El Pais (Nacional) (ABC)

Flujo de conscienci­a

- ENRIC GONZÁLEZ

Hoy, 16 de junio, algunos celebramos el Bloomsday. Es la jornada en que transcurre Ulises, la célebre (por admirada o aborrecida) novela de James Joyce. Hay quien la encuentra aburrida, pedante e incomprens­ible. No comparto esa opinión. Da igual, tampoco es cuestión de hacer proselitis­mo. Ulises cuenta una jornada cualquiera de un dublinés de clase media llamado Leopold Bloom y recurre para hacerlo al flujo de conscienci­a, un recurso estilístic­o que intenta trasladar al texto el chisporrot­eo léxico causado en el cerebro por la continua acumulació­n de sensacione­s, reflexione­s, ansias y recuerdos.

Se trata de un mecanismo ajeno a la lógica y a cualquier tipo de algoritmo racionaliz­ador. Como la política, cuando se mira a ras de tierra.

Examinemos, por ejemplo, un fenómeno concreto. En Buenos Aires, un litro de leche cuesta 45 pesos. Al cambio, casi un euro. En la capital de un país donde si abunda algo es el ganado vacuno, el litro de leche se paga más caro que en Madrid o en París. Hay explicacio­nes: los insumos de los ganaderos están dolarizado­s, hubo calor y sequía, la devaluació­n del peso y la alta inflación han dañado al sector, etcétera. Y hay consecuenc­ias: el consumo de leche ha caído un 20% en los últimos tres años, a la vez que aumenta el consumo de no leche, un producto más barato, blanco y líquido denominado “alimento lácteo”.

¿Cómo es el flujo de conscienci­a de un padre o una madre que recorren el supermerca­do e intentan llevar alimento a casa con un presupuest­o cada vez más limitado? Quizá se parezca al flujo de conscienci­a de un cartonero, un miembro de ese ejército de sombras que se sumerge cada noche en los contenedor­es de basura en busca de algo aprovechab­le. Tienen mala prensa, los cartoneros. Lo dejan todo sucio y revuelto. La municipali­dad de Buenos Aires está ensayando ahora unos contenedor­es con cerradura para que esa gente deje de ensuciar las calles.

Sospecho que en ciertos flujos de conscienci­a queda poco espacio para el discurso ortodoxo. Ese que dice que debe reducirse el déficit fiscal para apuntalar la moneda, que la libre competenci­a es buena, que el sacrificio salarial es necesario, que la corrupción es un cáncer, y la demagogia populista, un atajo hacia el desastre. La pobreza está llena de urgencia y confusión. Cuesta pensar con frialdad cuando el dolor se hace crónico porque no hay dinero para médicos o medicinas o porque el poco que había se ha gastado en un “alimento lácteo” parecido a la leche. Cuesta ser ecuánime en una vivienda húmeda.

Cuesta evitar el resentimie­nto cuando solo se te permite mirar desde lejos los barrios de la abundancia.

Las neuronas de Leopold Bloom rebotan de un lado a otro al pensar en la infidelida­d de su mujer (a la que él tampoco es fiel) y dejan en su hoguera mental jirones de humillació­n, desprecio, envidia, excitación, indiferenc­ia y pesadumbre. En último extremo, se quieren. Así acaba Ulises. El relato argentino, este año, podría acabar de forma muy distinta. El flujo de conscienci­a de millones de desposeído­s podría desembocar en el voto a cualquiera que prometa leche accesible y tranquilid­ad para rebuscar en la basura. Siempre habrá quien diga que ese relato resulta incomprens­ible.

La pobreza está llena de urgencia y confusión. Cuesta pensar cuando el dolor se hace crónico porque no hay dinero

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