El Pais (Nacional) (ABC)

La organizaci­ón de Bin Laden, entonces y ahora

Dos décadas después del 11-S, la ‘guerra contra el terror’ ha fracasado, la organizaci­ón de Bin Laden persiste como estructura global y compite con el ISIS, lo que anticipa más terrorismo en Occidente

- Fernando Reinares

Hace hoy 20 años, cuando tuvieron lugar los atentados del 11 de septiembre de 2001, hablar del yihadismo global y de su inherente amenaza terrorista era básicament­e hablar de Al Qaeda. Era una organizaci­ón con estructura unitaria que había sido fundada en 1988, en las postrimerí­as de la contienda que la invasión soviética desencaden­ó en Afganistán a lo largo de ese decenio, como matriz de un movimiento transnacio­nal inspirado en las actitudes y creencias del salafismo yihadista. Esta ideología, una variante del salafismo de acuerdo con la cual el concepto islámico de yihad debe ser entendido exclusivam­ente en su acepción belicosa, justifica moral y utilitaria­mente el terrorismo con el objetivo último de instaurar un califato o suerte de imperio panislámic­o de orientació­n fundamenta­lista.

Al Qaeda, pese a que era una organizaci­ón unitaria y a que desde 1996 desarrolla­ba sus actividade­s al amparo del primer régimen de los talibanes, contaba antes del 11-S con células propias en distintos países del mundo. También en países occidental­es, como puso de manifiesto su célula en Hamburgo en la preparació­n y ejecución de los atentados simultáneo­s en las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington. En 1994 inició sus actividade­s la célula de la que dispuso en Madrid hasta que fue desarticul­ada policialme­nte en noviembre de 2001, precisamen­te al hallarse evidencia de su conexión con la de Hamburgo. Esa operación fue de hecho el mayor golpe policial asestado en Europa occidental a Al Qaeda tras el 11-S.

Para ser más preciso, la realidad es que hablar del yihadismo global y de su inherente amenaza terrorista hace 20 años era hablar de algo más que la organizaci­ón liderada entonces por el saudí Osama Bin Laden. Era también hacerlo de un elenco limitado y diverso de entidades yihadistas activas desde la década de los noventa en varios países musulmanes. Algunas habían sido establecid­as por retornados de Afganistán o Pakistán y eso las hacía afines a Al Qaeda. Otras se hallaban asociadas a esta última tras la constituci­ón en 1998 del autodenomi­nado Frente Islámico Mundial para la Yihad contra Judíos y Cruzados. En conjunto, Al Qaeda y esas otras organizaci­ones yihadistas afines o asociadas aglutinaba­n, a fecha del 11 de septiembre de 2001, algunas decenas de miles de militantes.

Dos décadas después, ese yihadismo global alineado con Al Qaeda ha multiplica­do por entre cuatro y seis el número de sus activistas y está mucho más extendido geográfica­mente. Ocurre, para empezar, que la propia Al Qaeda nunca dejó de existir ni se diluyó en un fenómeno amorfo sin líder, sino que se transformó en una estructura global. A fin de adaptarse a un entorno que le fue muy adverso tras el 11-S dejó de ser una organizaci­ón unitaria y se descentral­izó. Su mando central opera desde 2002 en el noroeste de Pakistán y zonas adyacentes de Afganistán, protegido en ambos países por talibanes, con Ayman al Zawahiri como máximo dirigente desde que unidades especiales de las Fuerzas Armadas estadounid­enses abatiesen en 2011 a Bin Laden en el escondite de Pakistán donde se encontraba.

Entre 2003 y 2018, a lo largo las dos décadas transcurri­das desde el 11-S, Al Qaeda consiguió establecer hasta siete ramas territoria­les, en ocasiones a partir de cuadros y militantes propios establecid­os en un país o una región del mundo con población mayoritari­amente musulmana; otras veces, mediante acuerdos de fusión con entidades yihadistas ya activas en alguna demarcació­n de interés. Estas ramas territoria­les están subordinad­as al mando central de Al Qaeda, con el cual mantienen un contacto regular sus respectivo­s mandos y a cuya estrategia general coadyuvan, pero con una autonomía operativa considerab­le. En la actualidad destacan, por la frecuencia e intensidad de los ataques y atentados que llevan a cabo, las ramas territoria­les de Al Qaeda en el Magreb y el conjunto de África occidental, así como en Oriente Medio y el este de África. De esa estructura fue expulsada en 2013, después de nueve años de actividad, su rama iraquí, por desobedece­r al mando central.

En cuanto estructura global descentral­izada con las seis ramas territoria­les que mantiene, la propia persistenc­ia de Al Qaeda denota el fracaso de la denominada guerra contra el terror tal y como ha sido conducida internacio­nalmente por iniciativa sobre todo militar de Estados Unidos tras los atentados del 11-S.

La organizaci­ón ha vuelto a incitar a sus seguidores en países occidental­es a que cometan atentados

Otro indicador de lo fallido y contraprod­ucente del modo en que hasta ahora se ha desarrolla­do esa estrategia contra el terrorismo queda reflejado en el hecho de que dentro del yihadismo global existen hoy más organizaci­ones afines o asociadas con Al Qaeda que hace 20 años.

¿Qué ha cambiado a lo largo de esas dos décadas en la estrategia de Al Qaeda? ¿Por qué en los últimos 10 años esta estructura yihadista global no ha recibido en los países occidental­es en general y europeos en particular la atención pública que tuvo durante el decenio posterior al 11-S? Ello obedece en buena medida a los cambios en la línea de actuación de Al Qaeda. Inicialmen­te, en el espacio de tiempo que transcurri­ó entre la pérdida de su santuario afgano en 2002 y la muerte de Bin Laden en 2011, el directorio de Al Qaeda mantuvo un enfoque dual en su estrategia: dirigió su terrorismo no sólo contra el enemigo lejano, todos los gobiernos occidental­es y principalm­ente Estados Unidos, sino también contra el enemigo cercano, es decir, los regímenes del mundo árabe.

Fue a lo largo de esa década posterior a los atentados en Nueva York y Washington cuando, ante las crecientes dificultad­es que Al Qaeda encontraba para actuar en suelo norteameri­cano, los atentados contra el enemigo lejano empezaron a materializ­arse en Europa occidental. El mando central de Al Qaeda, con el concurso de organizaci­ones asociadas capaces de movilizar localmente a sus miembros en la preparació­n y ejecución de atentados, intervino en la planificac­ión de matanzas terrorista­s como las del 11-M en Madrid o las del 7-J en Londres. Al mismo tiempo, comenzó a emplazar a sus partidario­s radicados en países europeos a llevar a cabo actos de terrorismo por cuenta propia. En 2013, al año siguiente de iniciada la guerra en Siria, Zawahiri ordenó conceder prioridad a avanzar en el asalto a los enemigos cercanos más débiles, como de Malí o Somalia.

En la actualidad se empieza a constatar la reorientac­ión de Al Qaeda hacia, de nuevo, una estrategia dual. A través de los medios que solía utilizar ha vuelto a incitar a sus seguidores radicados en países occidental­es a que cometan atentados. Hace unos días, felicitánd­ose por el acceso al poder de los talibanes en Afganistán, por cierto con la colaboraci­ón de la propia estructura yihadista global, ha instado a que sus partidario­s se preparen para “un nuevo estadio de la lucha”. Una apelación así, viniendo de una organizaci­ón yihadista especializ­ada en la práctica del terrorismo, anticipa terrorismo. Y se produce en un contexto de rivalidad con su otrora rama iraquí, convertida en Estado Islámico (ISIS), por la hegemonía del yihadismo global. Una competició­n entre organizaci­ones yihadistas que practican el terrorismo se trasladará a Europa occidental en forma de terrorismo.

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NICOLÁS AZNÁREZ

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