La desconfianza de los haitianos a la ayuda exterior
En 2016, antes de dejar su cargo, el entonces secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, pidió perdón a Haití por la propagación del cólera tras el seísmo de 2010. Era la primera vez que la ONU reconocía su responsabilidad de manera tan cruda y abierta, y le costó cinco años hacerlo. En 2011, una investigación del Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos ya había concluido que habían sido los cascos azules procedentes de Nepal los que causaron la reaparición de la enfermedad. Además de la epidemia, el aluvión de ayuda internacional y efectivos humanos desplegados por todo el país hace 11 años derivó en una serie de escándalos de abusos sexuales y despilfarro por parte de algunas de las misiones extranjeras destacadas en Haití que sembró la desconfianza entre los haitianos.
“En el sur se sabe que la capital está lejos y que la ayuda internacional está al servicio de sí misma. Es una lección aprendida a través de los lustros”, escribió el redactor jefe del diario haitiano Le nouvelliste, Frantz Duval, en una columna de opinión publicada el lunes pasado, dos días después del último terremoto. “Para levantarse, las zonas destrozadas deben abrir bien los ojos para que no sean robadas dos veces”, insistió.
Chovel Arcy, un cirujano especialista en traumatología que en dos días ha operado a seis heridos del terremoto, no se hace ilusiones sobre la solución a los problemas que tiene el país. “Todo el mundo lo sabe”, dice, “pero lo más importante es que, cuando hay necesidades, uno tiene que estar. Aunque haya problemas, los dejamos para ayudar al pueblo del sur porque ellos necesitan de nuestro apoyo”.