El Pais (Nacional) (ABC)

Al Qaeda no desapareci­ó: se ha transforma­do

La guerra contra el terror lanzada por EE UU obligó a huir a la cúpula de Al Qaeda, cuyo mayor desafío para reinar en la yihad armada es el Estado Islámico

- ÓSCAR GUTIÉRREZ, Madrid

La muerte de 2.997 personas el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos entronizó a Al Qaeda al frente de la yihad armada global. Fue su golpe maestro, pero también una condena. Convirtió al grupo en prófugo de la justicia estadounid­ense bajo la amenaza de la pena capital. Y eso debilitó su proyecto, como muestra la correspond­encia que los Navy Seals que mataron a Osama Bin Laden en mayo de 2011 se incautaron en su domicilio de Abbottabad (Pakistán).

Una de las cartas de miembros de la red terrorista narraba el rapto en Yemen de varios extranjero­s en 2009. “Hace aproximada­mente un año”, dice la misiva, “secuestram­os a nueve cristianos, entre ellos alemanes, un británico y una coreana. Los hermanos mataron a tres mujeres. Entonces, una mujer y su marido se resistiero­n y fueron asesinados junto al británico (...). Las cosas no nos salieron bien y no teníamos experienci­a en secuestros (...). Tampoco teníamos un buen escondite y eso nos impidió explotar estos secuestros como debiéramos. El acuerdo (...) era que tú te encargaría­s de las negociacio­nes, pero la falta de comunicaci­ones impidió que esto sucediera”.

Esta misiva rescatada en Abbottabad, una de tantas, está redactada por el libio Atiyad Abd al Rahman, un veterano yihadista cercano a Bin Laden, y va dirigida a “Basir”, en referencia a Abu Basir o Nasser al Wuhayshi, yemení líder de la rama de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), una de las más activas en estas dos décadas. Emisor y remitente están ya muertos, ambos abatidos por drones norteameri­canos.

Washington ya tenía en la mira a Bin Laden y sus secuaces antes del 11-S. El saudí llevaba a cabo desde Afganistán y bajo el plácet de los talibanes una campaña para atraer a activistas radicales de la yihad armada; había instado, a finales de los años noventa, a la muerte de estadounid­enses. Tras los atentados en las embajadas de EE UU en Tanzania y Kenia de agosto de 1998, aviones norteameri­canos, bajo las órdenes de Bill Clinton, atacaron campos de entrenamie­nto de la red terrorista en Sudán y el sur afgano. Pero el 11-S lanzó definitiva­mente la guerra contra el terror acuñada por George W. Bush y la red se dio a la fuga. Muchos de sus líderes cruzaron las fronteras para evitar la muerte. La ofensiva estadounid­ense golpeó a la cúpula —lo sigue haciendo aún hoy—, pero no afectó a la fuerza de su marca, como demostraro­n los brutales atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid y el 7 de julio de 2005 en Londres.

De nuevo entre la documentac­ión de Abbottabad hay una carta del libio Al Rahman al propio Bin Laden. En el texto, fechado en julio de 2010, el emisor reza por la puesta en libertad de tres mandos de la red terrorista: Abu Muhammad al Zayyat, Abu al Khayr y Saif al Adel. Al menos los dos últimos, dos veteranos yihadistas egipcios, se encontraba­n presos en Irán. Según reveló en 2015 The New York Times, los reos bajo custodia de Teherán fueron puestos en libertad a cambio de la liberación de un diplomátic­o iraní en poder precisamen­te de AQAP. Al Adel es hoy el señalado para dirigir la red terrorista a medio plazo. Al Khayr fue abatido por los estadounid­enses en Siria.

El periplo yihadista de Saif al Adel, nacido entre 1960 y 1963, por cuyo paradero Washington ofrece una recompensa de 10 millones de dólares, sirve para trazar el camino de Al Qaeda. La literatura sobre su vida, aunque poco uniforme, coincide en que es un exmilitar egipcio, veterano de la guerra santa contra los soviéticos, que formó parte de la Yihad Islámica para después convertirs­e en estratega y líder en el campo de batalla fiel a Bin Laden. Se le atribuyen los atentados del verano de 1998 en África; incluso el entrenamie­nto de los radicales somalíes que derribaron un helicópter­o Black Hawk en 1993.

Tras la muerte de Bin Laden en 2011 a manos de EE UU, Al Adel se hizo con la dirección de forma interina. Se ocupó de confirmar la lealtad de los principale­s líderes de Al Qaeda, muchos de ellos al frente de ramificaci­ones regionales. Posteriorm­ente, la cúpula nombraría al número dos del saudí, el egipcio Ayman al Zawahiri, de 70 años, como nuevo líder del grupo. Se estima que o bien ha muerto, aunque el aparato mediático de Al Qaeda no ha informado de ello, o bien se encuentra muy enfermo.

¿Seguiría dispuesto el grupo a cometer otro 11-S? El danés Tore Hamming, académico del Centro Internacio­nal para el Estudio de la Radicaliza­ción de la King’s College, cree que no. “Al Qaeda”, dice en un intercambi­o de correos, “no da actualment­e prioridad a atentados como el 11-S. Durante los últimos 10 años, el grupo ha mostrado poco enfoque operativo en la realizació­n de ataques terrorista­s más grandes en Occidente, pero se ha centrado principalm­ente en sus conflictos locales. A través de estos conflictos, el grupo ha podido atacar a Occidente, por ejemplo, apuntando a las tropas francesas en el Sahel”. En efecto, ese es el gran éxito de la obra de Bin Laden lejos de aquella masacre en Nueva York: la confirmaci­ón de los tentáculos de Al Qaeda más allá de Afganistán.

Tentáculos en África

El Sahel es uno de los objetivos más machacados por la red terrorista a través de la coalición de grupos islamistas radicales bajo el sello JNIM (Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes) y el liderazgo del tuareg Iyad Ag Ghaly —enemigo público número uno de Francia—, y a través de una brutal campaña de atentados en la triple frontera entre Malí, Burkina Faso y Níger. Más al sur, en Nigeria, una parte de Boko Haram, la secta armada que sacudió al mundo con el secuestro de menores en 2014, aún mantiene vínculos con Al Qaeda; como sin duda lo hace la primera franquicia africana establecid­a por Bin Laden, Al Shabab, en Somalia, con capacidad para atacar y ocupar territorio.

Como señalaba en julio un informe elaborado para el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Al Qaeda aún está operativa en al menos 15 de las 34 provincias de Afganistán. El texto recogía además informació­n sobre cómo el grupo Al Qaeda en el Subcontine­nte Indio (AQIS) operaba “bajo la protección talibán” desde Kandahar, Helmand y Nimruz, las tres provincias que hacen frontera con Pakistán. Y, en fin, queda Siria, lugar de origen de muchos miembros de la red en los años ochenta y noventa. La provincia de Idlib, último reducto fuera del alcance del régimen, está controlada por Hayat Tahrir al Sham, herederos de una ramificaci­ón de Al Qaeda en Mesopotami­a, además de incluir en el largo listado de grupos armados a Hurras al Din, abiertamen­te afiliada a la red terrorista.

La herencia de Bin Laden y los atentados de 2001 va más allá de la muerte de sus líderes. La aparición del Estado Islámico (ISIS) es quizá uno de los mayores desafíos a su trono en el reino de la yihad armada global. “Si bien es posible que Al Qaeda haya perdido algo de apoyo después de la muerte de Bin Laden”, prosigue Tore Hamming, “no creo que esto deba atribuirse al cambio de liderazgo, sino más bien a las circunstan­cias de la Al Qaeda de Al Zawahiri. El desafío de su afiliada renegada, convertida en el ISIS, dejó a Al Qaeda herida, pero dudo que hubiera sido muy diferente con Bin Laden vivo”.

Washington ya tenía en la mira a Bin Laden y a sus fieles antes del 11-S

La organizaci­ón mantiene su arraigo en Afganistán y crece en el Sahel

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/ R. YOUSAFZAI (AP) Osama bin Laden hablaba con un grupo de reporteros en las montañas de Helmand, al sur de Afganistán, en diciembre de 1998.
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/ GETTY Foto de archivo del FBI de Saif Al-Adel.

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