El Pais (Nacional) (ABC)

Me atravesaba un río

- GABRIELA CABEZÓN

De pronto sentí el río en mí, / corría en mí / con sus orillas trémulas de señas, / con sus hondos reflejos apenas estrellado­s. / Corría el río en mí con sus ramajes. / Era yo un río en el anochecer, / y suspiraban en mí los árboles, / y el sendero y las hierbas se apagaban en mí. / Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”: este es el final de un poema que habla de éxtasis. Se llama Fui al río y lo escribió uno de los mayores poetas argentinos, Juan L. Ortiz, que vivió en el siglo XX en Entre Ríos, ahí donde empiezan las islas del Delta del Paraná, uno de esos lugares donde no es difícil entender que somos parte, poderosa pero parte al fin, de un todo, de una red de miríadas de millones de seres que hacen la vida.

Ahora, los que fueron al río son los muchachos y muchachas de la Multisecto­rial de Humedales. Vinieron remando en kayaks por el Paraná desde Rosario, una hermosa ciudad costera a 300 kilómetros de Buenos Aires: llegaban este miércoles 18 de agosto y convocaban a una marcha entre la plaza de Mayo, frente a la sede del Gobierno nacional, hasta la del Congreso. Pedían que nuestros representa­ntes dejen de postergar el tratamient­o de la Ley de Humedales, de vital importanci­a, porque los humedales almacenan y purifican el agua. Sin embargo, se los destruye impunement­e. Se los incendia. Se sobredraga el río. Se caza sin controles ni límites su fauna.

Hace 20 meses que el río

Paraná atraviesa una bajante histórica. En el sitio web del Gobierno nacional, un alto funcionari­o del Ministerio de Medio Ambiente, Sergio Federovisk­y, afirma que la sequía del Paraná “es un evento extremo que tiene origen en el cambio climático y es acentuado por la desforesta­ción en la cuenca y la reducción de los humedales”. ¿Y qué hacen? Nada. Lo mismo pasa con la deforestac­ión del bosque del Gran

Chaco, el segundo pulmón de

América Latina después de la Amazonía: perdió cinco millones de hectáreas en los últimos

20 años. Muchas de ellas durante esta pandemia.

Podríamos hablar también de la megaminerí­a. O de la agricultur­a industrial con sus pesticidas y fertilizan­tes tóxicos. O de Vaca Muerta: usando el método del fracking (hidroinyec­ción), generan sismos y contaminan napas de agua, ese bien escaso que empezó a cotizar en Bolsa.

El informe lapidario de la IPCC no torció el pobre imaginario de las élites nacionales: hay que contaminar, dicen, si se quiere crecer. El extractivi­smo ha sido el corazón de la economía en toda la historia del país. Y acá estamos, con más del 40% de la población en la pobreza. Además, los mapas de la pobreza y la contaminac­ión coinciden cada día más.

El IPCC fue claro: todavía se puede parar lo peor del cambio climático. Es inevitable pensar y ejecutar una transición socioambie­ntal. Un nuevo modelo donde el derecho a vivienda, salud y educación para todos sea el centro. Y no el consumo irresponsa­ble de cada vez menos gente. Está circulando un petitorio de intelectua­les, periodista­s, artistas, escritores y gentes de los más diversos oficios, por un cupo socioambie­ntal para que la agenda socioambie­ntal entre en los debates políticos con vistas a las próximas elecciones. Lo mínimo que le debemos a nuestros hijos, y a los hijos de ellos, es un mundo habitable. Y el éxtasis de sentir que nos atraviesa un río vivo.

El extractivi­smo es el corazón de la historia de Argentina. Y los mapas de la pobreza y la contaminac­ión coinciden

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