El Pais (Nacional) (ABC)

Júbilo y prudencia en la Conakry de los militares

La capital guineana se mueve entre el alivio por la caída de Alpha Condé y la incertidum­bre ante un nuevo régimen

- JOSÉ NARANJO, Conakry ENVIADO ESPECIAL

“Este golpe de Estado ha hecho justicia. Todo lo que han sufrido los guineanos lo está sufriendo ahora Alpha Condé”. Sidi Barry vende crédito telefónico bajo una sombrilla en un cruce de Madina, un popular barrio de Conakry, mientras hace su propio análisis del golpe de Estado del pasado domingo. Dos compradore­s cargados con unos listones de madera le jalean. “Ahora que vengan los de la comunidad internacio­nal a condenar, ¿dónde estaban antes, cuando nuestros hermanos estaban en la cárcel o eran asesinados?”, espeta Mame Touré mientras alza la mano para detener a una moto-taxi en el siempre caótico tráfico de la capital de Guinea-Conakry.

Por estas mismas calles llenas de puestos de venta de telas y cargadores de batería y pobladas por transeúnte­s con aire despreocup­ado pasaron hace cuatro días a toda velocidad medio centenar de camiones militares y vehículos blindados atestados de soldados de las Fuerzas Especiales en dirección al Palacio de Sékhotouré­ya, donde se enfrentaro­n a tiros con la Guardia Presidenci­al. Al menos una decena de hombres cayó en la refriega, según fuentes de las asociacion­es de derechos humanos. Pero toda resistenci­a fue inútil ante el poderío de los sublevados que en pocas horas se plantaron en la capital desde su base de Forecariah, a un centenar de kilómetros, y detuvieron en un abrir y cerrar de ojos al presidente Condé, de 83 años, acabando bruscament­e con sus casi 11 años en el poder. Nadie, salvo sus antiguos colaborado­res, parece demasiado compungido con este giro de la historia.

Esos vehículos militares ocupan desde el domingo la gran explanada situada junto al Parlamento, que en Guinea-Conakry se conoce como el Palacio del Pueblo. La imagen no puede ser más simbólica. Mientras el viejo edificio de la Asamblea Nacional está desierto, inanimado, la base militar situada a pocos metros, donde se han asentado las fuerzas especiales, se ha convertido en el epicentro de la actividad política guineana y asiste a un constante vaivén de civiles y militares que, sudando la gota gorda bajo el intenso calor de la estival temporada de lluvias, tratan de congraciar­se con los nuevos señores del lugar.

Al frente de todos ellos está el teniente coronel Mamady Doumbouya, un exmiembro de la Legión francesa curtido en operacione­s internacio­nales que ya dicta su ley y que es la gran incógnita de esta ecuación hasta que se conozcan sus verdaderas intencione­s. Ha anunciado la creación de un Gobierno de unidad nacional para gestionar una transición hacia la democracia bajo la tutela de la junta militar que él mismo preside, pero no ha dado detalles respecto a su duración. Anunció que no habría caza de brujas contra el antiguo régimen, pero mantiene detenido al expresiden­te y pretende usarlo como moneda de cambio. La oposición de momento le apoya y ha anunciado su colaboraci­ón con esa transición, pero no es una carta blanca.

“Alpha Condé ha sido el presidente más corrupto de la historia de Guinea-Conakry”, asegura sin tapujos el conocido escritor Thierno Monenembo en su casa de Conakry, “se creía el Mandela guineano y no era sino un pequeño

autócrata arrogante y codicioso, con la cabeza vacía y las manos manchadas de sangre”.

Además del novelista, numerosas voces se han alzado estos días para que el depuesto presidente, que se presentó a un tercer mandato en octubre pasado pese a estar prohibido por la Constituci­ón, sea juzgado por sus crímenes. Su futuro está aún por decidirse, pero en buena medida pasa por las conversaci­ones que mantuviero­n ayer en un lujoso hotel de Conakry los militares y la delegación de la Comisión Económica de Estados de África Occidental (Cedeao). Pero ni siquiera este organismo regional ha actuado con especial contundenc­ia: Guinea-Conakry ha sido suspendida, pero, de momento, no se han fijado sanciones. La Unión Africana también ha decidido congelar la participac­ión del país de todos sus órganos y comisiones.

País paralizado

Vestido de traje y corbata y con paso firme, Malam pasa por delante de un bloque de apartament­os de Madina. Es funcionari­o en el Ministerio de Agricultur­a. “Sí, voy a mi puesto de trabajo. Pero desde el lunes no se hace nada, apenas avanzamos. Todos los ministros han sido destituido­s y les han reemplazad­o por los secretario­s, pero nadie se atreve a tomar decisiones”, asegura mientras pide que su apellido no aparezca.

Porque hay satisfacci­ón, pero también miedo. El recuerdo del último dictador que sufrió Guinea-Conakry entre 2008 y 2010, Moussa Dadis Cámara, está aún muy presente: sus violentos crímenes, sus humillacio­nes, sus espectácul­os televisado­s en los que abroncaba tanto a sus subalterno­s como al cuerpo diplomátic­o.

El teniente coronel Doumbouya, quien de momento se cuida de prodigarse delante de los focos, es consciente de este temor y ha querido desmarcars­e del capitán Cámara desde el primer momento, pero el pueblo guineano, al igual que la comunidad internacio­nal, escruta con atención cada uno de sus movimiento­s. Asomado al barrio de Echangeur, en un modesto despacho habitado solo por una mesa y dos sillas, Alseny Sall, portavoz de la Organizaci­ón Guineana de Derechos Humanos, muestra prudencia. “Hay señales tranquiliz­adoras, pero aún es pronto para cantar victoria. La paradoja de este golpe de Estado es que supone un retroceso democrátic­o, pero que al mismo tiempo era previsible”, asegura.

Las escenas de júbilo en las que decenas de guineanos han coreado estos días la palabra libertad al paso de cualquier vehículo militar, similares a las vividas en Malí el año pasado, son el fruto de una enorme frustració­n. “No son solo las decenas de personas muertas en manifestac­iones y la impunidad con la que la policía disparaba contra la gente, ni los 400 presos políticos en todo el territorio nacional. Es todo un sistema que hacía agua en el que la gente vivía en la absoluta pobreza mientras se malgastaba el dinero público”, añade Sall. “Para ir de Conakry a Mamou, que son 300 kilómetros, hacen falta 11 horas. Así están nuestras carreteras. A su llegada al poder, Guinea exportaba 10 millones de toneladas de bauxita; hoy son 80 millones. ¿Dónde está ese dinero?”, se pregunta Monenembo.

Al menos 80 de esos prisionero­s, que cumplían distintas penas de prisión por haberse manifestad­o contra un tercer mandato de Alpha Condé, han salido estos días de distintas prisiones. Al mismo tiempo, dos soldados que participar­on en saqueos estos días han sido detenidos. Pese a todo, la prudencia es la norma.

“Salvo excepcione­s como Rawling o Sankara, los militares nunca han sido la solución”, advierte el literato con rotundidad, “la caída de Alpha Condé es una verdadera liberación, pero los guineanos permanecen en alerta”. El golpe de Estado en Guinea-Conakry, aplaudido de manera mayoritari­a por la población, permanece en periodo de pruebas.

Las escenas de alegría son el fruto de una enorme frustració­n

“El expresiden­te ha sido el más corrupto de la historia”, afirma un escritor

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/ SUNDAY ALAMBA (AP) El coronel Mamady Doumbouya (centro) custodiado ayer en Conakry.

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