El Pais (Nacional) (ABC)

La gran máscara de Bob Dylan

- / FERNANDO NAVARRO

Ojo, primer spoiler: Bob Dylan no siempre dice la verdad. Segundo: Martin Scorsese tampoco. El propio Dylan lo reconoce en un momento de Rolling Thunder Revue, el documental estrenado ayer en Netflix, donde Scorsese, el director, cuenta los entresijos de la irrepetibl­e gira que llevó al músico a recorrer Estados Unidos a mediados de los setenta con una caravana de artistas de toda condición. “Cuando alguien lleva una máscara, te dice la verdad. Cuando no la lleva, es poco probable que la diga”, asegura Dylan frente a la cámara, sin máscara y con su caracterís­tica mirada huidiza y su sonrisa pícara.

El esperado documental de Scorsese es una fabulosa mezcla de realidad y ficción. Las primeras imágenes no son de él, sino de un truco de magia de una película de Georges Méliès en la que un

mago hace desaparece­r a una mujer. Scorsese está diciendo que todo lo que sigue será un truco muy elaborado. De hecho, mucha prensa ya ha caído en sus trampas de este casi falso documental. No es verdad que Sharon Stone conociese a Dylan en mitad de la gira cuando era una adolescent­e. Ni que le colase en un concierto con su madre ni le tocase en el camerino al piano Just like a woman. Todas las fotos de ella y Dylan juntos son trucadas. Es una forma en la que Dylan y Scorsese explican cómo, a veces, funcionan las relaciones en el arte. Tampoco es verdad que el músico asistiese a un concierto de Kiss en Queens: es una forma de explicar la inspiració­n de su peculiar máscara blanca durante la gira. Pero la más chocante de las invencione­s es Stefan van Dorp, el supuesto director que contrató Dylan para rodar un documental de la gira que nunca vio la luz. Realmente, ese material del personaje inventado y que es imprescind­ible para entender la riqueza visual de este documental forma parte de las imágenes que el músico captó para su película Renaldo y Clara.

Pero el trasfondo es realidad. En otoño de 1975, Dylan se lanzó a una de sus aventuras artísticas más fascinante­s. Aquella gira sirvió para que el autor de Like a Rolling Stone recuperase el contacto con la carretera, pero de forma diferente al resto de estrellas del momento, cuando el paisaje estaba dominado por las bandas de estadios. Dylan montó un grupo itinerante, sin miembros fijos, con colaborado­res esporádico­s y sin apenas ensayos y recorrió Estados Unidos en autobuses, improvisan­do sobre la marcha las actuacione­s en pequeños aforos.

La mayoría de los participan­tes no sabían ni dónde ni cuándo iban a tocar en conciertos que podían durar cuatro horas y eran baratos. Se bajaban del autobús —conducido por Dylan en varias ocasiones— y se subían al escenario. Allí podían estar Joan Baez, Roger McGuinn (de los Byrds), el poeta Allen Gingsberg o gente que se sumaba según la ciudad como Patti Smith, Joni Mitchell, Ramblin’ Jack Elliot, Robbie Robertson y Rick Danko, de The Band, Arlo Guthrie, Gordon Lightfoot o Richie Havens. Más que una banda de rock, eran un circo. Dylan al frente, con sombrero de flores, pañuelo gitano y la cara pintada de blanco, como un actor del tradiciona­l teatro japonés kabuki: buscaban recuperar el romanticis­mo del directo, esa llama original de los espectácul­os primitivos (los minstrels estadounid­enses).

“Pasó hace tanto tiempo que ni había nacido. No recuerdo nada”, confiesa un Dylan actual, cercano a los 80 años al principio del documental. Rolling Thunder Revue es una cinta donde su propio mito está disfrazado bajo el carácter de una obra documental. Si el espectador no es un conocedor de la obra y milagros del protagonis­ta, es difícil descubrir que la historia está llena de trampas; todas, eso sí, en busca de la esencia de una gira que acabó derivando en una filosofía. “La vida no trata de encontrar nada ni de encontrars­e a sí mismo. Trata de crear, de crearse a sí mismo constantem­ente”, concluye Dylan.

Ahí está la clave: la creación. La gira Rolling Thunder Revue fue otra odisea de Dylan en la búsqueda de una nueva interpreta­ción de sí mismo, sin atender a las expectativ­as de nadie. Y Scorsese, a su servicio, obvia hablar de las montañas de cocaína que corrieron en esa gira y de Sara, la esposa de Dylan y personaje esencial para entender la energía desgarrado­ra que les movía. Su relación llegaba a su fin y Dylan se entregó a su música y a las mujeres que se le cruzaban por el camino. Ya a finales de los sesenta el músico, al que llamaban Mesías por sus canciones, confesó: “Solo llevo la máscara de Bob Dylan cuando necesito llevarla”.

Al final, un hombre se quita una máscara y suena Knockin’ on heaven’s door mientras se ven todas las fechas de los conciertos de Dylan desde 1975 hasta hoy. Es el arte, esa gira interminab­le, ese premio Nobel de Literatura siendo un músico, ese hombre riéndose de su mito, ese judas judío creyendo en Dios, ese trovador cantando todavía y por siempre.

Netflix estrena ‘Rolling Thunder Revue’, un documental dirigido por Martin Scorsese

La historia, llena de anécdotas falsas, sigue la gira real que el músico dio en 1975

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/ KEN REGAN Bob Dylan, retratado en 1975.

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