Esauira, música y sardinas

En plena gira por España con su ópera Yo, Claudio y Claudio el Dios, basada en la célebre obra de Robert Graves, el compositor Igor Escudero recuerda un viaje en grupo que hizo hace cinco años a la ciudad marroquí de Merzouga, en pleno desierto.

¿Por qué quería pasar fin de año en el desierto?

Por cambiar de tradición. Pero la gente de allí era tan amable y hospitalaria que nos tenían preparado un cotillón, aunque íbamos huyendo de eso. Se informaron muy bien y nos trajeron hasta uvas. Y también sardinas frescas de Esauira.

¿Hay muchos turistas en esa zona? Muy pocos. Nuestra ruta por Merzouga y las dunas de Erg Chebbi la diseñaron unas amigas que conocen bien la zona. Habían abierto una agencia de viajes a lugares poco frecuentados y les servimos de conejillos de indias. Conocimos a gente increíble, como a un pastor que curtía la piel de su ganado. Le compré un maletín de cuero.

Montarían en camello…

No, íbamos siempre en todoterreno.

¿Qué descubrió en el desierto? Que abundan las minas de fósiles. Ves señores haciendo agujeros en el suelo y hurgando bajo tierra para sacarlos. En Erfoud, otro pueblo cercano, los limpian y los venden en forma de cenicero.

¿Se llevaron sorpresas?

Notamos que Marruecos estaba cambiando mucho, haciéndose más turístico y cada vez con mejores infraestructuras. Nos llevaron, por ejemplo, a ver una casba, que es un espacio fortificado bereber, y al llegar al sitio vimos que acababan de convertirla en un hotel.

¿Visitó otros paisajes?

Estuve en Esauira, que es una ciudad costera. Allí hay siempre gente vendiendo pescado. Y hay muchos gatos, a los que les dan sardinas para comer, alimento que es un lujo en el desierto. Además, me enteré de que en junio hay un festival internacional de música mística gnawa (festival-gnaoua. net) en el que participan músicos de todo el mundo. Eso me hizo volver a Esauira unos meses después.