La gran máscara de Bob Dylan
Ojo, primer spoiler: Bob Dylan no siempre dice la verdad. Segundo: Martin Scorsese tampoco. El propio Dylan lo reconoce en un momento de Rolling Thunder Revue, el documental estrenado ayer en Netflix, donde Scorsese, el director, cuenta los entresijos de la irrepetible gira que llevó al músico a recorrer Estados Unidos a mediados de los setenta con una caravana de artistas de toda condición. “Cuando alguien lleva una máscara, te dice la verdad. Cuando no la lleva, es poco probable que la diga”, asegura Dylan frente a la cámara, sin máscara y con su característica mirada huidiza y su sonrisa pícara.
El esperado documental de Scorsese es una fabulosa mezcla de realidad y ficción. Las primeras imágenes no son de él, sino de un truco de magia de una película de Georges Méliès en la que un
mago hace desaparecer a una mujer. Scorsese está diciendo que todo lo que sigue será un truco muy elaborado. De hecho, mucha prensa ya ha caído en sus trampas de este casi falso documental. No es verdad que Sharon Stone conociese a Dylan en mitad de la gira cuando era una adolescente. Ni que le colase en un concierto con su madre ni le tocase en el camerino al piano Just like a woman. Todas las fotos de ella y Dylan juntos son trucadas. Es una forma en la que Dylan y Scorsese explican cómo, a veces, funcionan las relaciones en el arte. Tampoco es verdad que el músico asistiese a un concierto de Kiss en Queens: es una forma de explicar la inspiración de su peculiar máscara blanca durante la gira. Pero la más chocante de las invenciones es Stefan van Dorp, el supuesto director que contrató Dylan para rodar un documental de la gira que nunca vio la luz. Realmente, ese material del personaje inventado y que es imprescindible para entender la riqueza visual de este documental forma parte de las imágenes que el músico captó para su película Renaldo y Clara.
Pero el trasfondo es realidad. En otoño de 1975, Dylan se lanzó a una de sus aventuras artísticas más fascinantes. Aquella gira sirvió para que el autor de Like a Rolling Stone recuperase el contacto con la carretera, pero de forma diferente al resto de estrellas del momento, cuando el paisaje estaba dominado por las bandas de estadios. Dylan montó un grupo itinerante, sin miembros fijos, con colaboradores esporádicos y sin apenas ensayos y recorrió Estados Unidos en autobuses, improvisando sobre la marcha las actuaciones en pequeños aforos.
La mayoría de los participantes no sabían ni dónde ni cuándo iban a tocar en conciertos que podían durar cuatro horas y eran baratos. Se bajaban del autobús —conducido por Dylan en varias ocasiones— y se subían al escenario. Allí podían estar Joan Baez, Roger McGuinn (de los Byrds), el poeta Allen Gingsberg o gente que se sumaba según la ciudad como Patti Smith, Joni Mitchell, Ramblin’ Jack Elliot, Robbie Robertson y Rick Danko, de The Band, Arlo Guthrie, Gordon Lightfoot o Richie Havens. Más que una banda de rock, eran un circo. Dylan al frente, con sombrero de flores, pañuelo gitano y la cara pintada de blanco, como un actor del tradicional teatro japonés kabuki: buscaban recuperar el romanticismo del directo, esa llama original de los espectáculos primitivos (los minstrels estadounidenses).
“Pasó hace tanto tiempo que ni había nacido. No recuerdo nada”, confiesa un Dylan actual, cercano a los 80 años al principio del documental. Rolling Thunder Revue es una cinta donde su propio mito está disfrazado bajo el carácter de una obra documental. Si el espectador no es un conocedor de la obra y milagros del protagonista, es difícil descubrir que la historia está llena de trampas; todas, eso sí, en busca de la esencia de una gira que acabó derivando en una filosofía. “La vida no trata de encontrar nada ni de encontrarse a sí mismo. Trata de crear, de crearse a sí mismo constantemente”, concluye Dylan.
Ahí está la clave: la creación. La gira Rolling Thunder Revue fue otra odisea de Dylan en la búsqueda de una nueva interpretación de sí mismo, sin atender a las expectativas de nadie. Y Scorsese, a su servicio, obvia hablar de las montañas de cocaína que corrieron en esa gira y de Sara, la esposa de Dylan y personaje esencial para entender la energía desgarradora que les movía. Su relación llegaba a su fin y Dylan se entregó a su música y a las mujeres que se le cruzaban por el camino. Ya a finales de los sesenta el músico, al que llamaban Mesías por sus canciones, confesó: “Solo llevo la máscara de Bob Dylan cuando necesito llevarla”.
Al final, un hombre se quita una máscara y suena Knockin’ on heaven’s door mientras se ven todas las fechas de los conciertos de Dylan desde 1975 hasta hoy. Es el arte, esa gira interminable, ese premio Nobel de Literatura siendo un músico, ese hombre riéndose de su mito, ese judas judío creyendo en Dios, ese trovador cantando todavía y por siempre.
Netflix estrena ‘Rolling Thunder Revue’, un documental dirigido por Martin Scorsese
La historia, llena de anécdotas falsas, sigue la gira real que el músico dio en 1975