El Pais (Nacional) (ABC)

El descrédito del héroe anticorrup­ción

El magistrado brasileño, actual ministro de Justicia, comenzó el ‘caso Lava Jato’ entre alabanzas de toda la sociedad. Un creciente escándalo cuestiona su imparciali­dad

- NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR São Paulo

El antiguo juez Sérgio Moro, de 47 años, está acostumbra­do a oír miles de gargantas corear su nombre como un héroe en manifestac­iones en las que pasean enormes muñecos con su cara disfrazado­s de Superman. Fue una escena frecuente en las grandes protestas para echar del poder a la presidenta izquierdis­ta Dilma Rousseff. Y se repitió a finales de mayo en Brasilia, en una concentrac­ión de bolsonaris­tas frente al Congreso. Moro, el juez que se embarcó en la cruzada de acabar con la extendida impunidad para los poderosos de Brasil, entendió pronto que para abordar semejante empeño era esencial tener a la opinión pública de su lado. La tuvo durante años. Pero esta semana su carrera ha sufrido un duro golpe que ha erosionado su credibilid­ad. Las dudas han aflorado también entre quienes defendiero­n su imparciali­dad cuando aceptó ser ministro de Justicia tras haber condenado al expresiden­te izquierdis­ta Lula da Silva a nueve años de cárcel por corrupción cercenando así sus aspiracion­es electorale­s.

El origen del escándalo está en conversaci­ones privadas del entonces juez con el fiscal jefe del caso Lava Jato, Deltan Dallagnol, que el medio digital The Intercept Brasil empezó a difundir el pasado domingo. Desde el principio, acaparó el debate político e informativ­o porque los mensajes, intercambi­ados en Telegram, evidenciar­on la fluida relación entre el juez y el fiscal. Había sugerencia­s del primero al segundo sobre estrategia­s y plazos en el proceso judicial. E incluso dudas del Ministerio Público sobre la solidez del caso contra Lula. Otros mensajes muestran a los fiscales hablando sobre cómo impedir que Lula fuera entrevista­do en prisión por Folha y EL PAÍS antes de la primera vuelta de las elecciones, cuando era favorito, porque considerab­an que eso favorecerí­a al Partido de los Trabajador­es (PT).

Las dudas sobre la imparciali­dad de Moro son tantas que hasta el diario que eligió para dar su primera entrevista tras el escándalo, el conservado­r Estadão, pidió en un duro editorial que abandonara temporalme­nte el cargo de ministro mientras se investigab­a su conducta. El presidente, el ultraderec­hista Jair Bolsonaro, recalcó el viernes que “existen cero posibilida­des” de que lo aparte del cargo después de que, en un evidente gesto de apoyo público, fueran juntos al fútbol tras la bomba informativ­a.

El hoy ministro, que pone en duda la veracidad de los mensajes y recalca que fueron obtenidos ilegalment­e, se declara tranquilo y asegura que estos intercambi­os entre jueces, fiscales y abogados son frecuentes en Brasil. “Sé que en otros países tienen prácticas más restrictiv­as, pero la tradición jurídica brasileña no impide ese contacto personal”, dijo. Pero son muchos los que discrepan, incluidos varios jueces del Tribunal Supremo y sólidos académicos. Así que Moro tendrá que acudir al Senado a dar explicacio­nes el próximo miércoles.

En un Gobierno con tres ministros cesados en seis meses, marcado por las discrepanc­ias internas y lastrado por múltiples polémicas, Moro ha sido hasta ahora uno de los activos indiscutib­les. Es el político más popular de la potencia sudamerica­na, aunque las revelacion­es de The Intercept Brasil han erosionado su imagen. Su apoyo ha caído 10 puntos —hasta el 50%— en un mes, según Atlas Político. Pero la ciudadanía aún tiene puestas en él enormes esperanzas para que las leyes contra el crimen que impulsa sean aprobadas y logren reducir la violencia en el país, que es junto a la economía la prioridad de los ciudadanos. Cabe, sin embargo, la posibilida­d de que el escándalo de las conversaci­ones filtradas sí dañe sus opciones de ascender al Tribunal Supremo, donde desearía ocupar la plaza que quedará libre próximamen­te.

Goza de una gran popularida­d pero su apoyo ha caído 10 puntos en un mes

Lula dice desde la cárcel que está “obsesionad­o” con desenmasca­rarle

El modelo ‘Mani Pulite’

Desde joven apuntaba maneras y compañeros de piso de sus años universita­rios dicen que ya entonces el actual ministro tenía un arraigado sentido de la justicia. A menudo, Moro ha mencionado a los jueces italianos de Mani Pulite (Manos Limpias) como su modelo. “Es innegable que [este grupo] constituye una de las más exitosas cruzadas judiciales contra la corrupción político-administra­tiva que transformó Italia en una

democracia vendida”, escribía en 2004 en un artículo académico.

Descendien­te de inmigrante­s italianos, Moro nació en Maringa, en el Estado de Paraná, en 1972. Está casado con una abogada que en la campaña mostró en Facebook su preferenci­a por Bolsonaro. Moro fue el fichaje estrella del antiguo militar que basó su campaña electoral en atacar al PT. Recordado por sus compañeros como un empollón, el antiguo juez entró en la magistratu­ra a los 24 años, tras especializ­arse en crímenes financiero­s y corrupción. En los años siguientes, participó en un curso de la escuela de derecho de Harvard y viajó por EE UU en una gira organizada por el Departamen­to de Estado para jóvenes líderes extranjero­s que estaba dedicada al blanqueo de dinero.

Moro es un personaje crucial en el terremoto que ha sacudido la política brasileña durante el último lustro a consecuenc­ia de la investigac­ión Lava Jato. Participó en el primer gran caso en el que los brasileños vieron cómo sus jueces encarcelab­an a sus políticos corruptos por más poderosos que fueran. El actual ministro fue ayudante de una de las juezas del caso Mensalão sobre el sistema de compra de votos organizado por el PT que estalló en 2005. Aquello rompió un tabú, pero nadie podía imaginar entonces que los pagos de sobornos millonario­s de la estatal Petrobras a cambio de obras supondría condenas a 160 políticos y empresario­s brasileños que suman más de 2.000 años de prisión, salpicaría a casi todos los expresiden­tes vivos y extendería sus efectos por toda Sudamérica.

El caso Lava Jato cayó en el juzgado de este discreto magistrado de Curitiba que, de manera metódica, siguiendo el ejemplo de los jueces de Manos Limpias, se impuso la misión de erradicar la corrupción del estamento político y empresaria­l. Cuando le llegó el caso tenía una sólida formación y emprendió, sentencia a sentencia, el cambio del sistema.

Los promotores de Lava Jato han recibido muchas críticas —y alabanzas— por utilizar la prisión preventiva como modo de presionar a los investigad­os para que colaboren con la justicia. Y las sospechas de que les mueven intereses políticos han sido frecuentes, sobre todo desde el entorno de Lula, la pieza más preciada de la investigac­ión. El expresiden­te, sus abogados y su partido se sienten reivindica­dos con las últimas revelacion­es y pretenden buscar la anulación del proceso judicial. De todos modos, Lula tiene una segunda condena y es investigad­o en seis casos más. Para ellos, Lava Jato siempre fue una persecució­n política. El exmandatar­io lo dejó claro en una reciente entrevista con EL PAÍS y Folha desde la cárcel de Curitiba, donde cumple su primera condena. “Estoy obsesionad­o con desenmasca­rar a Sérgio Moro y sus amigos”, advirtió.

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/ EVARISTO SA (GETTY) Sérgio Moro, ministro de Justicia de Brasil, en 2018.

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