La salida del responsable de Migración ahonda la crisis política en México
México logró esquivar la amenaza de una guerra comercial con EE UU con un acuerdo in extremis. La crisis más profunda de los últimos años entre ambos países centra los esfuerzos del presidente Andrés Manuel López Obrador en contener el éxodo de migrantes desde Centroamérica, concretar un despliegue militar sin precedentes en la frontera sur y conseguir resultados que mitiguen los embates de Donald Trump. Pero el máximo encargado de aplicar la política migratoria del país, Tonatiuh Guillén, ha decidido echarse a un lado.
Los problemas para el Ejecutivo mexicano no cesan. “Le pedí eso [que renunciara], era lo mejor”, se limitó a declarar el viernes el presidente mexicano López Obrador en una breve declaración a los medios en Chihuahua, al norte del país.
El mandatario señaló que este movimiento forma parte de la estrategia para afrontar la amenaza constante de EE UU y anunció que Francisco Garduño, un hombre de su confianza y con amplia experiencia en gestión penitenciaria, será el nuevo titular del Instituto Nacional de Migración (INM).
“Demostraste tu capacidad académica y tu integridad, respeto tu decisión y, sin duda, seguirás aportando en Gobernación”, escribió Olga Sánchez Cordero, titular de la Secretaría de Gobernación (Segob, equivalente al Ministerio del Interior del que depende el INM) en referencia a Guillén. El ya extitular de Inmigración, sin embargo, nunca formó parte de las negociaciones con Washington, no integró la comisión especial para cumplir las exigencias del pacto migratorio con Trump ni tuvo ninguna aparición pública junto a los funcionarios de primera línea en las conferencias de prensa.
Guillén, reconocido académico que dirigió ocho años el Colegio de la Frontera Norte, había dicho en diciembre que quería quitar el enfoque “policial” a la migración y con el paso de los meses se vio obligado a matizar
su discurso. Además, tuvo que hacer frente al recorte de 468 millones de pesos (11,5 millones de euros) del presupuesto del INM, un 26% menos que en 2018.
Desde antes de la firma del acuerdo se empezaban a dibujar ciertas fracturas en el equipo del presidente. Los expertos consultados dicen que la Cancillería había asumido el papel de los
halcones, quienes querían mano dura frente a la migración. El Segob y el INM eran las palomas, quienes abanderaban el bando contrario, más blando.
Todos los focos que Guillén no tuvo cayeron, en cambio, sobre el canciller mexicano, Marcelo Ebrard. Él fue el negociador jefe de México con Washington, se convirtió en el bombero para responder las preguntas de la prensa y apagar las críticas de la oposición. Se afianzó como el hombre de confianza del presidente. Y López Obrador se vio obligado a reconocer que el protagonismo de Ebrard había “despertado celos y sentimientos” en el Gabinete. El presidente explicó que los equipos para hacer frente al reto migratorio ya se habían formado y que el coordinador era efectivamente Ebrard. Con Guillén ya nadie contaba.
Mientras, los focos se concentran en cómo la migración ha desestabilizado la relación comercial entre México y EE UU, otro frente se abre para el presidente López Obrador.
Las incógnitas que planean en la primera semana tras la firma del acuerdo con Washington son cuál tiene que ser la estrategia para contener el flujo de migrantes, quién debería asumir esa responsabilidad y cómo se pueden calmar las tensiones dentro del Gabinete. Mientras, se libra una batalla contra el tiempo. Quedan 38 días antes de volverse a sentar a negociar con Estados Unidos.