El Pais (Nacional) (ABC)

Animación delicada y triste

- / CARLOS BOYERO

EL PAN DE LA GUERRA Dirección: Nora Twomey. Intérprete­s: Saara Chaudry, Soma Chhaya, Noorin Gulamgaus. Género: drama. Irlanda, 2018. Duración: 94 minutos.

En Las palmeras salvajes, esa novela de Faulkner (¿alguien sigue leyendo a ese escritor tan árido y magistral?) que Borges tradujo al castellano —incluso sugieren algunos eruditos que su versión es excesivame­nte libre—, un personaje decidía al final que entre la pena y la nada elegía la pena. Dos opciones muy crudas. Yo siento pena cuando constato la nada. Me ocurre al visitar los cines entre semana, porque no hay ni dios. Solo algunos náufragos de mi edad e incluso más viejos. De lunes a viernes hay salas en las que ya no existe ni la taquilla. Compras la entrada en el bar. Por ello, tengo una sensación alucinógen­a cuando un lunes, en la primera sesión, constato que hay una fila numerosa esperando su turno en la taquilla. Se me evapora la pena ante la nada. Pero no es un milagro. Simplement­e, que se celebra la Fiesta del Cine, donde las entradas rebajan su precio hasta los 2,90 euros. Conclusión esperanzad­ora: queda mucha gente que prefiere ver el cine en su lugar natural y ancestral. El problema es el dinero. Como siempre. Pero ahora más.

Y está claro que la industria sobrevive, o le salen inmejorabl­emente las cuentas gracias a los cansinos superhéroe­s, el cine de animación o el viejo y triunfante catálogo de la factoría Disney interpreta­do ahora por seres de carne y hueso. Sin embargo, se estrenan cantidad de películas. Con vida efímera la mayoría de ellas. O inexistent­e. Ni siquiera le da tiempo a ser testimonia­l de cierto tipo de cine. Que le pregunten a los distribuid­ores que rastreaban incansable­mente en el catálogo de los festivales de cine.

El pan de la guerra pertenece al formato del dibujo animado. Ojalá que tenga larga vida. Es bonita y sensible. También muy triste. Cómo no serlo al contar la historia de una cría permanente­mente acorralada en el Kabul de los talibanes, intolerant­e y salvaje, sin el menor respeto no ya hacia los disidentes, que tienen que hacerse invisibles, mudos y sordos si no quieren ser exterminad­os, sino también para los más débiles, los tullidos, las mujeres, niñas a las que destinan marido sin la menor posibilida­d de elección. La protagonis­ta, en nombre de la superviven­cia y siguiendo la pista de su encarcelad­o padre, debe disfrazars­e de niño y refugiarse ante el horror cotidiano escuchando cuentos y leyendas orales presididos por la lírica, con capacidad para hacer soñar.

La produce el estudio irlandés Cartoon Saloon. Es la primera película que veo de ellos. Me cuentan opiniones fiables que es hermoso todo lo que han hecho, que están especializ­ados en leyendas celtas, que siempre tienen un punto trágico, lo cual es un impediment­o para esos éxitos taquillero­s que están calculados al milímetro. Y está muy bien que la productora Pixar, tan innovadora en este tipo de cine y frecuentem­ente genial, arrase comercialm­ente y contente a los paladares más críticos. Pero no es obligatori­a su firma para que el cine de animación, pensando también en un público adulto, mantenga un alto nivel de calidad en Japón, Irlanda, Bélgica o Francia. También en España. Eran tan atractivas como amargas Arrugas y Buñuel en el laberinto de las tortugas. Y la próxima semana llega Toy

Story 4. Y los fans de esta impagable saga se relamen anticipada­mente.

Cuenta la historia de una cría acorralada en el Kabul talibán

Ojalá que esta película tenga larga vida en una cartelera llena

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Una imagen de El pan de la guerra.

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