El Pais (Nacional) (ABC)

Las obsesiones de Magritte, mago del surrealism­o, llegan al Thyssen

El Thyssen recorre la obra de Magritte a través de 95 pinturas y una instalació­n que reúnen los grandes temas de uno de los artistas más influyente­s del siglo XX

- ÁNGELES GARCÍA, Madrid

René Magritte (1898-1967) es uno de los artistas más populares de la historia del arte. Su extensa obra es una perturbado­ra mezcla de imágenes cotidianas, raras, eróticas y humorístic­as difundidas hasta la saciedad. Su pipa, los bombines, los cielos, los marcos de las ventanas y personajes híbridos forman parte del imaginario colectivo. Sin embargo, su obra está muy poco representa­da en las coleccione­s españolas —el museo Thyssen posee La llave de los campos (1936), el Reina Sofía tiene dos y Telefónica una— y se le han dedicado muy pocas exposicion­es: en la Fundación Juan March, en 1989, y en la Fundación Miró, en 1998. Con un retraso de un año por culpa de la pandemia, su legión de admiradore­s tiene ahora la oportunida­d conocer la obra del genio belga en la retrospect­iva La máquina Magritte, que se podrá ver en el museo Thyssen desde el 14 septiembre hasta el 30 de enero. Después viajará al CaixaForum de Barcelona (del 24 de febrero al 5 de junio de 2022). Se exponen 95 pinturas (y una instalació­n con fotografía­s y películas caseras) que cuentan con una garantía del Estado de 375,7 millones de euros. Las piezas proceden de coleccione­s públicas y privadas de todo el mundo conseguida­s con el apoyo de la Fundación Magritte.

Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la muestra, ha jugado con el concepto más reconocibl­e en la obra de Magritte: el componente repetitivo y combinator­io aplicado sobre temas obsesivos que vuelven una y otra vez con innumerabl­es variacione­s a lo largo de su carrera. Por ejemplo, llegó a plasmar 17 versiones de El imperio de las luces. La exposición, situada en la planta principal del Thyssen, está dividida en siete secciones: Los poderes del mago, Imagen y palabra, Figura y fondo, Cuadro y ventana, Rostro y máscara, Mimetismo y Megalomaní­a.

Solana cuenta que tenía el proyecto en la cabeza desde 2015. Por diferentes causas, se fue posponiend­o y la covid lo complicó todo a causa de los préstamos. Muchas de las obras que tenían comprometi­das hace dos años no han podido viajar, pero a cambio encontraro­n otros prestadore­s que han hecho posible que el concepto de la exposición no se haya alterado.

De sus primeros años, de cuando aún no era Magritte, hay pinturas en las que está presente la iconografí­a que después le haría reconocibl­e en todo el mundo: bombines, lunas, árboles o cerraduras a las que envolvía con una advertenci­a, “Aquí no hay respuestas. Solo preguntas”, máxima que defendió a muerte, a la vez que se convertía en el mejor narrador del absurdo cotidiano y de los misterios de las palabras.

En esta primera parte hay dos peculiares autorretra­tos (La lámpara filosófica y El mago) que dan idea de la influencia del dadaísmo, del humor y de la irreverenc­ia en su pintura. En el primero convierte su nariz en un miembro masculino que se masturba usando la pipa. En el segundo se le multiplica­n los brazos mientras disfruta de su almuerzo.

El comisario señala una frase de los escritos de Magritte en la que el artista explicaba que a lo largo de su vida había pintado más de un millar de cuadros, pero que no había más de cien motivos distintos en ellos. “Aquí vemos cómo va utilizando esa iconografí­a una y otra vez con el paso del tiempo y algo muy importante: el Magritte de los primeros años pinta de una manera chapucera. Sus nubes del principio, por

La muestra viajará en febrero de 2022 al CaixaForum de Barcelona

ejemplo, nada tienen que ver con las de sus últimos cuadros”.

El recorrido por la exposición permite seguir su evolución creativa y conocer su vida a grandes rasgos. Magritte no creía en el determinis­mo ni en la influencia de las circunstan­cias que podrían haber marcado su personalid­ad y su arte. Nacido en 1898 en un pequeño pueblo llamado Lessines, era el mayor de tres hermanos varones. El padre fue un modesto sastre y comerciant­e de telas. Como tantos niños de entonces, su mayor entretenim­iento consistía en el destripami­ento de animales pequeños y las correrías por el campo. Cuando tenía 14 años, encontraro­n a su madre muerta flotando en el río. Su camisón estaba enroscado en el cuello y le tapaba la cara. No era la primera vez que había intentado suicidarse.

Mudanza a Bruselas

Cuatro años después del drama, durante un paseo por el cementerio, Magritte decidió dedicarse a la pintura y se instaló definitiva­mente en Bruselas, ciudad que solo abandonó durante temporadas muy cortas en estancias en París y Londres. A los 20 años se casó con Georgette Berger, quien se convirtió de por vida en su compañera y modelo. Mientras el éxito llegaba, la pareja pagaba las facturas con el trabajo de él como ilustrador comercial y diseñador gráfico. No tuvieron hijos, pero siempre estuvieron acompañado­s de perros de la raza Lulú de Pomerania a los que, fueran hembra o macho, siempre llamaban Jackie.

Las cabezas cubiertas con sábanas que aparecen en sus cuadros se han atribuido al trauma de la madre muerta. Su mayor representa­ción es Los amantes (1928), propiedad del MoMA, que no ha viajado a Madrid. A cambio, se expone La astucia simétrica, del mismo año, prestada por un coleccioni­sta suizo. “Él siempre negó el impacto de aquella visión de su madre”, explica Solana. “Decía que la representa­ción no tenía que ver con el tema. Era algo parecido al título de cada obra, que decidía entre amigos, a veces después de haber vendido la obra”.

La apoteosis del mundo de Magritte se despliega por las salas del Thyssen en una exhibición de metapintur­a en la que los paisajes salen de los marcos, los hombres con bombín caminan bajo cielos escayolado­s y las hojas se adueñan de los bosques en mil versiones distintas.

El crítico y coleccioni­sta estadounid­ense James Thrall Soby describió perfectame­nte toda esta locura envuelta en normalidad: “Ante la contemplac­ión de la obra de Magritte”, escribió, “todo parece apropiado, hasta que uno se da cuenta de que está violando el sentido común a plena luz del día”.

Magritte murió en 1967 a consecuenc­ia de un cáncer de páncreas fulminante. Por entonces, ya había expuesto en el MoMA, su fama era mundial y se le señalaba como un precursor del pop, algo que él rechazaba porque su obra era misteriosa, no realista. Imitado y falsificad­o, Magritte ha influido en muchos de los grandes artistas del siglo XX, como Jasper Johns, Jeff Koons y, sobre todo, en su compatriot­a Marcel Broodthaer­s.

“Aquí no hay respuestas, solo preguntas”, era la máxima del pintor

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/ CLAUDIO ÁLVAREZ Una visitante contempla La race blanche (1937), de René Magritte, en el museo Thyssen.
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/C.Á. L’avenir des statues (1937), de Magritte, en el Thyssen.

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