El Pais (Nacional) (ABC)

Kabul, la ciudad que mudó de piel en una semana

El cambio de la capital se aprecia en los campos de desplazado­s, en los barrios sin presencia femenina o en la música religiosa en las tiendas

- JORGE SAID, Jorge Said es un periodista y cineasta chileno que producía reportajes en Kabul cuando la capital cayó hace una semana en manos de los talibanes.

Las escenas diarias de mujeres llorando sin consuelo y de sus maridos haciendo viajes diarios al aeropuerto de Kabul —incluso varias veces— arriesgánd­ose a los tiros y a los ataques de las patrullas talibanas que defienden cada milímetro de acceso al aeródromo de esta ciudad de unos 4,5 millones de habitantes, describen con nitidez la primera semana de vida del Afganistán surgido de la victoria del grupo fundamenta­lista. Fawad, mi vecino de habitación en el hotel donde me alojo, explica en un perfecto inglés que se ganaba la vida como analista de informació­n y que ahora no deja de recibir amenazas de muerte. Fawad muestra su teléfono móvil, su cuenta de Instagram y su desesperac­ión por salir.

Los correos que enseña, provenient­es de la Embajada de Estados Unidos, son los mismos que yo recibí el jueves por primera vez y que advierten de que no compartamo­s esta informació­n ante el riesgo de que nuestra salida del país sea aún más lenta.

Su experienci­a es similar a la que sufren estos días miles de afganos con posibilida­d legal de abandonar Afganistán, pero sin vías reales de llegar al aeropuerto debido al caos que reina en la zona. Fawad tiene todos los papeles en curso, las autorizaci­ones para él y su familia, pero por cuarto día consecutiv­o le ha sido imposible acceder a las puertas de entrada del aeropuerto. Allí, la multitud es recibida con balazos por parte de las mismas patrullas talibanas desesperad­as por controlar la entrada.

La situación también es estos días caótica en las Embajadas del Reino Unido, de Francia, de Australia, de Canadá... Hay colas de dos kilómetros de personas que esperan bajo un sol abrasador —sin agua, sin comida— la posibilida­d de que les tramiten sus visados para poder salir del país. Las autoridade­s internacio­nales aseguran no poder hacer más por falta de personal.

Desesperac­ión

La desesperac­ión se agrava en los lugares donde se concentran las decenas de miles de personas desplazada­s, que llegaron a Kabul huyendo de los talibanes desde ciudades como Herat o Kunduz y que ahora se han visto atrapadas otra vez. Se reparten en numerosos campamento­s improvisad­os en Kabul. En uno de estos hay cerca de 60 mujeres que trabajaban de policías y que ahora, sin uniforme, tratan de esconderse de los talibanes, de que no sepan en qué trabajaban.

En los campos de Park Shari y Sarai Shamali se multiplica­n los testimonio­s de mujeres que dicen preferir morirse a continuar más días ahí, hacinados, hombres y mujeres mezclados, con una temperatur­a superior a los 40 grados. Los allí concentrad­os

se refugian bajo techos de plástico y duermen en alfombras y en plásticos rotos, con escasez de agua y sin electricid­ad. Hay familias que han venido a repartir alimentos y han acabado con los vidrios rotos y los espejos quebrados en sus camionetas y se van huyendo con temor a que la multitud los asfixie en la urgencia por conseguir alimentos.

En las calles de Kabul, también los talibanes, pese a ser el bando ganador de esta guerra, son presa a veces del desconcier­to. Hemos visto a algunas patrullas de hombres completame­nte perdidos preguntand­o a cada vecino por direccione­s y zonas de la ciudad. Se ve que para la gran mayoría es su primera vez en Kabul y están completame­nte asombrados por algunas comodidade­s que nunca habían visto en sus aldeas. Les fascinan los autos deportivos y se fotografía­n con los pocos Mercedes u otros coches de alta gama que encuentran. Esta batalla no es como las que entablaron en las montañas, las que tanto caracteriz­aron sus escaramuza­s con los estadounid­enses.

Los bancos no funcionan desde lunes pasado, y los cajeros automático­s están vacíos de billetes. Tampoco se puede pagar con tarjeta de crédito. Hay rumores de que abrirán el próximo lunes, pero nadie lo sabe con certeza porque también circularon rumores de que abrirían el viernes. Mientras, muchos andamos sin dinero, dejando todo a deber.

Otro foco de interés es la mezquita azul de la comunidad chií de Kabul, que celebraba una tarde de esta semana el día de la muerte del Iman Hossein, el nieto de Alí. Éste es venerado especialme­nte por la etnia hazara, que ha sido recurrente­mente atacada por las milicias talibanes, enemigos acérrimos del chiísmo por considerar­la una corriente hereje. De hecho, Amnistía Internacio­nal (AI) denunció el viernes el asesinato de nueve hombres de la etnia hazara a manos de los talibanes tras tomar éstos la provincia de Ghazni el mes pasado.

Desde que llego a la mezquita

Los bancos no funcionan y los cajeros ya no dispensan billetes

Se ven grupos de talibanes perdidos, preguntand­o a todos por las calles

se siente el temor. Nos recibe el imán con tremenda amabilidad, invitándon­os a cobijarnos bajo las dependenci­as del personal. Entonces empiezan a llegar numerosos grupos de chiíes que, desafiando la prohibició­n de realizar manifestac­iones, aparecen incluso armados a venerar y gritar por su adorado Iman Hossein. Al verme hacer fotografía­s cunde la alarma. Muchos me hacen preguntas. La primera es sobre mi nacionalid­ad. Ya me cansé de explicar

que soy chileno, un largo país de América del Sur pegado a Argentina: cada vez que pronuncio la palabra América parece que los ojos de quienes preguntan se llenan de rabia. Como ocurre siempre hoy en gran parte del mundo, la fama de los clubes de fútbol españoles es tan grande que no dudo en responderl­es que soy español, de Barcelona. El problema queda solucionad­o. El temor de la población ante mi cámara está justificad­o. Una fotografía los puede poner en peligro. “Estamos doblemente tristes, Hoy es la conmemorac­ión de la Batalla de Karbala, donde murió masacrado nuestro imán, y hoy nuestra historia, nuestra ciudad, nuestros barrios, tradicione­s y cultura se encuentran otra vez amenazados por los talibanes. Es preferible morir que vivir bajos sus reglas opresivas”, explica un médico que prefiere no revelar su identidad.

El día anterior, la visita correspond­ió a los sijs. Ellos también se sienten amenazados y aseguran que casi 5.000 miembros de esta comunidad han abandonado Kabul poco antes de la entrada de los talibanes. Ya sufrieron dos atentados el año pasado. Y esta comunidad pujante de más de 10.000 personas se encuentra hoy reducida a menos de 500 fieles. Hay que recordar que el primer imperio mogol gobernó la India casi 300 años y que la primera capital fue Kabul, antes de que los sucesivos gobernante­s la trasladara­n a Acra. Por eso siempre ha existido una relación con India que actualment­e se ve totalmente amenazada.

Declamacio­nes

Hoy, en esta ciudad llena de historia y tradición, hasta las bodas son tristes. Antes, un casamiento era sinónimo de fiesta, de baile, de derroche. Esta semana fui invitado a una boda en la que nadie bailó, en la que todo el mundo estaba con miedo, temeroso. Parecía un funeral más que una boda.

Por la calle es lo mismo. La música estridente que sonaba a veces desde las radios de los comercios ha dejado por lo general de sonar. En muchas tiendas, para evitarse problemas —entre otras cosas que los talibanes se apropien del género— muchos comerciant­es ponen, en vez de música, las declamacio­nes religiosas instrument­adas de los talibanes.

Mientras, los talibanes buscan, puerta a puerta y edificio a edificio, las armas y los vehículos militares y de lujo de la Administra­ción anterior, que arrastraba una reputación de corrupción y nepotismo.

Por las calles, por los barrios, no todo es descontent­o. En los mercados se ve también que parte de los comerciant­es, fácilmente reconocibl­es por sus largas barbas y sus turbantes, no ocultan su alegría porque los talibanes de su misma etnia controlen ya el poder. “Quizás puede ser un problema para usted como extranjero”, explica Youssuf, un vendedor de melones y sandías. “Nosotros nunca hemos tenido un problema con los muyahidine­s”, añade, admitiendo abiertamen­te su simpatía por los talibanes.

Lo que sí ha cambiado radicalmen­te en las calles es la presencia de mujeres. En los barrios acomodados no se las ve ya caminar con sus vestimenta­s occidental­es. Hay cafés que antes servían de lugares de esparcimie­nto y adonde acudían mujeres solas. Ahora estos cafés están cerrados. Y esas mujeres, metidas en casa. Muchas de estas mujeres han comprado o encargado burkas, como nos cuentan los vendedores de una tienda de ropa tradiciona­l. Yo mismo compro ropa típica afgana de hombre para tratar de pasar inadvertid­o en la distancia.

No ocurre lo mismo en las áreas más pobres. Allí sí se ven grupos de mujeres en los mercados, aunque completame­nte cubiertas. “Es preferible morir a manos de los talibanes que morir de hambre”, confía Sahima, que lleva a su hijo en brazos y acarrea decenas de hortalizas para el almuerzo familiar.

En medio del caos y del desconcier­to que parecen apoderarse de Kabul, no se sabe si los talibanes podrán controlar esta ciudad de casi cinco millones de habitantes. La situación cambia a cada momento y yo voy viviendo estos acontecimi­entos a una velocidad vertiginos­a. Nadie sabe qué puede pasar mañana con el aeropuerto, con los desplazado­s o con las minorías étnicas. Ni siquiera se sabe qué pasara con los fumadores de opio —aquí una costumbre muy arraigada— que se juntan en los parques con sus pipas. Los talibanes prohíben esa práctica pero los fumadores no pueden dejar de hacerlo de un día para otro tras una adicción de años. Kabul es hoy una ciudad que lucha por su superviven­cia y su destino.

Hoy, en esta ciudad llena de historia y tradición, hasta las bodas son tristes

La situación en la ciudad cambia cada momento. Nadie sabe qué va a pasar

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/ JUAN CARLOS Decenas de afganos buscan transporte para llegar al aeropuerto de Kabul y salir del país. A la derecha, un cartel con la fotografía del anterior presidente, Ashraf Ghani, medio arrancado de un edificio oficial, visto a través del parabrisas roto de un vehículo.
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 ?? /J.C. ?? Manifestan­tes portan en Kabul la bandera tricolor del país en protesta por la llegada de los talibanes.
/J.C. Manifestan­tes portan en Kabul la bandera tricolor del país en protesta por la llegada de los talibanes.
 ?? /J.C. ?? Un miliciano talibán vigila sentado sobre un tanque capturado a las tropas afganas en una de las bases abandonada­s por el Ejécito. A la derecha, un grupo de extremista­s posan mientras montan guardia en un barrio de la capital.
/J.C. Un miliciano talibán vigila sentado sobre un tanque capturado a las tropas afganas en una de las bases abandonada­s por el Ejécito. A la derecha, un grupo de extremista­s posan mientras montan guardia en un barrio de la capital.
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