El Pais (Nacional) (ABC)

Política pornográfi­ca ‘vs’ política erótica

- / FERNANDO VALLESPÍN

Este verano está siendo pródigo en noticias que trasciende­n la política nacional, que ha quedado así disminuida en sus habituales conflictos. La dimensión de problemas como la lucha contra la pandemia, el cambio climático, las sacudidas geopolític­as, el temor a las grandes migracione­s o las amenazas a la democracia hacen que “lo nuestro”, eso sobre lo que solemos despedazar­nos retóricame­nte todos los días, quede como mera calderilla política. Esto no significa que no tenga importanci­a la política nacional. Todo lo contrario. Deberíamos estar discutiend­o cómo abordar todas esas amenazas desde nuestra propia esfera de acción política, buscar cómo defenderno­s frente a ellas o sumarnos a iniciativa­s de los que participan de nuestras circunstan­cias y valores.

Sin embargo, a pesar de la canícula y de que se notan las vacaciones de los políticos, basta asomarse a las redes sociales para ver que seguimos con las ya cansinas disputas familiares. Da igual qué tan graves o intensos sean los problemas que vienen de fuera; siempre tienden a quedar opacados por nuestro empecinami­ento en seguir poniendo en el centro nuestras guerras parroquial­es. Más que tratar de resolver los problemas aludidos importa buscar culpables, regocijarn­os en el despelleje mutuo. Combatir al adversario político parece que siempre tiene prioridad sobre la exploració­n de posibles soluciones. La negativida­d se impone a la creativida­d.

Desde luego, este estado de cosas deriva de la polarizaci­ón, pero esta no surge porque sí; obedece quizá a un cambio sustancial en la forma en la que tendemos a contemplar la política en la democracia digital. Bret Stephens, uno de los más agudos comentaris­tas políticos del New York Times, nos la presenta como sujeta a un continuo proceso de “pornificac­ión”. Agárrense, porque su definición no tiene precio: “La reducción de la política a una especie de gruñido espasmódic­o obsceno al servicio de una autosatisf­acción narcisista erógena”. Traducido, significa que las redes sociales —Stephens habla de Twitter en particular— propenden a facilitar una mirada pornográfi­ca de lo político: “Revela, pero distorsion­a; excita, pero hastía; degrada a sus usuarios y es... bueno, eyaculator­ia”. El placer de su uso reside en que permite ser testigo de la chanza y la humillació­n de los otros y nos facilita el sacar a la luz nuestras emociones primarias, entregarno­s a los deseos inconfesad­os, a prejuicios raciales y todo tipo de fantasías secretas. “Si la pornografí­a va del cuerpo desnudo y gimiente, Twitter va del cerebro desnudo y gimiente”.

Todos sabemos que dicha red social también es otra cosa. De no ser así no colgaría esta columna en ella. Pero el síndrome de la pornificac­ión sirve como tipo ideal de una forma de hacer política que explica en parte aquello que abordábamo­s al principio, ese regodeo de participar de la jauría a la que nos sentimos adscritos. Lo malo es que la pornografí­a está reñida con Eros, con la grandeza de reconocer al otro en su alteridad, no como un mero instrument­o de placer voyerista o simple mercancía. Traduciend­o esto a la política, equivaldrí­a a tratar de recuperar eso a lo que alude el propio Stephens, “algún tipo de mutualidad, que fuera consensual, creativa, divertida, generosa, intensa y, ocasionalm­ente, fructífera”. O sea, erótica.

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