Más jóvenes y sanos pero en cuidados intensivos
Las personas jóvenes y sanas tienen un riesgo muy bajo de acabar en la UCI. Pero en una quinta ola que se ha expandido como un incendio entre los menores de 40 años, mayoritariamente sin vacunar, los internistas han visto muchos más casos con estas características que durante el resto de la pandemia.
Es el caso de Olga Sánchez. No podía apenas respirar por culpa del coronavirus. Se salvó por la llamada a la ambulancia y el ingreso directo en la UCI del Hospital Clínico de Valencia. Un día después, el 30 de julio, tenía la cita para vacunarse con la primera dosis. Su hermano mellizo también se contagió, pero casi ni se enteró. Hermanos, jóvenes, sanos, sin patologías previas… Son las dos caras de la moneda de la covid-19 que nunca se sabe a ciencia cierta cómo va a actuar. “Recuerdo el miedo que me entró, estaba sola en la UCI. Pensaba que me iba a morir”, explica por teléfono desde su casa Olga, ya recuperada tras una fatídica semana.
Esta estudiante valenciana de Magisterio no sabe dónde se contagió. Probablemente, en una fiesta de cumpleaños, pero ninguno de su grupo de amigos resultó positivo. En cuanto notó los síntomas se encerró en su habitación. Lo presentía. Llamó al centro de salud y la prueba PCR lo confirmó. Le subió la fiebre, la tos era cada vez más violenta. “Hubo un momento en que no podía moverme porque tosía. Ir al baño era una aventura. Cuando me levantaba me quedaba toda blanca. Llegó un momento en que no podía respirar. El centro de salud no respondía y el 112 nos envió una ambulancia”, relata la joven, que fue
diagnosticada de covid y neumonía bilateral.
Estuvo cinco días en la UCI y dos más en planta. Se ha recuperado muy bien, como pasa con muchos jóvenes, sin secuelas de momento, pero sabe que otros no tienen la misma suerte. “Una de las cosas que más me preocupaba era contagiar a mi hermano y mi madre [vacunada, padeció síntomas muy leves]. Ellos me lo ocultaron cuando yo estaba en la UCI. La gente joven nos pensamos que por ser joven no nos puede pasar nada. Que somos unos privilegiados. Pero yo he estado muy mal. Por eso lo quiero contar”, afirma.
También estaba perfectamente sano Juan Pablo Her
nández (Tenerife, 39 años), que ni fumaba ni bebía. Tras un viaje en barco a Gran Canaria a mediados de junio comenzó a sentir la garganta rasposa. Pero “como en todas partes había aires acondicionados no le di importancia”. Fue el principio de un calvario que le llevó a estar cinco días en la UCI, 10 en planta, cinco de cuarentena y otras dos semanas de recuperación en las que sufrió dos recaídas que lo devolvieron al hospital. “Se pasa muy mal, estás solo, no paras de darle vueltas a la cabeza, no duermes, el tiempo no pasa... lloras mucho”, explica en videoconferencia desde su domicilio en La Laguna (Tenerife).
Tras volver, y proseguir los síntomas, acudió al médico. Un test de antígenos le confirmó que había contraído la covid y le prescribieron aislamiento domiciliario. A los cinco días le subió la fiebre hasta los 40. “No podía dormir y comencé a delirar”. Una ambulancia lo trasladó al Hospital Universitario de Canarias, en el que ingresó siguiendo el procedimiento covid. “En la sala de radio me dijeron que cogiese aire y no podía: me asfixiaba y tosía”. En la sala de triaje le confirmaron que era positivo y que la enfermedad se había arraigado en los pulmones, sobre todo en el derecho. Fue trasladado al box 20 de la UCI. “Allí te empiezan a poner un montón de cosas”, recuerda. Una intravenosa en la mano, otra vía en la yugular, una sonda en el pene y un pulsioxímetro en el dedo para medir la saturación de oxígeno en sangre, que confirmó la necesidad de intubar. “Comencé a ponerme muy nervioso, porque empiezan a aparecer muchos enfermeros y médicos. Me sedaron y me intubaron”.
Lo siguiente que recuerda, excepto un breve momento en que despertó durante la intubación, fue despertar y ver a dos enfermeros aseándole. “Sabes qué día es hoy”, le preguntaron. Él respondió que era lunes. Era miércoles: había pasado 40 horas sedado. En ese momento se le sale la intubación, empieza a toser. Vienen los médicos, le piden que no se mueva y comienzan a retirarle la intubación, dado que se había rodado, que resultaba peligroso mantenerla y que había que expulsar del cuerpo toda la flema.
“Todo mejoró a partir de entonces, pero lo recuerdo como una pesadilla. No duermes, no te puedes mover, no puedes ni cambiar de postura ni sentarte. Estás en manos de los médicos, tu vida no depende de ti”, rememora. “Y lloras mucho, te dices si lo podías haber evitado”.
A los cinco días bajó a planta, en la que permaneció 13 días. “Es más llevadero, puedes usar el móvil o leer, pero sigues sin poder dormir”. La pesadilla no acabó cuando recibió el alta médica el 7 de julio. Durante el reposo domiciliario sufrió dos recaídas, una de ellas requirió otro ingreso hospitalario, del que ha salido con un tratamiento con inhaladores de corticoides. Además de la pérdida de capacidad pulmonar y forma física, que nota a la hora de caminar.
“No vale la pena pasar por esto por una noche de fiesta o por no tomar las precauciones debidas”, concluye. “Ni por un millón de euros”. El pasado martes, después de un calvario de mes y medio, ha podido reincorporarse a su trabajo como periodista de Radio Nacional. / F. BONO / G. VEGA