La biblioteca de Félix Romeo se sumerge en agua dulce
Escritores, actores y amigos hacen realidad el sueño del fallecido escritor, que fantaseó con hundir obras y recuerdos en el pantano de Lechago
Anguilas, barbos y truchas presentan sus respetos a Félix Romeo. El escritor temperamental, fallecido hace una década, soñó con hundir una biblioteca en el pantano que iba a anegar la localidad turolense de Lechago (42 habitantes). Allí nacieron su padre, del mismo nombre, su tío y su gran amigo Luis Alegre, escriba también. Y aunque Romeo vino al mundo en Zaragoza, siempre se sintió vinculado a este pueblo que hoy ha cumplido su ocurrencia más surreal. Más de un centenar de obras seleccionadas por quienes lo conocieron y admiraron —desde David Trueba y Julio Llamazares hasta Bernardo Atxaga o Irene Vallejo— se zambullen en el agua dulce dentro de un cofre estanco de hierro forjado por el escultor José Azul, su hermano de otra madre.
La muy criticada presa se construyó al final a menos de un kilómetro del pueblo, sin llegar a tragárselo, pero Romeo mantuvo su propósito. Quería vengarse con sorna a lo Buñuel de aquella amenaza, que arreció durante una década, nublando el futuro de los lechaguinos. Alegre recuerda cómo el miedo llegó a instalarse en el ánimo de sus vecinos: “La angustia era total. Dejaron de hacer planes, de levantar nuevas casas o de arreglar las que ya existían”. Ayer, el homenaje a la resistencia de Lechago, a Romeo, a la amistad y a los libros se anunció como un evento sin precedentes en la historia de la humanidad. Está documentada la existencia de bibliotecas en árboles, en cementerios y catacumbas, también en cápsulas espaciales, pero ninguna bajo el agua.
La escritora Irene Vallejo, autora del milagro editorial El infinito
en un junco (Siruela), fue una de las invitadas de la tarde, que congregó a dos centenares de personas en el puente de la presa para avistar la inmersión, grabada por el director Jonás Trueba. La autora zaragozana recordó que la ficción ha brindado numerosos ejemplos de archivos y de estantes submarinos donde el papel nunca se abarquilla. Este es el caso de la biblioteca del Nautilius, que gobernaba el capitán Nemo. También el superhéroe Flash Gordon se sumergió en los abismos de Coralia para demostrar que la lectura era posible en el fondo del océano. “Pero todos estos personajes pertenecen al territorio de la fantasía. Hacía falta que se compinchasen Luis Alegre y Félix Romeo para recordarnos que también el agua son letras, H disertó Vallejo.
Lacónicos cuentos
Los libros elegidos se plastificaron, cuál embutido, con el objetivo de que las generaciones venideras puedan aprovecharlos, en el caso de toparse con el cofre de Romeo. Dentro de este reposan sus cuatro novelas
—Dibujos animados, Discotèque,
Amarillo y Noche de los enamorados—, breve legado de un hombre que falleció con 43 años a causa del golpe seco de un infarto fortuito, como en uno de sus lacónicos cuentos que influyeron a toda una generación. Romeo también presentó durante un lustro La Mandrágora, espacio televisivo de La 2 que fue epítome de la modernidad. Antes de la pantalla, llevó a la práctica su pacifismo radical como insumiso. Encandilado con la imagen de aquel joven rebelde y leído, el director Fernando Trueba grabó su salida de la cárcel de Torrero (Zaragoza), secuencia que utilizó en una película colectiva sobre el nacimiento del cine junto a Michael Haneke o David Lynch.
La performance no estuvo carente de problemas, parecía que el recuerdo de Romeo quisiese desobedecer el principio de Arquímedes. Tras media hora de intentos fallidos, los bomberos de la Diputación de Teruel entraron en acción: encadenaron piedras al cofre, incrementando su peso y logrando rematar la operación. De modo, que la dedicatoria del actor José Sacristán, al escritor y a su padre, se dirigió a lo más oscuro del pantano: “Para la biblioteca de Félix Romeo. Dos grandes hombres con quien tuve el privilegio de trabajar y además gozar de su amistad. Para que, guardando las debidas distancias, se me recuerde con ellos”. El fotógrafo Gervasio Sánchez también dejó escrito para siempre su afecto por el homenajeado: “Hace tres décadas fotografié la biblioteca destruida de Sarajevo, atravesada por un haz de luz que tanto te gustaba. Ahora la imagen, incluida en este libro, se sumerge en este pantano en tu memoria”.