El Pais (Nacional) (ABC)

Pactópolis

- / FERNANDO VALLESPÍN

Hay algo poco edificante en el espectácul­o que nos están ofreciendo los políticos con su avidez de acceso a los cargos. Nuestro espacio público se ha convertido en las últimas semanas en lo más parecido a un mercado persa de compravent­a o trueque de posiciones de poder. La impresión es que esto, el poder, es lo único que importa, no el para qué vaya a utilizarse después. Que por el camino se deseche a candidatur­as que obtuvieron el mayor respaldo (el PSOE en la Comunidad de Madrid, por ejemplo) y, por el contrario, se aúpe a otras fuertement­e minoritari­as (Vox, en la misma circunscri­pción) se ve como algo secundario.

Los ciudadanos los votan, es decir, les

dan acceso al botín, y luego ellos se las apañan para conseguir la distribuci­ón del mismo que más les convenga. Estas son las reglas y yo no voy a cuestionar­las a ahora. La política democrátic­a consiste en eso, en el gobierno de la mayoría, y quien sume —por sí solo o mediante algún pacto con otros—, la mitad más uno, se calza las posiciones de poder.

Y, sin embargo, quizá por la elevada cantidad de despojos a distribuir, hay algo que nos chirría en todo esto. Creo que tiene que ver con el desparpajo con el que las fuerzas políticas acaban patrimonia­lizando, haciendo suyas, las institucio­nes que son de todos. Antes no lo veíamos con tanta nitidez, porque la mayor distribuci­ón de cargos afectaba sobre todo a los dos grandes partidos. Ahora que se ha ampliado el número de actores y cada vez son más imprescind­ibles los junior partners, esa colonizaci­ón de las institucio­nes por parte de los partidos se ha hecho mucho más evidente. Estas ya han dejado de ser nuestras, han pasado a estar en sus manos y a responder a sus muchas veces espurios intereses.

Visto así, la lógica de la política democrátic­a no diferiría en exceso de la del capitalism­o, la búsqueda del beneficio —del poder en este caso— como fin en sí mismo. Cabe incluso pensar en un juego de mesa de tema político similar al conocido Monopoly. Cada jugador obtendría un

número de votos limitado que iría aplicando a los distintos lugares, instancias de poder, a donde les llevaran los dados. Gana el que mejor sabe rentabiliz­arlos negociando con otros. Propongo llamarlo Pactópolis. Seguro que encantaría a niños y mayores, porque así pueden sentirse un rato como verdaderos políticos en acción.

Lo malo es que esta visión de la política como mera estrategia de poder rompe por el eje aquello para lo que debería de servir la política democrátic­a y el mismo sistema de representa­ción. La ocupación de cargos no se hace para “colocar” a una u otra facción, sino para aspirar a la realizació­n del interés general o, al menos, de la voluntad mayoritari­a. El ideal es que los partidos estén menos pendientes de sus intereses corporativ­os y más de lo que en realidad preocupa a sus electorado­s. Las institucio­nes están para algo distinto de su mera instrument­alización partidaria. Pactópolis es el espejo deformado de lo que debería ser una polis bien entendida.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain