falomir.
Entre los asistentes, además de su viuda, la artista Blanca Muñoz, estuvieron Javier Solana, Plácido Arango, Cristina Iglesias, Estrella de Diego, Alicia Koplowitz, Carmen Iglesias, Isabel Azcárate, Juan Pablo Fusi, Soledad Sevilla, Guillermo de la Dehesa...
Divulgador
El artista Juan Navarro Baldeweg incidió en la vertiente de divulgador que como crítico ejerció Calvo Serraller en las páginas de EL PAÍS desde la década de los setenta. Entre sus muchos textos, se citaron libros que son de referencia de como Vanguardia histórica y tradición en el arte español contemporáneo (1989), Libertad de exposición. Una historia del arte diferente (2000) o su Enciclopedia del arte español del siglo XX (1992), que empezó a publicar gracias a la Fundación de Amigos del Museo del Prado, como recordó Carlos Zurita, duque de Soria y presidente de esta fundación. “Cuando concluían las sesiones en la Academia de San Fernando”, dijo Navarro Baldeweg, “no hablábamos de pintura, volvíamos juntos a nuestro barrio charlando de literatura, de poesía, de novedades editoriales y evocábamos mucho a los clásicos. Eran destellos de luz que compartíamos una semana tras otra. El arte, para nosotros, era un parpadeo, sucesos intermitentes que nos ayudaban a superar los altibajos del curso de la vida”.